Todo el planeta pendiente de si un niñato con gorra de rapero y sonrisa flipadilla da el golpe del siglo, o sea los 220 millones de vellón que el PSG, Qatar o el jeque de turno van a desembuchar para que el chico siga divirtiéndose dando patadas a una pelota. Atrás quedan los directivos que juraban y perjuraban que había un doscientos por cien de posibilidades de que el jugador siguiera en el Barça la próxima temporada; atrás queda el 'tuit fake' de Piqué en el que garantizaba que JR. se quedaba (se quedaba en París, quería decir el capitán culé); y atrás quedan las mentiras del padre del polluelo, que es quien de verdad va a sacar tajada de este desfalco orquestado en la tierra oriental de los nauseabundos petrodólares. Todo un ejemplo para esos millones de niños del mundo entero que buscan referentes en unos genios futbolísticos que al final resultan ser genios de las finanzas. Eso sí, los amigachos íntimos de Ney, "Los Toiss" o como demonios se llame esa panda, ya están en Disneyland París para ir haciendo boca. Aquí el que no corre vuela.
Como los más grandes, hizo de todo en la vida. Fue camarero, mozo de cuadra, esquilador de ovejas, aprendiz de veterinario... Hay que conocer el mundo antes de sentarse a escribir. Finalmente, en los lisérgicos sesenta, se enroló en una compañía de teatro y se hizo actor. Dio tumbos por la América profunda, acumulando material humano, hasta que empezó a escribir su propias obras. Con treinta años ya tenía treinta piezas teatrales. Una por año. Se metió Broadway en el bolsillo y ganó el Pulitzer. También hizo cine y enamoró a Patti Smith, lo cual no era fácil. Dicen de él que fue tan grande como Tennessee Williams. Ayer nos dejó víctima del ELA. Se llamaba Sam Shepard. Gracias vaquero. Siempre nos quedará París Texas.
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