Si la violencia ciega equipara a los humanos con las
bestias, el humor inteligente nos hace seres superiores, elevados, casi
divinos. Los memes que en las últimas horas circulan por las redes sociales
ridiculizando a 'El Cordobés', penúltimo fantoche iluminado de esa pandilla de
descerebrados que es el Daesh, son toda una lección colectiva sobre cómo
debemos afrontar la amenaza yihadista. La cuestión es que tras los atentados de
Barcelona el muchacho se ha dejado ver en un vídeo de propaganda amenazando a todo
hijo de cristiano y reclamando para el Califato las fértiles tierras de Al
Andalus (qué manía les ha entrado con eso de Al Andalus, si en 500 años no se
habían acordado ni de limpiar el polvo de la Alhambra). El problema es que el
espantajo, el tal Cordobés, es también conocido como el “hijo de la Tomasa”, y
así claro, con ese alias pedestre, más que miedo produce risa. No es serio.
Podría haberse buscado un apodo algo más duro y amenazante como El carnicero
del desierto, El demonio de Mosul o El empalador del Éufrates. Al menos los
terroristas de antes se hacían llamar Txeroki, La Tigresa, Rambo y en ese plan.
Solo escuchar sus nombres de guerra ponía los pelos de punta. Los de hoy se
llaman cosas como “El hijo de la Tomasa” y compran tortillas de patata
precocinadas en gasolineras, para hacer boca antes de un atentado, y cuchillos
chinos en bazares de todo a cien. Hasta en eso va para atrás el terrorismo.
El caso es que con el alias chusco que emplea el tal
Cordobés no infunde respeto a nadie. Y así ha sido como a los internautas les
ha entrado la risa floja y la han emprendido a memes y chistes contra él en una
de las batallas más gloriosas que el mundo libre ha librado últimamente contra
el totalitarismo. Si no puedes con el enemigo, ríete de él, dicen las mentes
pensantes de Twitter, que son los nuevos humoristas del siglo XXI. A Tip y
Coll, Eugenio y Gila los han sucedido los Barbiejaputa, Dios Tuitero y Señorita
Puri, que tienen su gracia, pero no es lo mismo, y no sigamos por ese camino
que caemos en la nostalgia. La gente, como diría Pablo Iglesias, se ha puesto a
hacer humor con los atentados, y eso está bien, es sano, higiénico y ayuda a
mantener la moral alta, aunque la mayoría de las veces el chiste sea malo.
Estamos aprendiendo que si los yihadistas tienen la furgoneta asesina nosotros
tenemos el ingenio agudo y divertido. Violencia contra refinamiento, esa es la
gran diferencia entre barbarie y civilización, entre la charca y el satélite de
comunicaciones. Quizá todo este sindiós que se ha montado en un momento con el
terrorismo islamista no sea más que la consecuencia lógica de que los árabes
radicales se han olvidado de reír y ya solo sueltan la sonrisa traidora de la
hiena. Lo peor del yihadismo es que es aburrido, rutinario y triste, como
cualquier otro fascismo. Al final acaban cayendo en los mismos topicazos de
siempre, que si Alá es grande, que si Al Andalus, que si hay que matar a muchos
infieles y esa matraca. Es todo tan absurdo que solo nos queda reírnos de
ellos, que no es poco. Ahí les llevamos ventaja porque otra cosa no, pero a los
españoles nos sobra arte y mala baba para poner a caldo a alguien que nos cae
mal. Vivimos en el país de Quevedo y Cervantes, que se reían hasta de su
sombra, de modo que lo normal es que ‘El Cordobés’ salga trasquilado. Al Hijo
de la Tomasa lo van a pelar los de las chirigotas de Cádiz. Esa va a ser la más
dolorosa ejecución.
De modo que mientras encontramos el arma secreta para
desarbolar al Daesh (tirarles una bomba de cientos de kilotones de jamón
ibérico podría ser la solución), el humor se antoja un buen escudo contra el
nazismo de la chilaba. Reírse no solo alarga la vida, según los científicos,
sino que quita las arrugas y nos hace más felices. Fue Bergson quien hizo un
gran ensayo sobre la risa y está demostrado científicamente que la risoterapia
ayuda a combatir ciertas enfermedades y traumas psicológicos. Mediante el humor
logramos escapar a la realidad más torturante, mitigamos el sufrimiento y el
dolor, nos adaptamos a una situación terrible y fortalecemos los lazos sociales
y colectivos (nos reímos con los demás y a veces a costa de los demás). El
humor es una catarsis que nos libera de nuestros miedos y nos hace más libres.
Por eso la sátira molesta tanto a los poderosos, porque cuando se propaga no
hay quien la detenga y es peor que la más virulenta de las revoluciones.
Ninguna ideología, religión o corriente de pensamiento, llámese capitalismo, comunismo,
fascismo, socialismo, anarquismo o monoteísmo ha sido tan potente y eficaz como
una descarada, fresca y sonora risotada. La risa es irreverente, transgresora,
subversiva, indómita, hereje, desobediente, placentera, ácida, crítica e
inconformista. El humor puede ser un arma tan formidable como el más devastador
misil tierra-aire y tenemos que emplearlo a fondo porque es gratis y además no
contamina. Probablemente 'El Cordobés' no entienda ni una palabra de todo esto
que aquí exponemos porque es preciso tener un mínimo de coeficiente mental para
practicar el sentido del humor, pero a buen seguro que con tanto chiste sobre
él circulando por las redes sociales se ha sentido herido en su orgullo de ente
inferior más atrasado que el más primario de los cavernícolas australopitecos.
Al reírnos de los terroristas, de los paletos ignorantes que aman la violencia
y la muerte, les estamos demostrando que somos moralmente mejores que ellos y
superiores en ingenio e inteligencia. Y además les enviamos un mensaje
contundente y directo: podréis borrarnos a todos del mapa, podréis borrar todo
vestigio de civilización del planeta, pero jamás borraréis la sonrisa de
nuestros labios. Si es preciso iremos a la tumba entre chistes, chirigotas,
sarcasmos y mofas. Esa es la mayor derrota que van a cosechar los barbudos
asesinos. Su impotencia a la hora de querer destruir la risa, que es una fuerza
eterna y universal, y su propia frustración como monstruos sin evolucionar.
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