Detrás de los disturbios de Charlottesville no solo está el Ku Klux
Klan, los supremacistas norteamericanos, los simpatizantes del nazismo y
otros grupos ultranacionanalistas, sino también el viento xenófobo
inspirado por un hombre: Donald Trump. Si el presidente no condena la
manifestación xenófoba de ayer es sencillamente porque está de acuerdo
con ella. De hecho, nunca ha ocultado sus simpatías por las ideologías
racistas que en los últimos tiempos se abren paso de forma inquietante
en la sociedad norteamericana. Su famoso muro en la frontera de México
es una buena muestra de su cavernícola forma de pensar. Pero más allá de
la responsabilidad que pueda tener un presidente por haber encendido la
mecha de la crispación y la violencia en las calles sureñas de EE.UU,
resulta soprendente comprobar el grado de enfermedad al que ha llegado
la sociedad yanqui. Los manifestantes anacrónicos vestidos con uniformes
y cascos del Ejército nazi, los fanáticos enarbolando la bandera de los
Estados Confederados, los idólatras del general Lee -el gran valedor de
la esclavitud- empuñando palos y armas blancas como si se dirigieran
ciegamente hacia una nueva Guerra de Secesión. La neurosis que tantas
veces ha denunciado el cineasta Michael Moore ha llegado a su máximo
nivel y a partir de ahora, con un loco racista a los mandos del botón
nuclear, cualquier cosa puede ocurrir.
Las lujosas vacaciones de Francisco Granados en su chalé embargado de
Marbella o cómo el supuesto cerebro de la trama mafiosa Púnica pasa sus
días de veraneo en una urbanización de superlujo. Los adosados del
complejo cuestan entre 450.000 y 500.000 euros, nada una calderilla. Las
viviendas, de 165 metros cuadrados, tienen cuatro habitaciones y dos
cuartos de baño distribuidos en tres plantas. La finca cuenta con
piscina y servicio de vigilancia las 24 horas del día (será para
que no le roben lo que él ya ha distraído antes). Todo un oasis de
placer al servicio de uno de los grandes gánsters de la historia de
España. Deporte, masaje y sauna. Que no le falte de nada al muchacho.
Así nos las gastamos en este país: el mafioso haciendo su agosto a
cuerpo de rey y el currito en su casa muriéndose de asco porque no llega
a final de mes. Eso sí: la Justicia es igual para todos.
Tenía un vozarrón fuerte y recio y un rostro curtido por las amarguras
de la vida. Fue la Régula gloriosa de Los santos inocentes, la
alcahueta de La Celestina y una de las brujas de Zugarramurdi. Pocas
veces le dieron papeles protagonistas, pero puso al secundario donde se
merece, en la primera fila del cine. Trabajó con los más grandes, como
Berlanga, Mario Camus, Gerardo Vera, Vicente Aranda y Bigas Luna. En
2014 ganó el Goya a la mejor actriz de reparto. Cuentan que lo
pasó mal, como cualquier actor cuando llega a viejo y el teléfono no
suena, y que terminó durmiendo en la calle. "Estaba sentada en un banco y
me quedé dormida. Me vieron, me sacaron una foto y se lio", dijo
salvando el episodio con humor y gallardía. Al final se hizo justicia
con ella y Álex de la Iglesia la recuperó para la gran pantalla, que
llenaba con su carácter magnético y una presencia inquietante. Sus
personajes eran de una sinceridad conmovedora. "Pagar la luz, una
neverita un poco bien…", esos fueron sus últimos sueños de celuloide,
nada de Oscars ni alfombras rojas. Aunque hubo otras estrellas más
bellas, ella brilló como ninguna. Adiós Terele.
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