(Publicado en Diario16 el 31 de julio de 2021)
Deliveroo, la plataforma de reparto de comida a domicilio, planea irse de España. Pues que cierren la puerta al salir y buen viaje, como dice Íñigo Errejón. Hablamos de una empresa que durante años se ha estado dedicando a explotar a los riders o repartidores a base de bajos salarios, jornadas maratonianas, emprendedores autónomos y contratos minijobs, en fin, toda la neolengua que se ha inventado el nuevo capitalismo caníbal para devorar a las clases obreras.
Deliveroo fue fundada en Londres (2013) por Will Shu y Greg Orlowski, dos de esos nuevos ricos de la globalización que cualquier día dan el salto al espacio, como Jeff Bezos, para llevar comida rápida a los astronautas de la MIR. Desde entonces la firma no ha parado de crecer a costa de la picaresca fiscal y la explotación de sus trabajadores. En 2016, los repartidores de la City se plantaron, dijeron basta ya a las prácticas bucaneras de Deliveroo y fueron a la huelga, recordando a aquellos rompedores de máquinas que en el siglo XIX se rebelaron contra el sistema opresor, destrozaron los telares a martillazos y formaron los primeros trade-unions o sindicatos.
Hace ahora cuatro años, los riders españoles siguieron los pasos de sus compañeros ingleses para denunciar sus deplorables condiciones laborales ante la Inspección de Trabajo. Para entonces, la empresa facturaba la friolera de 536 millones de euros. Engañados como autónomos, los trabajadores de la compañía llegaron a ser sometidos a una situación de cuasiesclavismo y el Gobierno de coalición se vio obligado a intervenir para regularizar un sector que había caído en manos de auténticos cuatreros, depravados o capataces laborales. Por si fuera poco, hace solo unos meses el Tribunal Supremo confirmaba en sentencia firme que los riders de Deliveroo, miles de repartidores de todas las edades que tratan de sobrevivir a golpe de pedal en el potro de tortura de la bicicleta, eran falsos autónomos contratados en condiciones de fraude de ley. El Alto Tribunal rechazó el recurso presentado por la corporación anglosajona y zanjó la cuestión al interpretar que sus empleados no pueden ser otra cosa que asalariados, es decir, trabajadores por cuenta ajena.
Hoy, los gerentes de Deliveroo deciden largarse de España al considerar que nuestra legislación es hostil y daña sus intereses económicos, aunque más bien parece que detrás de la decisión está el fracaso de una estrategia empresarial, la crisis del sector tras la pandemia y la escasa rentabilidad del negocio. Estos pajarracos de mal agüero deben ser como especies invasoras que cuando esquilman un territorio y acaban con el alimento buscan otras latitudes más fértiles donde continuar con la rapiña. Estamos mejor sin ellos.
Hablamos de un capital extranjero evanescente que hoy está aquí y mañana allí, en función de donde haya más mano de obra necesitada y desesperada (esclavos habría que decir más bien). No nos interesa por varias razones: primero porque estas empresas no arraigan ni generan riqueza o economía productiva; segundo porque destruyen el tejido laboral y los derechos del proletariado; y tercero porque acaban siendo pan para hoy y hambre para mañana.
Las multinacionales forasteras deben ser bienvenidas en España siempre que cumplan con la legislación laboral y los derechos humanos. Compañías como Ford, IBM, Bayer o Airbus llevan años trabajando en nuestro país y generando empleo de calidad, por no hablar del plus tecnológico que aportan, imprescindible en el avance, la innovación y el desarrollo de la sociedad. El ejército de sudorosos condenados a las galeras pedaleantes que reparten comida día y noche, hasta caer rendidos por la lipotimia o el agotamiento, poco o nada tiene que ver con la potente iniciativa extranjera que España necesita para su crecimiento industrial. Por no hablar de la calidad de la comida que se reparte a menudo, la pizza recalentada, la bollería industrial rica en colesterol, la hamburguesa letal y el pescado asiático con sorpresa, mayormente el anisakis. Todo ese mercado clandestino y caótico es un sindiós alimentario que enferma el país y que habrá que regular algún día, tal como predice el ministro Garzón.
Deliveroo y otras firmas que trabajan con estilos parecidos son la avanzadilla de ese nuevo cibercapitalismo o capitalismo tecnológico que se abre paso en todo el mundo. Empresas humo, castillos en la nube, economías virtuales, fantasmagóricos monstruos empresariales con pies de barro cuyo único objetivo es hacer caja sin generar tejido industrial y a costa de la artrosis de sus repartidores. La flotilla corsaria de Deliveroo, con todos sus esforzados remeros de la bici y corredores del Tour del pluriempleo, no podía seguir atropellando ciclistas, laboralmente hablando, ni un minuto más. Si quieren largarse que se larguen. Si desean emigrar a otro país en busca de su habitual vampirismo de la materia prima (la desesperación de miles de personas que da pedales sin descanso para no morir de hambre) que lo hagan. Y si deciden venderle a los chinos su franquicia de explotación y miseria humana por nosotros que no quede.
Ayer, Pablo Echenique ponía las cosas en su sitio al aclarar que Deliveroo se va del país porque no le gusta la Ley Riders que ilegaliza “explotar españoles”, mientras que el propio Errejón destacaba el modelo “estafador” de la compañía. Mientras tanto, los sindicatos ya le han enviado un mensaje claro y rotundo a estos mayorales sin escrúpulos: existen otras plataformas de reparto de comida que son rentables económicamente y cumplen con la legislación laboral como todo hijo de vecino. Así que ya pueden arriar la bandera negra del liberalismo corsario, cerrar sus flotillas, sucursales y hangares fraudulentos (contratos precarios de un mes de duración, ETT, 20 horas semanales, ingresos máximos de 500 euros y altruista aportación del vehículo y el combustible por parte del trabajador) y largarse con viento fresco.
Muchos de los 4.000 empleados afectados no están de acuerdo con la ley del Gobierno y ya preparan movilizaciones con el argumento de que todo se ha hecho a espaldas de los trabajadores. Es una reacción normal y están en su perfecto derecho. El hambre aprieta, el miedo es libre y ningún necesitado víctima de la crisis poscovid está para filosofías marxistas sobre la alienación del obrero y la justicia social. Cada cual elige como quiere vivir y como quiere morir. Pero que quede claro que pocas normativas más justas y éticas que la Ley Rider saldrán de nuestro bendito Parlamento. Así que bon voyage, señor Deliveroo. Y que usted lo estafe bien.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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