(Publicado en Diario16 el 31 de agosto de 2021)
Casado y Abascal han visto en Afganistán un nuevo filón para agitar todo su arsenal de mala baba, bilis y odio contra el Gobierno “socialcomunista”. A la derecha española le da igual en qué lugar del mundo estalle el drama humanitario, cualquier excusa es buena para hacer política basura e intentar derrocar a Pedro Sánchez. Si el conflicto surge en la convulsa Venezuela, Sánchez está fijo en la conspiración. Si detona una revolución en Cuba, la culpa es del castrista Sánchez. Si un terremoto arrasa Haití, algo habrá hecho el felón Sánchez. Y si los talibanes bajan de las montañas con la cimitarra en la boca dispuestos a rebanar cabezas no andará muy lejos el malvado Pedro Sánchez. El proceso de progresiva estupidización al que nos conducen las derechas españolas acaba por conferir un poder global, como causante de todos los males de la humanidad, al presidente del Gobierno de España.
A Pablo Casado y Santiago Abascal les importa más bien poco lo que pueda ocurrir con todos esos afganos que vienen huyendo de la guerra en los aviones de la solidaridad. Hasta que empezó esta crisis internacional, el presidente del PP probablemente no sabía ni ubicar Afganistán en el mapa (él solo entiende de encuestas y ya ni eso, que los sondeos se los dan masticados sus asesores) y en cuanto al Caudillo de Bilbao se la trae al pairo si el refugiado es un pastún, un berebere o un nubio egipcio. Para el líder de Vox, toda esa gente morena es lo mismo, potenciales violadores que vienen a robarles las mujeres a los españoles, peligrosos menas y molestos okupas que se meten en los chalés de la gente bien de Marbella u Oropesa. Los complejos hechos históricos, los antecedentes económicos y sociales, las causas profundas de los conflictos bélicos, preocupan poco a los ilustres representantes de nuestra derecha patria. Todo se reduce a revisar la historia, interpretándola como a cada cual le venga en gana, y a propagar un relato tan falso como tóxico: los nuevos bárbaros africanos pretenden asaltar nuestras fronteras, como los godos en tiempos del Imperio Romano, para contaminar la sangre europea, noble y cristiana. Y Sánchez lo está permitiendo.
Con esa forma de reducir la política a la categoría de espectáculo de vodevil no extraña que a un señor como el alcalde de Madrid, Martínez Almeida, le preocupe más el calzado que luce el presidente del Gobierno en una videoconferencia privada con sus ministros de Defensa y Exteriores que el inmenso drama humanitario de proporciones cósmicas que está aconteciendo en un país como Afganistán maltratado por siglos de guerra y pobreza. El tuit infame del primer edil madrileño (“en alpargatas uno decide mejor; en verano, tampoco vamos a ponernos zapatos que uno se estresa”) pasará a los anales de las más descabelladas y desafortunadas declaraciones de los prebostes del PP.
Mientras los talibanes entraban victoriosos en Kabul para pasar a cuchillo a los afganos occidentalizados y lapidar a las mujeres que se negaban a encerrarse en un burka; mientras las víctimas del genocidio que se avecina morían aplastadas en avalanchas humanas tratando de subir a un avión; mientras los suicidas del Califato del ISIS planeaban una masacre en el aeropuerto de la capital afgana, al frívolo y chistoso alcalde de Madrid no se le ocurría otro comentario de mayor enjundia y altura política que esa boutade sobre las sandalias, playeras o babuchas de Sánchez. No sabemos si las chanclas del presidente pasarán a la historia del conflicto de Afganistán, lo que sí sabemos es que ese día nefasto el alcalde se retrató como un verdadero bocachanclas.
En la misma línea chusca y faltona se ha pronunciado en las últimas horas el secretario general del Partido Popular, Teodoro García Egea, quien ha acusado al premier socialista de intentar ponerse las “medallas” que corresponderían a los soldados, policías y diplomáticos tras la operación de evacuación desde Afganistán. ¿Pero qué medallas ni qué niño muerto, Don Teodoro? Usted preocúpese de limpiar el Mar Menor –un entorno edénico y paradisíaco reducido a la categoría de ciénaga maloliente rebosante de peces muertos tras décadas de gobiernos peperos, desarrollismo franquista insostenible, ninguneo a los ecologistas que advertían de la catástrofe y capitalismo de amiguetes y campos de golf– y luego ya hablaremos de política internacional. Lo del delfín murciano de Casado empieza a ser preocupante.
García Egea ya tiene bastante con su sopa verde que apesta el Mar Menor, y en este caso no nos referimos a la ultraderecha de Vox, partido con el que comparte un verdoso, mohoso y fétido programa político en Murcia, sino al triste episodio de anoxia que ha terminado con 15 toneladas de animales y vegetales muertos y la extinción de un ecosistema único en Europa. El gran campeón de lanzamiento de huesos de aceitunas del PP no sabe (o no quiere) frenar los vertidos tóxicos que él y su compañero de fatigas López Miras tienen a la vuelta de la esquina, en la hermosa laguna murciana, pero se permite el lujo de dar lecciones de geoestrategia sobre un conflicto bélico al otro lado del mundo del que no tiene ni pajolera idea. Ese es el nivel de la nueva Confederación Española de Derechas Autónomas, o sea el bifachito PP/Vox. Gente que no tiene vergüenza ni decencia política, gente que no sabe de nada y hace chascarrillo y burla de todo, gente que entiende la democracia como la aniquilación del adversario político y por eso exige elecciones generales cada cuarto de hora.
En realidad, la operación de evacuación de refugiados de Kabul ha resultado todo un éxito, lo cual, por mucho que le duela a Casado, es como para estar orgullosos de nuestro Ejército y de nuestro personal médico y voluntarios. Al líder del PP le molesta que Sánchez se felicite por la brillante gestión de la crisis afgana, culminada sin bajas en nuestras filas, algo que parece milagroso en una misión casi suicida que ha servido para rescatar a más de dos mil represaliados por las hordas talibanas. Sin duda, Casado debe estar envidiosito de que todo haya salido como la seda, ya que lo que le hubiera gustado a él es estar en el pellejo de Sánchez para haber proferido esas mismas palabras de agradecimiento, en plan estadista, y haber pasado revista a las tropas sacando pecho y besando la rojigualda, que es lo que le pone a todo patriota de opereta.
Y luego está el habitual runrún xenófobo de Santiago Abascal, que ya está reclamando espías y policías de paisano para seguir los pasos de los pobres refugiados afganos por si se tratara de peligrosos terroristas infiltrados. Este odia tanto a Sánchez que pactaría con los talibanes para echarlo de Moncloa como ha hecho Biden con los clérigos del turbante. Ya ha pedido que se lleven a los desarrapados kabulíes a otra parte, lejos, muy lejos, que aquí molestan. Debe ser que huelen mal y le quitan el aire a los españoles. Pero qué alma más fea tiene este hombre, rediós.
Viñeta: Adrián Palmas
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