(Publicado en Revista Gurb el 9 de septiembre de 2016)
Tras el fracaso en la investidura de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno se abre una nueva fase en esta época tortuosa de la historia de España. Todo apunta a que los españoles tendremos que ir votar por tercera vez el 25 de diciembre, entre turrón y cava. En el argot de la calle se podría decir que el Partido Popular –en buena medida por la obstinación de su líder, Mariano Rajoy, empeñado en seguir en el poder pese a que ya hace tiempo que debería haber dimitido como máximo responsable de la corrupción y la degeneración de su partido–, ha montado un buen belén en la vida pública española. Llegaremos al 25D porque eso es justamente lo que quiere el partido conservador, confiado en que el miedo de los españoles a la situación general de inestabilidad, la abstención por la desafección de los ciudadanos hacia sus representantes políticos incapaces de llegar a acuerdos y los contratos navideños que maquillarán convenientemente las cifras de paro, le darán una nueva victoria en las urnas. Poco influirán en la decisión de los electores los numerosos juicios a los que importantes cargos del PP tendrán que hacer frente a partir de este mes de septiembre: Tarjetas Black, Bárcenas, Gurtel, Púnica, pitufeo valenciano, etcétera.
No son momentos para jugar al gato y al
ratón, ni para marear la perdiz, como se dice coloquialmente. El
ciudadano necesita saber ya, con claridad meridiana, cuáles son los
planes del líder de la oposición. Si cree que es posible avanzar en la
negociación con Podemos y Ciudadanos para llegar a acuerdos de
investidura o de Gobierno que lo diga, pero si considera que explorar
esa opción no llevará a ninguna parte, que convoque una rueda de prensa
mañana mismo y dé las explicaciones oportunas. A estas alturas de la
película, con dos investiduras fallidas (la de Sánchez y la de Rajoy) lo
último que necesita el país es que sus políticos sigan jugando al
despiste, al oscurantismo y a la falta de transparencia. De todos es
conocido que Iglesias y Rivera son como el agua y el aceite. Tratar de
reunirlos en un acuerdo de Gobierno se antoja a estas horas poco menos
que imposible. Ni el líder de Podemos parece dispuesto a renunciar al
referéndum de autodeterminación en Cataluña ni Rivera a la sacrosanta
unidad de España. Tampoco se perfila fácil un pacto PSOE-Podemos con la
abstención de Ciudadanos, ya que resulta evidente que Rivera va buscando
estar a toda costa en el Gobierno que se forme, ya sea del PP o del
PSOE. Ante este panorama todo parece indicar que Pedro Sánchez
–consciente de que un pacto tripartito es imposible y de que gobernar
con 85 escaños, desde el Congreso de los Diputados y no desde la
Moncloa, es poco menos que una utopía– solo busca ganar tiempo para
resolver sus problemas internos en el PSOE y para salir de nuevo
reelegido, si es que consigue doblegar la oposición de sus barones
territoriales, en el próximo congreso nacional del PSOE. Y esto es lo
que resulta del todo punto inadmisible. El país, con los graves
problemas que tiene planteados –crisis económica, paro, corrupción y
desafío secesionista– no puede seguir paralizado a expensas de que el
secretario general del PSOE resuelva su futuro inmediato en el partido.
Si cree de verdad que tiene posibilidades de ser presidente del Gobierno
que ponga las cartas boca arriba sobre la mesa. Y si no, que lo diga
cuanto antes para que nos concienciemos ante lo que nos espera: votar en
Navidad. Por tercera vez.
Viñeta: El Koko Parrilla
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