(Publicado en Revista Gurb el 23 de septiembre de 2016)
España ha optado por el suicidio
colectivo, como pueblo y como nación, mientras majadas de políticos de
todas las especies y colores bajan rebuznando San Jerónimo abajo. Cada
mañana hay un nuevo detenido, que por la tarde da una conferencia en el
Club Siglo XXI. Entran por una puerta y salen por la otra, como en
aquellas películas de cine cómico. Rita sigue agarrada con uñas y
dientes al escaño, que es su clavo ardiendo, mientras Valencia es una
gran Falla que se quema por los cuatro costados por la ambición de unos
coleguitas y unos pitufos azules que no han dejado nada en la caja.
Rajoy anda de mítines por Galicia, reserva espiritual de la derecha
patria. Últimamente el presidente se larga de Madrid con cualquier
excusa; es como un marido cansado de su mujer (su mujer es España) o
mejor, un jubilado que de cuando en cuando agarra la maleta y se va de
viajes con el Imserso para echar una canita al aire. Rajoy ante todo es
eso: un escapista de la realidad. Ahora trota por Galicia, donde pasan
cosas muy raras, como de meigas. Allí lo mismo podemos ver a Marianiño
haciendo el running codo con codo con un sospechoso de acoso sexual que a
Núñez Feijóo alternando yates con traficantes de droga. Todo muy
surrealista, como en El perro andaluz de Buñuel. Uno ya no sabe
quiénes son los buenos y quiénes los malos, porque esto de España se ha
convertido en una funesta película de Tarantino con mucho gángster y
todos revueltos. Ya lo avisó Torrente Ballester, este sí, gallego
universal: "No puedo desear que ganen los buenos, ya que ignoro quiénes
son".
Pasan las semanas y aquí nadie se atreve
a decir ni mu para formar Gobierno. Todo es odio, estulticia,
enconamiento y disparate. Tardamos cuarenta años en traer la democracia a
España, tejerazos mediante, y cuarenta días en cargárnosla. Aquí todos
juegan a las tragabolas, tratando de comerse la mayor cantidad posible
de bolas, o sea de votos, olvidándose del pueblo y fiando el futuro del
país a las vascas y a las gallegas, como si fueran unas señoras
estupendas que vienen para arreglarnos el cuerpo. Una mentira más de
nuestros políticos, que solo viven para ganar tiempo. Nos gobiernan
mentes cortas y obtusas que no saben ver más allá de su nariz egoísta.
Por eso estamos donde estamos, en la misma casilla de salida de siempre,
y por eso lo volveremos a estar después del 25D, cuando votaremos por
tercera vez al mismo puzle. El español es cerril por genética, pertinaz y
cabezota, y cuando se empeña en destruir algo no para hasta
conseguirlo. Mas y Homs montan festivales folclóricos con mucha sardana,
coros y danzas catalanas a las puertas del Supremo; Otegui vuelve a su
verborrea política de siempre, ya sin la Nueve Parabellum; los barones
del PSOE ultiman el matarile de Sánchez; Chaves y Griñán preparan el
traje a rayas y en Podemos los pablistas y errejonistas, desistidos ya
del asalto a los cielos, se gastan jugarretas tuiteras entre ellos y se
navajean con las mareas bajas. Tal cual como siempre han hecho sus
mayores de la vieja política, poco han tardado en copiar los vicios y
las malas artes los nuevos cachorros parlamentarios. De Rivera mejor ni
hablamos. El chico es un Frankenstein del bipartidismo que fue inventado
para un roto y un descosido, solo que los costurones del país han
saltado por todas partes y esto ya no lo arregla ni el José Antonio de
la Barceloneta con sus pespuntes improvisados para que no se rompa
España. Vamos, que no. El sistema ha gripado y no hay nadie dispuesto a
arreglarlo. Estamos en manos del caos, la mediocridad y el fanatismo.
Todo se viene abajo, los nobles ideales, la izquierda internacionalista,
la democracia. No es España la que se rompe, es Europa entera. Es como
si no hubiéramos avanzado nada desde el XIX, cuando a Napoleón se le
ocurrió unificar el viejo continente bajo la bandera de la razón
volteriana y lo encerraron en la isla de Santa Elena, arrojando la llave
al mar, para que se le quitaran las ganas de civilizar el mundo. Aquel
sueño napoleónico de una Europa unida lo truncaron entre Inglaterra
(siempre la pérfida Albión) los curas españoles con sus bandoleros
paletos de Sierra Morena, los nacionalistas alemanes inspirados por
Fichte, la nieve de la estepa rusa y algunos borbones borrachos que
escaparon de la guillotina. Ahora se repite la misma historia. Ya casi
no quedan reyes en Europa (Felipe El Preparado y cuatro más) pero están
sus herederos directos: los monarcas del dinero que guardan sus fortunas
en Suiza. Para el caso es lo mismo. Europa se desploma con estrépito
mientas los neonazis toman los escaños del Parlamento alemán y los
refugiados sirios, acorralados como ganado, agonizan en el matadero
infinito de Lesbos. Europa se desintegra en pequeños terruños
nacionalistas a cada cual más autárquico, insolidario, mezquino. Surgen
paisitos por doquier, banderas pintorescas, las rencillas domésticas de
toda la vida. Vuelven los principados, los condados, los ducados, los
marquesados y las nacioncitas que tanta sangre costaron a Europa. La
historia es un ajo que se repite. Los peores fantasmas del pasado han
resucitado y recorren el mundo como una mala peste. Hitler, Mussolini y
Franco, que también fueron muy nacionalistas, se frotarían las manos al
ver que su legado ultra reverdece. Solo falta que el loco Trump gane las
elecciones en USA y encienda la mecha del fascismo. Aquí, en esta
España guerracivilista, ya hemos empezado a suicidarnos un poco. Aún no
tenemos a un vaquero racista con flequillo pero sí a un gallego con
frenillo. Spain es que is different. Spain siempre va por libre.
Viñeta: El Koko Parrilla y Elarruga
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