(Publicado en Revista Gurb y en Diario 16 el 16 de septiembre de 2016)
Uno, después de analizar a fondo las
noticias y sumarios de lo de Rita, cree que lo que realmente le pasa a
la alcaldesa de España es que está siendo víctima de un grave síndrome
de Diógenes. Ese trastorno mental lleva a quien lo padece, generalmente
ancianos que viven solos, a abandonarse y a acumular en su hogar grandes
cantidades de basura y desperdicios domésticos. La señá Rita, como ha
sido desahuciada por su partido, por su amigo Rajoy (un golpe bajo,
Mariano, eso no se hace) y por los suyos de toda la vida, ha entrado en
depresión, en shock, y se ha pillado un Diógenes de caballo que la
empuja inexorablemente a acumular los despojos y barreduras de la
corrupción y a llevarse toda la mugre de Valencia para Madrid, o sea
para el Senado, que ya está de inmundicia hasta el techo y allí no cabe
más detritus.
Rita, la dama de las basuras, se niega a
dejar el escaño porque en ese escaño, como cualquier Diógenes, quiere
meter todo lo que ha sido su vida y la Comunidad Valenciana durante
estos años de golferío y butroneo: los vertederos del caso Brugal, los
bolsos mugrientos de Vuitton, los pelos del bigote de Álvaro Pérez el
ídem, los trajes con lamparones de Camps, el barro carísimo de Terra
Mítica, los millones de peles de Rus contados entre estiércol y boñigas
de vaca, el fuel contaminante de los aeropuertos sin aviones de
Castellón y en ese plan. El escaño de Rita es todo eso y mucho más y
ella, pobre, infeliz, afectada por un trastorno psicológico tan grave
que la obnubila y la vuelve delirante, ha decidido llevarse toda esa
mugre y esa mierda con ella, en el AVE Valencia-Madrid, otro basurero de
comisiones.
Rita no es ninguna comisionista ni una
pitufa de esas que van buscando los de la UCO como a vulgares pokémons,
sino una paciente, una achacosa enferma de los años locos del Charlestón
corrupto valenciano que precisa ayuda y terapia urgente. La alcaldesa
de España es una víctima del sistema que necesita todo el apoyo y todo
el tratamiento del mundo. La señora Rita, ahora, no necesita un
aforamiento del Senado, ni un indulto, ni un exorcista de la vida como
Conde-Pumpido que le saque el demonio del alma a base de confesiones; lo
que ella necesita con urgencia es un médico que le quite el mal, que le
extraiga del cuerpo esa enfermedad triste y fea que es el Diógenes y
que le limpien el partido en Valencia, que huele que apesta. El paciente
que sufre un Diógenes llega al aislamiento social, sin confiar en
nadie, ni siquiera en Alfonso Grau, antaño confesor de cabecera y hoy
pérfido traidor que también le ha dado la espalda el muy rufián.
Rita está mal, muy mal, ya ni siquiera
va a la pelu ni de tiendas para comprar collares de perlas, y se ha
atrincherado durante días y semanas en su casa, entre las basuras y
desechos de la política valenciana. De ahí esas fotos de los periódicos
en las que aparece asustada, huraña, paranoica, tras las cortinas de la
ventana. A veces, muy rara vez, sale a la calle y asomando la nariz por
la puerta le pregunta a los periodistas con ese vozarrón sensual de
travelo que Dios le ha dado: "Hola ¿cómo estáis?". Pero luego sale
corriendo otra vez para su dacha y no hay manera de sacarla de sus
sumarios, de sus escándalos, de su mugre, de sus nostalgias y recuerdos
tras un cuarto de siglo de victorias electorales y grandezas. No hay que
engañarse, el mal sigue estando ahí. Es preciso actuar. Un Diógenes es
una cosa muy seria y muy chunga que hay que cogerla a tiempo porque si
no va a más y Rita, como alcaldesa de España que lo ha hecho todo por el
partido y por la patria, no se merece este trato indigno que ni
siquiera se lo dieron al espía Paesa, el hombre de las mil caras, del
que ahora hacen película. Si será malo el síndrome de Diógenes que no
solo le fuerza a uno a acumular desperdicios y cochambre en la despensa
del partido, sino también a permitir que todo el mundo trinque lo que
pueda, ya sea en sobres sobrantes, en billetes de quinientos o en forma
de salario del Senado.
Rita lo acumula todo ya, y eso no es
bueno para la salud. Rita tiene que salir de casa, del Ayuntamiento, del
Senado, del partido, de todo. Hay que mandarla al Banco Mundial, para
que viaje, se distraiga y se airee un poco. Hay que sacarla de esa
dinámica nociva y perniciosa en la que ha entrado, darle tratamiento y
cariño, aplicarle las pastillitas rojas venezolanas y electroshock si
hace falta, porque un Diógenes no es cualquier cosa y puede caer en
depresión crónica o darse a la bebida, que es todavía peor. Si la
dejamos, llena Madrid con la basura de Valencia y cambiar la mierda de
sitio no es solución, que ahora Espe Aguirre se ha puesto muy seria por
lo sucia que está la Villa y Corte. A Rita que la traten ya. Salvemos a
Rita, que es patrimonio de Valencia. Como las Fallas, coño.
Viñeta: Igepzio
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