(Publicado en Diario16 el 2 de enero de 2020)
La contaminación del aire causa 10.000 muertes al año en España, una cifra muy superior a la mortalidad por accidentes de tráfico, según los informes que la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (Separ) dio a conocer el pasado 5 de junio con motivo de la celebración del Día Mundial del Medio Ambiente. Ningún científico ni médico serio se atreverá, a estas alturas, a poner en cuestión que la contaminación mata a miles de personas cada año y que, como es lógico, esa lacra se deja sentir aún con mayor intensidad en las grandes ciudades y cinturones industriales, donde las emisiones de partículas contaminantes microscópicas ocasionan graves afecciones pulmonares y cardíacas entre la población.
Sin embargo, y aunque esa dramática situación ha sido estudiada y avalada por multitud de estudios y datos empíricos, hay supuestos líderes políticos, supuestas mentes iluminadas de nuestro tiempo, supuestas lumbreras y faros ideológicos de la sociedad que siguen negando la evidencia. Es el caso de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que ayer volvió a meterse en uno de sus habituales jardines al afirmar que “nadie ha muerto” por contaminación en Madrid y que la alarma para la salud pública no es “real”. Ayuso puso la guinda a su última ocurrencia recordando que la capital de España “está haciendo las cosas correctamente” y que el PP hace lo posible por construir ciudades “cada vez más verdes y limpias”.
Resulta entretenido comprobar cómo las ocurrencias de la presidenta madrileña sirven, casi a diario, para rellenar los programas de humor de las televisiones nacionales, locales y hasta extranjeras, ya que los ecos de sus disparates medioambientales han atravesado fronteras y cualquier europeo sabe ya que en la capital de aquel peculiar país llamado España hay una dirigente política que es una verdadera apasionada del plomo en suspensión, una amante de la espesa boina venenosa que se extiende cada día por toda la ciudad, una firme defensora de esa nube ácida que a ella le parece algo hermoso, pintoresco y hasta “cool”. Aquello que dijo de que Madrid es una de las ciudades con más vida nocturna y encanto del mundo porque hay atascos a altas horas de la madrugada fue algo mítico, inolvidable, legendario. Su frase −“¿me gustan los atascos? Evidentemente no, pero forman parte de esta ciudad”−, quedará para los anales de la historia de esa derechona ibérica que hasta ahora era casposa y que empieza a ser radiactiva.
Para Ayuso hay que atajar el problema “poco a poco”, ya que en Madrid se está “haciendo lo correcto para lograr una ciudad cada vez más verde y limpia. Ese es nuestro compromiso: ‘Madrid 360’ para mejorar la calidad del aire en la capital”, agregó. El problema es que si el Gobierno regional va demasiado “poco a poco” con este asunto, Madrid terminará convirtiéndose en una ciudad con más de un millón de cadáveres, según las últimas estadísticas, tal como dijo nuestro gran Dámaso Alonso. A estas alturas de la película de catástrofes en que se ha convertido la política por las medidas suicidas del PP lo único que cabe preguntarse es qué hace más daño a la salud de los ciudadanos, si los tubos de escape de los coches que circulan masiva y criminalmente por la Gran Vía madrileña o las ideas perniciosas de una gobernanta que parece sentir una extraña adicción fatal al chute de CO2.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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