(Publicado en Diario16 el 20 de diciembre de 2019)
A Vox le importa un bledo la Unión Europea. Como cualquier partido ultranacionalista, nostálgico del franquismo y de las esencias, prefiere una España autárquica y centralista a un país que delegue soberanía en estructuras internacionales supranacionales. No podía ser de otra manera con esta gente que añora aquella Europa feudal y aristócrata que terminó en la Gran Guerra del 14. Ese sentimiento aislacionista propio de los partidos de extrema derecha es el que demostró ayer la formación de Santiago Abascal nada más conocerse que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea había condenado al Estado español por no respetar el derecho de inmunidad política de Oriol Junqueras.
En su habitual lenguaje patriotero, flemático y sobreactuado, casi de opereta decimonónica, Vox aseguró que la Unión Europea “insulta a España y a la Justicia. Con Alemania no se habrían atrevido”. Los ultras ibéricos apostaron además por “una reforma profunda para que la UE deje de ser santuario de golpistas y terroristas” y apelaron a un “Gobierno fuerte que plante cara a tanto atropello”.
Palabras tan arcaicas y rancias como “insulto” o “atropello”, o ideas tan de la época medieval como que los opulentos y poderosos ricos europeos mancillan el honor del honrado y noble pueblo español hacía mucho tiempo que no se escuchaban en nuestro país. A los de Vox sólo les ha faltado sugerir que España debería retirar de inmediato a sus embajadores en todas las cancillerías o mejor, enviar emisarios a Viena, como se hacía en el siglo XIX, para declararle la guerra al pérfido Imperio Prusiano de Angela Merkel. Así es como lo resuelven todo en la vida estos caballeros españolazos salidos de los tiempos del Romanticismo: a fuerza de guerras, golpes y duelos de honor a pistola y al amanecer en apartados cementerios.
Las consignas bélicas de la formación de Abascal y su permanente recurso al lenguaje cursi y pomposo de aquellos añejos tebeos de El Jabato o El capitán Trueno (ya solo les falta copiar expresiones como “voto a Bríos”, “pardiez” o “Santiago y cierra, España”) darían para echarse unas risas y poco más, de no ser porque detrás de todo ese aparato retórico vacío se esconde algo inquietante, oscuro, casi dramático. El estilo viejuno y grotesco de Vox envuelve lo realmente peligroso: su más que probable intención de sacar a nuestro país de la Unión Europea, una organización internacional que estorba al partido ultra en su objetivo de implantar una España autoritaria, encerrada en sus costumbres y creencias más atávicas, aislada del mundo exterior. Por esa razón Vox cree que los juzgados europeos son una patraña y que sus decisiones suponen “un ataque a nuestra soberanía nacional, a la Constitución y a la unidad de la patria”, tal como ha asegurado el portavoz ultra en el Congreso de los Diputados, Iván Espinosa de los Monteros.
En realidad Espinosa dice estas cosas porque no cree en Europa ni desea una Unión Europea moderna, fuerte y unida. Espinosa cree en la autarquía, en la España del cura, el alcalde y el guardia civil como únicas y supremas autoridades, en aquel país africano que empezaba en los Pirineos y que estuvo cuarenta años secuestrado entre sus propias fronteras. Lo que busca Vox (pero todavía no lo dice abiertamente para no asustar demasiado a las puertas de unas más que probables nuevas elecciones) es la vuelta a la peseta con la efigie de Franco a ser posible, a la España una, grande y libre, a los juicios sumarísimos sin garantías procesales ni normas internacionales de ningún tipo. El retorno a la España provinciana de espaldas al mundo, en fin.
El plan de Vox es sacarnos primero de la UE, luego de la ONU (cuyas resoluciones también empiezan a tocar las narices elitistas de los ultras) y, cómo no, de esas Cumbres del Clima organizadas por ecopijos y comunistas.
La entrada de España en Europa fue una gran conquista de los españoles que nos libró del subdesarrollo, del botijo y del burrotaxi, y que nos hizo auténticamente europeos quizá por primera vez en nuestra historia. Aquel hito sin precedentes corrigió muchos de nuestros fatales errores del pasado, como aquella extraña singularidad étnica y geográfica del Spain is different que promovió Fraga en los sesenta para desarrollar el turismo y que en realidad no era más que el complejo de inferioridad de un país política, económica y socioculturalmente atrasado tras cuatro décadas de represión y dictadura.
Los jueces de Luxemburgo que han condenado a España, dándole la razón a Junqueras, son también nuestros jueces, no unos jueces extranjeros ni unos jueces enemigos que vienen a decirnos lo que tenemos que hacer, como insinúa Espinosa de los Monteros. Por fortuna, esos magistrados con peluca blanca que hablan en francés forman parte intrínseca de nuestro ordenamiento jurídico. Respetar sus decisiones nos afianza como verdaderamente europeos. Y nos aleja de aquellos bárbaros peludos, bajitos y cejijuntos del sur que andaban todo el día con la boina puesta, de tejerazo en tejerazo y de guerra civil en guerra civil. Ese retorno al feudalismo, a la taifa alambrada y al campo de batalla es lo que parecen estar deseando permanentemente estos fanáticos pseudomilitronchos de Vox que no han pisado una trinchera en su vida y que, en su delirio de tebeo infantil, sueñan con tomar el Peñón para darle estopa a los ingleses.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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