(Publicado en Diario16 el 7 de enero de 2020)
Pese a las infames
intrigas y conspiraciones que quedarán para la historia y para vergüenza de la
ultraderecha y de la ultra ultraderecha, habrá Gobierno de izquierdas por solo
dos votos (167 frente a 165). Pedro Sánchez será presidente; Pablo Iglesias
vicepresidente. Y se ha conseguido, no lo olvidemos, gracias a una diputada
enferma de cáncer, Aina Vidal −que ha dado toda una lección de vida y de
generosidad al acudir a votar−, y de los grupos minoritarios regionalistas y
nacionalistas, que han sabido estar a la altura mientras Pablo Casado e Inés
Arrimadas se bunkerizaban negando la abstención necesaria para desbloquear la
grave situación por la que atravesaba España. Allá ellos, su futuro político es
más que incierto y probablemente terminen sus carreras siendo devorados por
Vox.
Pero esa es otra
historia. Hoy han sido derrotados los fanáticos, los nostálgicos del pasado,
los tristes rencorosos, los que patean el escaño, los que prefieren embestir en
lugar de debatir, los que no entienden de qué va esto de la democracia y no
saben hacer otra cosa que destruir, insultar y estigmatizar al rival político.
Es un gran día para los demócratas por encima de matices y diversidad de ideas.
Por un momento llegamos a pensar que nunca más volveríamos a ver unida a la
izquierda española, consumándose la mayor de las tragedias para el país.
Afortunadamente, aunque tarde, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias han sabido
rectificar a tiempo. A partir de mañana tendrán que remangarse y ponerse a
trabajar. La tarea es inmensa y algunos problemas parecen irresolubles. Urge un
programa social de recuperación del Estado de Bienestar que ya no puede esperar
más porque millones de españoles necesitan que su Gobierno se preocupe por
ellos. Y diálogo, mucho diálogo en Cataluña.
A nadie se le escapa
que el nuevo gabinete nace débil, sietemesino, inmaduro. A ambos líderes de la
coalición PSOE-Unidas Podemos les tocará fortalecerlo con la confianza mutua y
la suma de esfuerzos. En contra tendrán a los poderes fácticos de siempre: la
oposición ácida y corrosiva de una derecha asilvestrada, tóxica, ciega de odio
y temerosa de perder sus privilegios; una élite empresarial y financiera
poderosísima dispuesta a torpedear cada acuerdo que adopte el Consejo de
Ministros por el bien del pueblo; una Iglesia que vuelve a las andadas del
nacionalcatolicismo medieval y un franquismo sociológico que retoña con fuerza.
Y luego estarán las tensiones internas del primer Gobierno de coalición de la
historia de la democracia. En el PSOE algunos se han tapado la nariz para ver
investido a Sánchez. Los presidentes de Castilla-La Mancha, Emiliano García
Page; de Aragón, Javier Lambán; y de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, son
los únicos presidentes autonómicos socialistas que no han acudido este martes
al Pleno del Congreso para presenciar en directo la investidura de su
secretario general. Significativo, muy significativo. También habrá que ver
cómo encajan las piezas de ese puzle socialista-podemita. Si Sánchez e Iglesias
logran aparcar sus personalismos y egos incompatibles, el Gobierno tendrá más
recorrido. Podemos va a colocar a varios ministros en el poder por primera vez
tras la histórica revolución social que supuso el 15M. ¿Sabrán adaptarse al
sistema? ¿Renunciarán definitivamente a asaltar los cielos abrazando un
pragmatismo necesario cuando se tiene la responsabilidad de gobernar pero
siempre peligroso?
Preguntas todas ellas
inquietantes que ponen de manifiesto la precariedad con la que nace el nuevo
Gobierno. Pero qué demonios, aunque solo sea por un día, disfrutemos del
espejismo de que todavía hay una esperanza. La izquierda ha sabido estar unida
frente al monstruo y lo ha sabido derrotar. Ese es el camino, esa es la lección
que deben aprender Pedro y Pablo. Juntos somos fuertes; divididos ganan ellos.
Sí se puede.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
No hay comentarios:
Publicar un comentario