El juez Ruz, después de cuatro años (por fin, aleluya) ha decidido entrullar a
Bárcenas ante el riesgo de que se pegue una puerta. Es una medida justa y acertada
(aunque tardía) pero mucho nos tememos que el eficiente magistrado arriesga
un tanto al enviarlo a Soto del Real. Allí le esperan Díaz Ferrán, De Cabo y otros
magnates mangantes. Todos juntos y revueltos y ahora con un tesorero de asesor.
Qué peligro. Tanto pájaro financiero en un mismo palomar, y con tiempo para
pensar nuevos negocios en la soleada piscina, es un riesgo innecesario para la estabilidad
económica del país, para la prima de riesgo, para nuestros violentados
bolsillos. Por eso, en lugar de agruparlos, lo más lógico hubiera sido
dispersarlos, como a los boys de ETA. A fin de cuentas son también terroristas,
terroristas económicos, pero terroristas. Mercenarios de la pasta que han
llevado al país a la crisis, al desastre, al crack. No quiero ni pensar la que
se puede preparar en Soto del Real. Aquello va a ser un congreso nacional de ingenieros del desfalco. Bárcenas, tesorero del penal; Díaz
Ferrán, presidente de la patronal penitenciaria; y otros ludópatas del chanchullo
fácil, vocales ayudantes. Un polvorín, ya digo. En un par de semanas, trabajando fuerte en el
patio de la prisión a la hora del recreo, el tesorero y sus discípulos emprendedores
montan una Rumasa con la merienda de los presos, refundan el PP (“Por
la Pasta”, buitre rampante en lugar de gaviota) y levantan otro imperio suizo
con los sobres sobrantes que no encuentra la Policía. Ingresar a Bárcenas en
Soto del Real es un error, un riesgo peligroso para la seguridad nacional, es como
meter a un traficante de drogas en una clínica de Proyecto Hombre, y en un par de semanas el traficante se ha camelado a media cárcel con la
golosina de los sobrecitos, un sobre aquí, otro allá, sobres para todos, justo ahora que se estaban desenganchando los chicos, y así todos yonquis del dinero otra vez. A poco que se prolongue la prisión
provisional, Bárcenas y Díaz Ferrán abren una agencia de viajes. Colocan el
cartel luminoso de Marsans en la puerta de la cárcel y ponen a los presos que están de permiso a trasegar maletines por el mundo, por las Islas Caimán, mayormente. No
quiero ni pensar en la de corruptelas y cosas malas que puede llegar a hacer Bárcenas en una
prisión con piscina, pista de pádel, gimnasio y tiempo libre. Si se lo
propone, el tesorero del PP tira de la manta y se carga a todo un Gobierno, o monta una exposición con sus cuadros de
baratillo, o instala una estación de alpinismo en los jardines de la cárcel (levantarse miles y ochomiles es el deporte que más le va al tesorero). Si dejamos hacer negocios a Bárcenas con los fulanos de la trena, terminan colocando unas preferentes a los funcionarios y
nos los dejan a todos en cueros, como a esos contribuyentes gallegos que se han
despelotado en protesta por el agujero de Bankia. Que se anden con cuidado en
Soto del Real, que un Bárcenas herido y rabioso reflota la Gurtel, organiza otra visita del Papa y hasta otra boda de Estado con Berlusconi de padrino. Al loro el alcaide de la prisión, que Bárcenas le hace una peineta y después le mete un sobre
preñado de quinientos en la americana, como anticipo de la mordida. Podemos hacer la
vista gorda a la piscina, a la celda de seis metros cuadrados con televisión de
plasma, a los condones y demás privilegios (aunque se merece la torre húmeda y sórdida del Conde de Montecristo, con
grilletes, bola en el tobillo y soguilla). Pero por dios y por la virgen, que
no le dejen hacer más negocios turbios, que nos vende lo poco que nos queda de España.
Imagen: Cuatro