jueves, 13 de junio de 2013

MESSI


A Leo Messi unos inspectores de Hacienda probablemente madridistas lo han empapelado por defraudar tropecientos millones al fisco. No vamos a entrar aquí en la talla mundial del rutilante astro argentino (para eso están los tertulianos del furbo, que aburren más que los otros) pero no podemos pasar por alto un hecho tan feo y antiestético como escamotear el sufrido parné de los contribuyentes. Hace tiempo que venimos diciendo que las vedettes del deporte y las culturetas tienen que apoquinar los impuestos aquí, en España, como todo hijo de vecino, llámese Messi, Cristiano o Ateo. Pero el que más y el que menos mueve sus dineros excesivos por paraísos lejanos, por Miami, Suiza o las Islas Caimán, y eso no puede suceder si queremos aspirar a un país serio. Ahora los ultras se echarán a la calle y abrirán una cruzada esperpéntica para reparar la afrenta al pibe, como si el pequeño delantero fuera un líder africano encarcelado injustamente. Pobres diablos, ellos malviviendo con un subsidio de empleo de mierda y defendiendo a un millonario evasivo. Así son las masas orteguianas. Irracionales, descerebradas, ágrafas. A mí encanta ver jugar a Leo, sus regates imposibles de conejo escurridizo, su juego de dibujos animados, cómo escapa entre una selva de piernas asesinas. Todo eso está muy bien. Pero una cosa es el juego y otra muy distinta jugar con el pan de nuestros hijos, que adelgazan y caen desmayados en las escuelas. Hasta ahí podíamos llegar. El paro es ya una poliomielitis que va a dejar mucho niño etiopidizado en los próximos años. Con los impuestos que supuestamente ha evadido Messi se pueden pagar muchos desayunos y nocillas en el comedor escolar y han hecho bien esos inspectores de Hacienda en meterle mano a la cartera del idolatrado futbolero del Barsa. Messi es una nueva versión de Maradona (sin el aderezo de la coca), un remake que ya hemos visto antes, solo que mejorado, remasterizado por el fútbol globalizado y ultracapitalista del siglo XXI, que ha perdido ese lado romántico que nunca debía haber perdido. El otro día revisé "Evasión o Victoria" y se me caían las lágrimas al ver a aquellos dioses del panteón futbolístico como Pelé, hombres de verdad (hasta eran capaces de hacer buen cine) y no niñatos de pelo depilado especializados en finolis anuncios de champú. Claro que entonces estaba John Huston para dirigirlos y ahora ya no quedan directores como él. La verdad es que no queremos ensañarnos con La Pulga, nos cae bien el chico, y su supuesto desfalco quizás haya sido un despiste, un desliz de juventud (dicen que era el padre el que le llevaba las cuentas) pero un jarabe a tiempo es más que necesario para controlar esta epidemia de codicia que se extiende por el mundo. Ahora se ha sabido que Urdangarín y la Infanta naranja se inventaban trabajadores fantasma para sus empresas fantasma. Será que no tenían bastante para vivir cien veces, pobreticos. Ellos sí que quedarán como fantasmas monárquicos del pasado, como esos retratos olvidados y polvorientos de los castillos que mueven los ojos por los siglos de los siglos. La ley debe ser igual para todos y no podemos tolerar que una estrella del fútbol, por muy genial y simpática que sea, se convierta en un pequeño Bárcenas idolatrado por los niños que corretea en alegres calzoncillos por el césped dominguero. Leo que pague lo que debe, que siga haciéndose de oro con sus balones de oro y que continúe maravillando al mundo con sus golazos de ciencia ficción (tampoco es cuestión de quemarlo en la hoguera al chico). Y de paso que investiguen las cuentas de la otra estrellita, la estrellita blanca de pectoral praxiteliano y tupé poligonero. Seguro que esos inspectores valientes le pillan algo. Vaya jeta. 

            

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