lunes, 10 de junio de 2013

LA AUSTERIDAD


Primero fue Arias Cañete aconsejándonos la ducha fría mañanera, a pelo, en plan kamikaze. Luego a Glez. Pons se le ocurrió mandar a nuestros jóvenes a buscarse la vida al extranjero, parados por el mundo, todos a Alemania, que es tan española como un barrio de Vallecas. Después la ONU nos aconsejó comer cucarachas al pil pil, que por lo visto tienen más hierro que las judías, las jodías. Y ahora un informe de no sé qué experto concluye que la administración pública se ahorraría cincuenta millones de euros sustituyendo las botellas de agua mineral por agua del grifo corriente y moliente, insípida, sobria. Esas son las medidas geniales, brillantes, que propone el gran capital, el ultraliberalismo rampante que campea por el mundo, para sacarnos de la pertinaz crisis. Y mientras nuestros gobernantes se ríen de nosotros y nos toman el pelo, tenemos que ver cómo nuestros hijos caen desmayados en las escuelas porque no tienen un mendrugo de pan que llevarse a la boca y ya comen como pajaritos. Estamos apañaos. Cada día nuestro gobierno, u otros supragobiernos internacionales y merkelianos, lo mismo me da, nos sorprende con una propuesta más surrealista y kafkiana. No sabemos cuál será la siguiente ocurrencia del Dúo Dinámico De Guindos/Montoro. Pero por si acaso se quedan en blanco, como nos pasa a veces a los columnistas, allá va un catálogo de posibles ideas para ir profundizando en las políticas de austeridad. Para empezar, podríamos dejar de lavar la ropa sucia y volver a aquello tan económico y españolazo de los gayumbos de segunda mano, es decir, lo amarillo "palante" y lo marrón "patrás". De esta manera nos ahorramos mucha pela en agua y Ariel, recuperamos al denostado macho ibérico de feromona recia e infalible y atraemos otra vez a las suecas, que visto cómo está el patio, con esta vuelta a la España de posguerra, vuelven a ser la gran industria nacional. Luego, para reducir el déficit y eso, quitamos el bidé y el escusado de los hambrientos hogares españoles, inventos demasiado franchutes y sibaritas, y recuperamos el orinal, dompedro, perico, bacinilla o bacín, un utensilio que gasta menos agua y está más en la tradición castellana del Quijote, o sea que es más nuestro y más austero. El orinal, una vez usado, se mete bajo la cama, como hacían nuestros abuelos para no pelarse el culo con el relente de la corrala, y al día siguiente el material orgánico de desecho aprovecha en abono de parques y jardines, algo secos y mustios (con esto del ahorro no los riega ni dios). Siguiendo con las políticas de austeridad tan cacareadas por el Gobierno Rajoy, podemos vender el coche y pasarnos a la burra barata, que da leche de vez en cuando y no contamina. Así ahorramos en gasolina y en un futuro la mula puede servir de burro-taxi para el turismo americano, americanos os recibimos con alegría. Con estas medidas España se va resituando en su tradición de pueblo secularmente atrasado y austero, que es lo que la derecha, la Iglesia y la banca pretenden para seguir llevando el bastón de mando. Por ideas no debe quedar, y se me ocurre que podemos tirar la televisión al cubo de la basura, total para lo que sirve. De esta manera nos ventilamos la factura de la luz y potenciamos el polvete rápido y misionero que, con tanta tele, aquí no procrea ni el tato y Rouco ya está nervioso porque no se cumple el mandamiento bíblico de creced y multiplicaos. Como se ve, algunas de estas medidas no solo mejoran la economía nacional, sino la relación Iglesia-Estado, tan deteriorada últimamente por la herencia socialista de la boda gay, Zapatero rojo, mariquita, masón. Hay muchas otras iniciativas que se nos quedan en el tintero, pero que bien podrían llevarse a cabo para que el pueblo siga siendo austero. Un suponer: cambiar el jamón ibérico por la suela de zapato chapliniana, volver al trueque de la gallina por la cabra, regresar al botijo paleto o directamente comer mierda, como aquel coronel de García Márquez que no tenía quien le escribiera. Eso sí, los sobresueldos de Bárcenas ni tocarlos. Hasta ahí podíamos llegar, hombre.


       

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