Hace unos años, un distinguido arquitecto cuyo nombre me reservo me dijo muy confidencialmente: "Calatrava es un bluf; la Ciudad de las Ciencias terminará hundiéndose". Y mira por dónde, hoy se está hundiendo. Los ladrillos de todos esos edificios futuristas que el arquitecto valenciano levantó en los años del pelotazo fenicio no aguantan, tiemblan, se caen a trozos mientras el Gobierno valenciano se pone muy tarasca y digno y anuncia inminentes querellas contra el famoso diseñador. ¿Pero qué querellas ni qué milongas, habría que preguntarle al honorable Alberto Fabra? ¿Estaría el president dispuesto a llevar a los tribunales todos los sobrecostes, las facturas, las comisiones, los supuestos pelotazos que se han dado a costa de ese complejo faraónico símbolo de una época de derroche y despilfarro? ¿Tendría su señoría el valor suficiente para poner encima de la mesa de un juez todos los desmanes que se han cometido en la construcción de ese monumento babilónico? No nos venda la moto, molt honorable, y no nos haga hablar de su gestión, que para eso ya está el ácido Cronista Montañés, un par de blogs más adelante. Que Fabra sea el gestor más idóneo y competente para salir de esta crisis está aún por ver (dejemos que sea la Historia quien lo diga) pero a fecha de hoy una cosa ya ha quedado demostrada: que es un gafe de los buenos. A Albertito últimamente se le hunden los titanics de la Valencia más opulenta y vanguardista: se le hunde la banca, se le hunde la televisión autonómica, se le hunde el Valencia Club de Fútbol con todos sus fichajes y sus jeques chinos de Singapur y ahora se le hunde la Ciudad de las Ciencias, icono de la valencianía del derroche, el lujo pijo y la horterez. A poco que se descuide, se le hunde también el Miguelete, Dios no lo quiera. Calatrava no engañó a nadie y los engañó a todos. Calatrava es la mezcla perfecta de vendedor de crecepelos y pequeño Einstein de la arquitectura posmoderna acostumbrado a doblar traviesamente el espacio y el tiempo con sus geometrías no euclidianas, un mago de la física que deja boquiabierto al político rústico y paleto (el que maneja el pastizal) con cuatro bocetos rápidos, dos brochazos mal dados y unos azulejos fijados con Pegamento Imedio. Luego, al poco tiempo, los azulejos se despegan y claro, se caen a cachos en solemne mascletá, pero para entonces el maestro pirotècnic Calatrava, judío errante él, ya está lejos, muy lejos, en New York o en Oslo, arrastrando la saca repleta de dinero y el cartapacio lleno de petardos, levantando resbaladizos puentes venecianos y rascacielos como frágiles castillos de naipes, deslumbrando al mundo con sus edificios imposibles de ciencia ficción sacados de la infantil Guerra de las Galaxias. Porque Calatrava, como buen artista fallero, no levanta cemento aburrido, él levanta sueños de grandeza que arden como hogueras, sueños millonarios que vuelan con el aire y con el tiempo y que terminan cayendo como la ceniza y el polvo, abrasando consigo a los ninots, o sea a los políticos trincones. Su hierro retorcido que desafía a la ley de la gravedad ha sido solo una ilusión, la metáfora cruel de la edad del loco ladrillo, un ladrillo que acaba derritiéndose como un helado en la playa y convirtiéndose en un fraude, en un churro valenciano, en un truño. Si Fabra tiene que cerrar el Palacio de la Ópera calatraviano porque hay goteras peligrosas que lo cierre cuanto antes, no sea que una teja futurista y homicida le abra la testa a un guiri despistado. Y que ponga ya el cartel de ruina. Como a su gobierno.
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Me entero por Infolibre de que el señor Blesa, cuando era el mandamás de Caja Madrid, quería apropiarse del agua de los ciudadanos, el agua sagrada del Canal Isabel II (con el previo consentimiento y enjuague del PP, of course). Qué pájaro. Aquí, si nos despistamos un poco, nos roban el agua y hasta los calcetines andando. Cualquier día abrimos el grifo y nos sale la mano manicurada de un banquero con gemelos de oro exigiéndonos el diezmo del agua. Éste es un Gobierno que está jugando ya con las cosas del comer. Con el pan de los parados, con el agua, con la luz. Todos preparamos la cogorza de Nochevieja, el hermoso y dulce colocón al borde del abismo, pero miramos con miedo y de reojo al calendario, a la espera de que Montoro y sus boys nos metan por retambufa el facturón de la luz, un megavatio que nos va a dejar fundidos, zoom, zoom, faradio, faradio, como decía la loca aquella de la bola de cristal, allá por los añorados y felices ochenta. Tenemos un Gobierno que primero nos mata de hambre y luego nos mata de frío, así que nos está matando doblemente, para que no haya dudas. El facturón lo tiene que pagar el ciudadano mientras empieza a respirarse un ambientazo de que aquí no ha pasado nada: Blesa era un señor que iba por ahí cazando osos sin hacer daño a nadie; Matas un buen chico que se dedicaba a levantar palacetes mallorquines por pura afición; Carlos Fabra solo era un inocente moroso adicto a los aeropuertos; la Infanta firmaba lo que le decía su hombre (simplemente se casó y fue sumisa, como aconseja el libro del Arzobispado de Granada ) y en ese plan. Los ricos se calientan con vino gran reserva mientras el sufrido peatonal tiene que pagar cada voltio de electricidad a precio de barril de petróleo. Rajoy no pinta nada al lado de unas multinacionales que cada año subastan nuestra energía, nuestra cartera y nuestras vidas. Para los grandes magnates de las hidroeléctricas los ciudadanos no somos más que fusibles que se encienden y se apagan como lucecitas de un macabro árbol de Navidad. Ya va siendo hora de pensar en nacionalizar las cosas básicas de la vida porque todo está demasiado privatizado. Todo menos la corrupción, claro, que es pública y notoria. Eso sí, para el nasciturus de Gallardón todos los derechos constitucionales están plenamente reconocidos y garantizados, pobretico el nasciturus, es tan tímido y calladito él... En esta España contrarreformista, nacionalpepera, opusina, fachorra y pobre se garantiza todo el derecho a la vida de un cigoto etéreo, celular, licuado, mientras al pobre mendigo con cartela de carne y hueso, al pobre rico en infortunios y miserias, se le arroja al infierno sucio del Metro, o a la soledad fría y tecnológica del cajero automático, y a otra cosa butterfly. Hasta Portugal, secular culo de Europa, se ríe ya de nuestro atavismo primitivo y se frota las manos con el negocio que van a hacer sus clínicas importando embarazadas low cost para extirparles el mal y la cartera. Portugal va a ser el santuario de Lourdes de nuestras preñadas de renta baja, solo que sin virgencitas milagrosas ni cojos dando la vara por ahí, mientras las pijas del barrio de Salamanca se rajan el útero y se liposuccionan, dos por uno, entre martinis y sesiones de rayo uva, en los grandes balnearios del aborto. Éste es el triste panorama que nos aguarda en 2014: el ciudadano congelado de empleo y sueldo, el ciudadano calentándose al lado del brasero, el ciudadano apagado, sin luz, y nuestras mujeres dando a luz como conejas de las milicias femeninas, en fila de a una, en formación, un, dos, un, dos, pariendo, pariendo por Dios y por España, que hay que llenar el país de niños, que hacen falta más niños del hambre corriendo descalzos por la calle, a ver si el Banco Europeo se da cuenta de una vez de que esto es un solar, un cuarentañismo sin aguilucho pero con gaviota. Llega el cotillón de fin de año, la traca final. El baile de los ladrones, los Blesa y Matas tocándose la zambomba a dos manos por las calles de España, los jueces expedientados por hacer bien su trabajo, las campanadas del fraude y la mentira. La farsa de la democracia. La farsa de España. Solo faltaba Raphael dándonos el coñazo.
Me dice una amiga que ella es un poco Mister Scrooge y que no tiene ningún espíritu navideño. No se lo reprocho. Nos pasa a muchos en mayor o menor medida. Cuando Dickens escribió su famoso Cuento de navidad, la humanidad aún tenía esperanza en un futuro mejor y las gentes seguían creyendo en valores eternos, platónicos, aunque un tipo bigotudo y sifilítico como Nietzsche estaba a punto de nacer para matar a Dios y jodernos la marrana todavía más. Hoy ya no creemos en nada que no sea una jugosa oferta de dos por uno en el Carreflús y en nuestro amado plasma 3-D que nos tiene enganchados como idiotas a la telegili y a los braguetazos de Amador Mohedano. Nos han robado la fe en la religión, en la política, en la Justicia, en la Agencia Tributaria y hasta en Leo Messi, lo cual parecía imposible. En algún momento de la existencia humana alguien nos dijo que era mejor abrir los ojos, dejarse de moñadas y zarandajas navideñas y vivir una existencia material, cínica y nihilista, que por lo visto era el buen camino para alcanzar la felicidad. Enterrar el idealismo, la moral, los valores, fue un craso error, y así como el avaro señor Scrooge terminó sus días horrorizado por los fantasmas de la Navidad y llorando ante su propia tumba, así el ser humano va camino de arruinar lo poco de bueno y noble que hay en él. No se trata de ponerse en plan cursi a estas horas de la noche y de hacer un elogio infumable en defensa de la Navidad (una fiesta que por otra parte ha quedado para ganancia de El Corte Inglés, eso ya lo sabemos todos) y mucho menos después de escuchar que a la mujer del presidente de Madrid la han imputado por trincotrilar en áticos marbellíes y de que la Espe, verso más suelto que nunca, le haya susurrado al juez que Rajoy estaba al tanto de los pelotazos de los peces gordomadriles de la Gurtel. Pero es que España entera está llena de señores Scrooges vendidos a ese materialismo infecto que nos prometía la justicia y la libertad y que no produce más que familias rebuscando en la basura, enfermos y jubilatas que se calientan con la hoguera gitana, parados de eterna duración y fariseismo desbocado y neoliberal a calzón quitado. Hoy el señor Scrooge es el señor Blesa remojándose con champán en su mansión victoriana mientras el juez Elpidio, que quería emplumarlo justa y honradamente, ha perdido su trabajo. Hoy el señor Scrooge es ese Bárcenas que ofrece a la Justicia más páginas del serial pepero a cambio de que le deje volver a casa por Navidad, como aquel plasta del turrón. Hoy el señor Scrooge es también Jaume Matas, que espera ansioso su regalo de reyes infame en forma de indulto. Seguramente, todos estos Scrooges de la vida han olvidado ya las cosas cursis de la infancia navideña; el aroma sabroso y caliente del honrado pavo trinchado por madres alegres gordas de bondad y generosidad; aquel primer juguete barato que le dio el gozo y la felicidad absoluta, como ocurría con el trineo Rosebud orsoniano; el primer beso inocente bajo la nieve de la chica de los guantes rojos y los ojos llenos de amor. Todos sabemos que el mundo nació de una explosión sideral, que el hombre viene del mono o al revés y que han descubierto una partícula primigenia que confiere masa a la materia. Los cuentos navideños cosmogónicos a la luz de la lumbre han quedado como viejos fósiles del pasado. Pero nunca perdamos de vista que vivimos en un mundo de magia, que la realidad no existe si no es a través de nuestra mente, que nadie ha estado al otro lado para saber si hay algo más y que la ciencia se equivoca una y otra vez. Que todo, hasta el sueño más descabellado, es posible en este Universo extraño y fascinante. Es cierto, odio la Navidad falsa, hipócrita, consumista, pero amo la idea utópica de la Navidad. Sé que todo es un cuento chino que nos han ido contando, monolíticamente, sin enmiendas, de generación en generación. Pero nos guste o no, esta mentira dulce y cruel que es la Navidad, este mensaje de paz, bondad y solidaridad entre las personas y los pueblos es lo único que nos diferencia de los señores Scrooge que van por ahí arruinando la vida al personal. La Navidad nos hace hombres y mujeres de verdad. Nos diferencia de las bestias y las alimañas del dinero. Así que esta noche pondré el mismo disco de villancicos de Sinatra de cada año, veré Qué bello es vivir como cada año y brindaré tontamente, absurdamente, por los buenos sentimientos, como cada año. Ésa será mi peineta sana hacia los señores Scrooge que dirigen los destinos de la Tierra. Feliz Navidad.
Imagen: masalladelcine.blogspot.com
Hay noticias que producen estupor y furia (la familia sevillana muerta por una sobredosis de comida caducada); noticias que producen hilaridad (el arquitecto de Génova 13 entrando en la Audiencia Nacional con el casco de moto en la cabeza para que no le vean la jeta); y noticias que producen nostalgia, como la muerte de Joan Fontaine, Peter O'Toole y Lolita Sevilla, todo en uno. Hay algo extraño y mágico en el mundo del cine que hace que las estrellas nunca se vayan solas. Siempre mueren de dos en dos y hasta de tres en tres, como si el dios del celuloide quisiera concederles el último deseo de acompañarse entre ellas en una función final camino de la eternidad. Fontaine fue la rubia frágil e insegura, la rubia inteligente (también las hay) que enamoró al gordo/salido Hitchcock. Sus papeles de mosquita muerta elegante y casi frígida que las mataba callando gustaban mucho al personal y una de sus películas inmortales, Rebeca, terminó dando nombre a una prenda de vestir. Ponte una rebequita, nos decían nuestras abuelas cuando salíamos por la noche, a las fiestas del pueblo, para hacer maldades con las mozas. De Lolita Sevilla qué podemos decir. Que puso gracia, arte y salero a la Coplilla de las divisas, aquello tan típico y español de Americanos os recibimos con alegría, la canción de Bienvenido Mister Marshall, una película más vigente que nunca. Deténgase el sufrido lector de este blog en el fotograma en el que Pepe Isbert, Manolo Morán y la propia Lolita Sevilla entrelazan sus brazos y enfilan alegres y contentos por el pueblo para recibir al señorito yanqui, sustituya a esos grandes actores por Rajoy roneando en andalú, por Montoro con sombrero de Vinos Tío Pepe y a la Cospe muy pizpireta ella con su faralá y su peineta españolaza y tendrá el vivo retrato de un país que sigue esperando la llegada del Marshall de turno. Nada ha cambiado desde el cuarentañismo, salvo que hoy el amigo americano ya no trae leche en polvo de la NASA para los niños de la guerra y de la polio sino más bien el tocomocho del parque temático, como el fulano ése de Eurovegas que quería comprar España a golpe de talonario enfangado de whisky, juego y putas. Vivimos un déjà vú histórico, ya lo hemos dicho aquí otras veces, y hemos vuelto a la posguerra del pueblo llano viviendo la miseria de la manta y el brasero, la miseria de cartón y hojalata, la miseria de las latas caducadas y botulímicas que fumigan españoles como moscas, mayormente parados y miserables. Nuestra derecha patria sigue creyendo en el mito berlanguiano del papá yanqui que llega de la USA opulenta para rescatarnos de la pobreza monástica, negra, secular. Solo que esta vez el yanqui no llegará porque se ha largado con los asiáticos, que en cuestión de lujo se lo saben montar mejor, y el Gobierno se ha quedado sin su gallina de los huevos de oro de Minnesota. Así que a trabajárselo mejor, señor Rajoy, no todo va a ser echarse la siesta gallega y fumarse los puros de Moncloa (que ya no quedan puros para las visitas, oiga, un poquito de por favor) no todo va a ser esperar camastronamente a que llegue el sindicato del crimen americano a resolver los problemas de la España rota por la penuria y los levantiscos de Esquerra. Fontaine y Lolita Sevilla son dos grandes pérdidas, sin duda. Pero a mí la que más me duele es la muerte de Peter O´Toole. Nunca olvidaré cuando vi Lawrence de Arabia por primera vez en pantalla de cine, cinemascope y todo color. Una obra inmensa, épica, emotiva, colosal. Fue ese aventurero de ojos rabiosamente azules quien me enseñó que el hombre siempre está solo frente a su destino, que la soledad puede ser un desierto abrasador. Todo eso y una frase mítica: "Nada está escrito".
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Anda el ministro de Hacienda, señor Montoro, a la gresca contra la oposición, contra sus propios funcionarios, contra la prensa, contra el mundo, contra todo lo que se menea. Parece que últimamente se haya propuesto hacer honor a la mitad de su apellido, quiero decir que anda por ahí como un toro corniveleto al que Rajoy ha picado a conciencia para que salga bravito a la arena de las Cortes. Mientras Montoro embiste a diestro y siniestro con su cornamenta política, el Gobierno no habla de lo que realmente tiene que hablar: del indulto bochornoso a Matas que se avecina, del aeropuerto ruinoso el abuelito Fabra, de los estafados por las preferentes, de los desmanes del Duque Empalmado, de los que llevaron a España a la ruina, en fin. Últimamente, cuando Montoro sube a la tribuna de oradores resoplando como un miura no es para rendir cuentas de su gestión pública (que dicho sea de paso es un desastre) sino para montar un festival taurino tras otro, y solo le falta el bombero torero a su lado para que la corrida sea completa. Tanta testosterona política en el señor Montoro nos hace sospechar que ha sido el presidente-monchito (Rajoy es ya como ese muñecón de José Luis Moreno que pone ojos de madera y boca de marioneta en sus discursos televisados) quien le ha dado la orden de ponerse novillerete y encampanado. La mejor defensa es un buen ataque, así se desvían mejor las vergüenzas que se cuecen en la Agencia Tributaria. Y las vergüenzas no son otras que las purgas que el propio Montoro ha iniciado contra los inspectores que multan a las multinacionales del engaño, la caza de brujas que cual general McCarthy ha emprendido contra el nido de socialistas que solo él ve en sus febriles delirios anticomunistas, el escándalo secular de un país en el que sigue habiendo dos Haciendas (una para ricos y otra para pobres) al igual que hay dos Justicias (una para el robagallinas y otra para Blesa) dos Gobiernos (uno para la derecha económica de Bruselas y otro para el pueblo que se muere de hambre) dos Bancas (la que se lleva la pasta a Miami y la que manda a tomar por cofa al ciudadano que pide un miserable crédito) dos libros de contabilidad (el de Bárcenas y el otro) y en ese plan. En España todo es doble (después de la borrachera de dinero negro de los últimos años, lo normal es ver doble) y tenemos un ministro bravucón, bajito y chulito que está majando a los españoles a golpe de impuestazo injusto y facturón a todo gas, que ya hay millones de indigentes energéticos sin estufa y arrimados a la televisión, brasero de pobres. Hacienda es un invento de socialistas y de democracias suecas (tanto pagas, tantos servicios te ofrece el Estado de Bienestar) y por eso con Franco no había Hacienda, que toda la pasta estaba enterrada en el Valle de los Caídos y en el pazo de La Collares, que es quien llevaba los pantalones en la casa. Por eso, a nuestra derecha patria, con su ministro torete a la cabeza, le gusta tan poco que haya inspectores que anden metiendo sus narices en las cementeras del dinero negro. Faltaría más. Unos rojos de mierda no iban a amargarle la vida a los adictos al yate y la piscina. Montoro le corta las alas a unos funcionarios que solo cumplían con su trabajo de husmear en el gran capital y encima amenaza con airear los agujeros tributarios de los medios de comunicación. Está visto que un periodista que hace bien su trabajo es lo que más molesta al régimen pepero que nos mal gobierna. Montoro habla mucho de las deudas fiscales de los periódicos pero resulta que él tiene tres pisos en propiedad y no ha renunciado todavía (que sepamos) a los dos mil eurazos de vellón que da el Congreso por dietas de alojamiento y manutención. ¿No es eso acaso otro pufo monumental? Montoro, ese torito, ay torito bravo, tiene botines y no va descalzo. Descalzos y sin botines nos va a dejar a los españoles este ministro de colmillo retorcido y sonrisa usurera y nerviosa. Y todo porque seguimos votando al mismo señoritismo rampante de siempre, porque España es el único país del mundo donde los obreros son de derechas. Lo ha dicho muy bien Pérez Reverte. Lo de España solo lo arregla una buena guillotina en la Puerta del Sol. Aunque solo sea por asustar.
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El simposio España contra Cataluña: una mirada histórica, está ahondando aún más, si cabe, en la supurada herida catalana. El PP, UPyD y Ciutadans han puesto el grito en el cielo contra un congreso al que acusan de alimentar el odio y la discriminación y amenazan con acciones legales inmediatas. Una exageración irracional, sin duda, que no hace sino dar propaganda a un evento que sin la polvareda mediática hubiera pasado prácticamente desapercibido. Antes de estallar la polémica, ¿a quién le interesaba que cuatro historiadores miopes de hombreras casposas se reunieran para contarse, a su manera, las batallitas de los gloriosos catalanes contra el infame invasor español? Pero una vez más, la derecha montaraz y guerrillera de Madrid ha tomado el camino equivocado: la desmesura, el fanatismo, el drama griego. Cuanto más habla el nacionalismo español de nacionalismo catalán más independentistas surgen por doquier. La acción sólo produce una reacción mayor. Es una cuestión clara de feedback: los independentistas de la Cataluña resentida y provinciana necesitan a los españolistas borbónicos para seguir manteniendo su discurso victimista secular, mientras que éstos precisan una cruzada imperial contra algo, cada cierto tiempo, para justificar su jabatismo, su ADN españolero, revanchista y macho. Ocurre como con el ministro Montoro, que cada vez que habla sube el pan. Dijo aquello de que Hacienda es un "nido de socialistas" (en realidad estaba pensando que Hacienda es un nido de rojos asquerosos) y se montó el pollo del siglo. Normal. Ahora la ha emprendido contra los medios de comunicación, a los que acusa de manipular sus palabras, y la ha vuelto a liar parda. Montoro es un Torquemada que huele la sangre, que necesita la sangre como el comer. Ya lo hemos dicho aquí otras veces, Montoro es un antropófago de la política, un Nosferatu que cada mañana se levanta pensando a quien le hincará el diente ese día: a Rubalcaba, a Pedro Jota, a Leo Messi o a Álex de la Iglesia. Él y Wert debieron criarse en la misma escuela gamberra, comanche. La vida pública española no necesita más crispación, ni más barullo, ni más políticos desocupados diciendo sandeces por ahí. La vida pública española necesita inteligencia, racionalidad, sosiego. Aquella tontería del talante de la que hablaba el utópico Zapatero. Pero claro, estamos en manos de un presidente cuya mente disipada vaga ya por otros mundos, en manos de Mariano, el de la mirada extraña, ida, huidiza. Es evidente que el simposio, una cortina de humo mientras se cocinaba la pregunta para la consulta soberanista, se le ha ido de las manos a los catedráticos de la burguesía de Canaletas. Demasiado cava catalán diurético después de la paella con butifarra es lo que tiene, no es recomendable antes de organizar una charla. Se puede ir la olla y a uno le entran ganas de mear en medio de la conferencia. Pero bien mirado, podría haber sido mucho peor. Podrían haber optado por otros títulos mucho más hirientes y guerracivilistas como: El conflicto contra los putos españoles de mierda; España contra Cataluña: Aplastem al sucio charnego; o Historia del glorioso imperio catalán: la eñe os la podéis meter por el culo. ¿Por qué no? Puestos a sacar los pies del tiesto. Dice la press que al honorable president le ha hecho tilín la orgía antiespañolista de este polémico simposio. Aunque de Mas ya cada vez esperamos menos.
Imagen: cuatro.com
Por mucho que miro y analizo la imagen de nuestro presidente echándonos el sermón de la montaña por el día de la Constitución es que no me lo termino de creer. No puede ser, me digo a mí mismo una y otra vez, no puede ser. Pero sí. Es. Ésa mirada desvaída de lunático ermitaño salido del desierto después de años de ayunos e insolaciones es tan real como la vida misma. Ésa mirada de drogota fumado después de una noche loca de jarana es tan auténtica que produce espasmo y escalofrío. Ésa mirada de testigo enmudecido después de haberse topado con un fantasma de los de Íker Jiménez es tan verídica que infunde tanto estupor como tristeza. No es que tuviéramos en muy alta estima a nuestro líder político de la derecha patria, la verdad. Pero es que después de esto, después de este esperpento de retransmisión televisiva que parece ideada por el mismísimo Rubalcaba para hundimiento del jefe del Ejecutivo, hay un antes y un después. El ciudadano jamás podrá olvidar la cara extraviada del marciano que parecía recién aterrizado en la Moncloa, el rostro impenetrable de un presidente trémulo leyendo de pe a pa un discurso en el que ni siquiera creía ya. Los ojos desconfiados de carterista que esconde algo, la cara desencajada como de querer salir de allí cuanto antes, la boca de absurdo guiñol abriéndose y cerrándose sin ningún fuste. ¿Pero quién movía los hilos de ese muñeco prefabricado? ¿Quién era el ventrílocuo metido en el cuerpo del espantajo Mariano, quién era el demiurgo en la sombra que hablaba por su boca insensata? ¿Aznar, la Merkel, José Luis Moreno, Mari Carmen y sus muñecos? No queremos hacer sangre de un pobre hombre que parecía recién salido del frenopático. Todo el mundo tiene un mal día (y Mariano más de uno). Pero es que ya nunca más podremos verle como el presidente del Gobierno de un país serio y avanzado (a decir verdad, nunca lo hicimos). Ya siempre lo veremos más bien como a Doña Rogelia, como a Monchito, como a Rockefeller el Cuervo. Bien mirado, quizá el presidente del Gobierno no sea más que eso, un engendro de trapo formado por otros cuerpos, una mezcla de esos tres personajes teledirigidos: la vieja desmolada que cuenta cuentos y mentiras en las que nadie cree; el cuervo mensajero de noticias funestas (por lo general recortes y más recortes para el pobre asalariado); el rockefeller que mueve sobres y pasta a mogollón y que ha disparado un 10 por ciento el número de ricos en España; el monchito pijo y bobalicón con mejillas sonrosadas de flipadillo. Ya sabíamos que Mariano era el rey plasta del plasma. Ahora sabemos también que es el rey del teleprompter. Aferrado a la pantalla como a un clavo ardiendo, perdiendo el culo para no salirse del renglón, mirando hacia ninguna parte en lugar de mirar a los ojos del pueblo, Mariano ha dado un triste espectáculo. Siempre fue un chico aplicado que nunca se ha salido del guión escrito por negros más listos que él. Encadenado al guión trazado por los mercados, al guión de Bruselas, al guión de la banca, de la patronal y la Iglesia. Si no, ¿de qué iba a llegar un hombre gris como él a registrador de la propiedad? Pero un país como España no necesita un funcionario que pía lo que otros pájaros le dan por escrito. Un país como éste, hundido en la miseria, zozobrado en la desesperanza, necesita un líder fuerte e inteligente, un político brillante y valiente sin miedo a improvisar buenas ideas, un Franklin Delano Roosevelt que nos saque del crack cuanto antes. Miro a los ojos desnortados de este hombre y no veo a un hombre. Veo a un muñecón, a un fantoche. A un pelele.
Imagen: Un buen amigo.
Cristo, Buda, Gandhi. Y ahora Madiba, Nelson, Mandela. Tres nombres para un solo hombre, tres misterios en uno solo, porque el padre de la nueva Sudáfrica fue un ser enigmático y sagrado, como la Santísima Trinidad. Madiba, el africano fuerte y noble tostado bajo el sol de la tribu; Nelson, el mártir torturado y sacrificado por el Imperio rubio del apartheid; Mandela, el dios eterno, muerto y resucitado para la causa del hombre en una infrahumana prisión de Robben Island. Cada mil años nace un santo
que da su vida por una causa justa, por el Bien platónico absoluto, por la humanidad. El Vaticano debería canonizar con urgencia a este ser único y divino y dejarse ya de beatos fabricados con falsos milagros y odios políticos. Mandela fue un Cristo negro que nació en un Belén con cabañas de adobe y paja, entre negras con pechos de trigo y cánticos tribales, entre antílopes de fuego y panteras nocturnas. Mandela fue el mesías de los esclavos negros, el hombre perseguido, encarcelado y torturado que se hizo un dios forjado a golpe de trabajos forzosos, canteras de sal y celdas de dolor y lágrimas. Veintisiete años entre rejas. Veintisiete. Cualquiera hubiera salido loco de aquella ratonera, loco y con el corazón lleno de odio y con ganas coléricas de matar, pero Mandela, el santo Mandela, salió con una sonrisa de niño inocente y una espada de amor que incendió el mundo. Soportó las más crueles torturas, fue aislado de la sociedad como una bestia rabiosa, recluido en un zulo infecto mientras el hombre blanco hundía sus manos crueles en los tristes diamantes y las damas pálidas se bañaban con sangre de negro. El apartheid fue el régimen político más infame que hayan visto ojos humanos desde que Hitler caminó sobre las montañas de esqueletos en Europa. África la trazó Rhodes con su cartabón ciego y racista pero Mandela la descosió después con su revolución amable llena de alegres tamtanes, pétalos y góspel, con su cabello plateado de gorila blanco, su sonrisa templada y su túnica púrpura de Zeus africano. Fue capaz de vencer la tiranía del hombre blanco con un simple partido de rugby. Tenía el cuerpo aún lleno de llagas y heridas cuando lo sacaron de la trena para abrazar a De Klerk, el mismo bóer de la Holanda manchada de crímenes que le había arrancado el corazón y el alma. Mandela lo abrazó como un hermano y juntos enterraron el apartheid para siempre. Hoy, por fin, hay democracia ateniense entre las tribus negras y los leones rugen con libertad. Ya no hay látigos capataces ávidos como serpientes. Los negros ya no son herramientas, ni yugos, ni palas, ni picos. Todo eso lo ha hecho un dios de ébano con el látigo simple de la paciencia. El tiempo es el mejor arma de la revolución. Veintisiete años tras las rejas, veintisiete años mirando al cielo lento tras los barrotes, veintisiete años soñando el sueño de Luther King, soñando que algún día el negro sería libre. Hoy te rezamos con gratitud, hermano Madiba. Cristo africano.
La mujer de un concejal del PP se ha operado una hernia discal pasándose por el arco de triunfo las listas de espera de los doloridos pacientes. En esencia, podría decirse que eso es lo que nos queda de nuestra gloriosa Constitución del 78, ésa es la mejor síntesis de una carta magna que está herida de muerte: una hernia prevaricadora, una hernia ilegal (más que inguinal), una hernia criminal y prófuga. El puente de la Constitución ha quedado en un día rojo de calendario que ocho millones de españoles (los que aún pueden permitírselo) aprovechan como un permiso penitenciario para evadirse de la prisión de la oficina, ahora que está de moda que los violetas y pederastas campen a sus anchas por las calles. A uno le parece que la hernia ignominiosa de esa parienta popular debería estar penada con cárcel, pero claro, la Constitución no quiso llegar tan lejos, no pudo hilar tan fino. Aquella Constitución la redactaron deprisa y corriendo en la cafetería de las Cortes entre un par de rojos y un par de fachas (más alguno de centro que pasaba por allí y quedaba bien en la foto) porque llegaban los picoletos con las rebajas y todo el mundo al suelo. Pero lo de esa hernia a mí es que me tiene consternado. Un país que no puede poner coto y límite a la ambición sanitaria de una hernia tramposa y enchufada es que no es un país auténticamente digno y democrático. Ahora que celebramos el aniversario de nuestra Constitución (que ya no es aquella jovenzuela progre y liberal que nos seducía en los setenta sino más bien una señora gorda llena de lorzas podridas de corruptelas) los españolitos deberíamos exigir una disposición transitoria que prohibiera a las parientas de los concejales operarse las hernias por la feis. Las hernias se operan de una en una y siguiendo un riguroso orden hospitalario, coño, faltaría más. ¿Qué es eso de andar por ahí sobornando al personal sanitario con alevosía y nocturnidad para operar una hernia recomendada? ¡Tan dolorosa es la hernia de un paria como la hernia insigne de la mujer de un concejal, por mucho que sea una hernia de derechas y tenga mano en Génova! Aquí, en la España del siglo XXI, en la España que celebra una Constitución gripada y griposa que pide a gritos una reforma legal, las hernias deberían tratarse con un poquito de por favor. Libertad, igualdad, fraternidad y equidad de hernias, que todos tenemos derecho constitucional a un matasanos por riguroso orden de lista de espera. A mí que Bárcenas lo trinque calentito, que la Cospe se lo lleve simulado o en diferido, que Cataluña se independice de España (eso sí que es una hernia nacional y secular) o que Montoro prepare una noche de cuchillos largos entre los funcionarios de Hacienda ya me va dando un poco igual, la verdad. Lo que realmente me tiene fastidiado, indignado, jodido, es que haya tráfico ilegal de hernias en los hospitales españoles, que haya hernias de primera y de segunda, hernias ricas y hernias pobres, porque una hernia es una hernia y cuando aprieta el frío polar que nos llega del Bundesbank el dolor duele por igual, con independencia de su carné político. Si queremos que la Constitución sea una ley real de progreso y libertad que goce de la confianza del pueblo y no un simple papel mojado en que nadie cree ya, si queremos hacer las cosas bien en este país de una vez por todas, tenemos que empezar por respetar las hernias ("respetad la polla", decía Tom Cruise en Magnolia) porque una hernia justa para todos debería figurar en la cabecera de la Constitución, junto a los derechos y obligaciones de la Corona (con la cadera preferente del Rey ya tenemos bastante hernia y no necesitamos más hernias privilegiadas) El que quiera operarse de la hernia deprisa y corriendo, sin respetar el año y medio de la lista de espera, que es como la lista de Schindler sanitaria española, que se lo pague, coño. Que para eso van sobrados de sobres.
Lo de Hacienda va camino de convertirse en el escándalo del siglo. Altos cargos que dimiten en bloque por presiones políticas, facturas falsas que se dan por buenas, chanchullos para salvar el honor de la Infanta naranja, ricos como Carlos Fabra que quieren pasar por insolventes para escaquearse de las costas judiciales. Mentiras y más mentiras. El ciudadano ya no se cree aquello tan manido de Hacienda somos todos (en realidad nunca lo creyó, porque Hacienda siempre fuimos unos pocos pardillos) y la conclusión final es que otra institución básica para el funcionamiento del Estado se nos va a pique en un momento. Cada día, el español asiste aturdido, estupefacto, patitieso, a la demolición de un poder público tras otro, un poder que se creía fuerte, eterno, inmutable. Salpicada la Monarquía, enfangado el Gobierno, mediatizada y mancillada la Justicia, solo nos quedaba la inocente ilusión de que al menos nuestro dinero estaba en buenas manos, en las manos honradas y competentes de Nuestra Señora Santa María de Hacienda. Pero por lo visto, ni eso. La Agencia Tributaria era el Corral de la Pacheca, el hotel de los líos, el coño de la Bernarda. Viendo cómo funcionan las cosas en el fisco, a uno le entran ganas de poner la equis en la casilla de la Iglesia y que sea el Papa Paco quien administre nuestros impuestos. De perdidos al río. Aunque bien mirado, ya no te puedes fiar ni de los curas, que luego va y sale uno como el de Borja, carterista y rijoso, descuidero y sensual, y nos despluma a la cándida Cecilia, tan maja ella, tan beata, y con lo guapo que le había quedado el Cristo del Anís del Mono. Todo hace aguas: Hacienda, la Iglesia, los grandes bancos de Wall Street multados por la UE. Ya lo avisó Valle-Inclán: "Antes quemaron las iglesias y luego quemarán los bancos". Hasta ahora, Hacienda era un misterio en las alturas, como el de la Santísima Trinidad, algo sagrado, místico, un pantocrátor invisible ante el que nos sentíamos frágiles y temerosos. Cuando una carta de Hacienda aterrizaba en nuestro buzón era como una maldición bíblica y nuestros esfínteres se aflojaban hasta límites insoslayables. Teníamos miedo reverencial de Hacienda porque, aunque parcial y deficiente, aún confiábamos en su poder legal, numérico, matemático, un poder a salvo de las corruptelas políticas. Pero es que después de saber que todo está amañado en esa santa casa, después de constatar que dos y dos ya no son cuatro, solo nos queda perder la fe de forma irremediable. Un pueblo puede dejar de creer en su rey, en su canciller, en su bandera. Pero cuando deja de creer en sus recaudadores de impuestos todo está ya perdido. Que Hacienda falle supone que todo falla en esta democracia bisoña de vodevil. Sospechábamos que aquí unos ganaban como sultanes y tributaban como mendigos mientras otros ganaban como mendigos y tributaban como sultanes. Sospechábamos que las grandes fortunas patrióticas evadían, huían y se escondían en paraísos más o menos lejanos. Sospechábamos que el fraude fiscal era el gran timo de la estampita nacional donde los sufridos curritos pagábamos el diezmo (más IVA) y hacíamos el papel de pobres tartajas, de tardos paganinis, de tolilis. Pero asistir al espectáculo descarnado de la mentira de Hacienda en vivo y en directo, retransmitido, televisado, produce auténtica vergüenza. Estupor y asco.
Imagen: El Roto
El Gobierno se ha puesto hoy muy gallito porque el paro, según dicen, ha vuelto a bajar en unos cuantos pobres precarios. Por lo visto, aún no han debido contabilizar a los despedidos de Canal 9, ni a los jóvenes que han emprendido el camino del exilio económico, ni a aquellos curritos que, hastiados de esperar un empleo que nunca llega, ya ni siquiera se apuntan al Inem. Este Gobierno (los Montoro boys, más la banca insaciable y la patronal siciliana) insiste en que estamos en la senda de la recuperación económica (la senda tenebrosa, habría que añadir, como en aquella película de Bogart). No dicen nada de las 14.000 toneladas de alimentos solidarios que se han recogido este fin de semana para hacer frente al desembarco de hambrientos invernales pero nos dan en las narices con sus números macro tan optimistas y euforizantes como maquillados y ridículos (no en vano son maestros en el arte de la propaganda goebbelsiana) y con ellos tratan de convencernos de que las reformas van por buen camino, de que España va bien (siguiendo con el viejo aforismo aznariano) de que es preciso continuar con el derribo a saco del Estado de Bienestar. ¡Pero por Dios, si ya no les queda nada que derribar! Aunque los datos que publican fueran ciertos y auténticos (algo que dudamos) la situación tampoco sería como para tirar cohetes, porque los economistas, los pitonisos y los sesudos de la cosa ya han dicho que, a este brutal ritmo de crecimiento de un empleo por semana, España volvería a estar a la altura de los países europeos avanzados en el 2033, más o menos. De aquí a veinte años, o sea. Para el Gobierno, veinte años no debe ser nada, que es un soplo la vida, como diría el pelotudo aquel, pero veinte años de PP a nosotros se nos antoja demasiado tiempo, demasiada condena. ¿Cómo estarán nuestras lorzas, nuestras arrugas y alopecias y el país en general dentro de veinte años si siguen gobernando estos yonquis del neoliberalismo ciego y caníbal? Yo se lo diré, confuso y ofuscado lector de este blog. En veinte años, la Sanidad estatal será un recuerdo del pasado y el ciudadano llorará amargamente al pasar por delante de un hospital público, como lloraba Charlton Heston ante la demolida Estatua de la Libertad en el Planeta de los simios. En veinte años nuestros alumnos serán todos expertos teólogos pero ninguno de ellos sabrá decir de un tirón la tabla del nueve (gracias al escolástico Wert, un zumbado de la letra con sangre entra). En veinte años nuestra renta y nuestros salarios estarán a la altura de los de la República de Nepal y todos andaremos ya por la calle con túnicas anaranjadas y las cabezas afeitadas, budistas de los recortes, pobres de solemnidad, pobres pobres. En veinte años nos habrán recortado hasta el calzón largo de felpa Abanderado (con lo que abriga en este crudo invierno de posguerra que estamos viviendo) y nos caldearemos a la vera de hoguerillas gitanas en medio del salón (que la factura energética no habrá quien la pague). Veinte añazos más de PP serían sin duda como cuarenta años de franquismo, con TVE machacando telediarios amañados, Rajoy balbuceando sus gallegadas infumables y Ana Botella soltando sandeces ágrafas y castizas. Dentro de veinte años no sabemos si habrá pleno empleo, pero seguro que Bárcenas sigue todavía en el trullo (de ahí no lo sacan mientras no se retracte de sus papeles apócrifos, cual vulgar hereje de la derechona hispánica), Alberto Fabra seguirá perdiendo el culo delante de los despedidos de Canal 9 y los de la Gurtel continuarán montando las bodas, bautizos y funerales del partido, como siempre. Todo eso ocurrirá en el horizonte de riqueza y bienestar de 2033 que nos promete el PP. Para entonces, Aznar seguirá a lo suyo, a joder España con sus memorias revanchistas y aburridas. Pues yo, esta Navidad, antes que con el tocho coñazo del excaudillo exbigotón, me quedo con el libro de la Esteban. Que lo ha escrito Boris. Ese negro.
Imagen: vozpopuli.es