jueves, 10 de marzo de 2016
EL AIRE DE CÁNDIDO MÉNDEZ
Cándido Méndez se despide tras veintidós años al frente de UGT. Y lo
hace con uno de esos titulares literarios que resultan llamativos,
chocantes, sorprendentes: "Los sindicatos son como el aire, no se notan
hasta que hacen falta". Como metáfora política no está mal, pero cabría
preguntarse: ¿dónde estaba el aire que necesitaba el pueblo cuando lo
asfixiaba el gas tóxico de la maldita crisis? En ocho años de crack
hemos visto de todo: la reforma laboral que nos ha devuelto a los
tiempos del esclavismo, el timo de los ERES que nos ha traído más
millonarios de izquierdas, la aniquilación de la negociación colectiva,
los desahuciados de sus casas, los recortes en educación y sanidad, los
ahorradores desvalijados, el vaciamiento de la caja de las pensiones y
el abandono a su suerte de millones de parados que ya no fichan en el
INEM, sino en los comedores de Cáritas. En todos estos años de fría
posguerra económica, la clase obrera no es que haya perdido solo poder
adquisitivo y unos cuantos decimales del IPC, es que lo ha perdido todo,
hasta el alma, y la clase media ha volado por los aires, dinamitada por
el patrón, que se siente mucho más cómodo en un mundo donde solo haya
ricos estratosféricos y pobres de solemnidad. Y mientras sucedía todo
este sindiós social, mientras se desmantelaba el Estado social de
derecho, ¿dónde estaban los sindicatos de clase? ¿dónde estaba el aire
puro al que se refiere Cándido, ese aire que necesitábamos como el
comer? No había ni gota de aire, todo el país se había quedado
asfixiado, sin oxígeno, porque sencillamente el sindicalismo se había
visto reducido a unas siglas fosilizadas del pasado, a unas reuniones
burocráticas con la patronal y a unos mecheros y relojes de todo a cien
que el sindicato regalaba a sus afiliados por Navidad. Eso por no hablar
de los jamones, chalés y Mercedes que han llegado para muchos con este
sindicalismo español de rifa y tómbola. El señor Cándido convendrá con
nosotros en que esta crisis, esta guerra contra el rico en la que
llevamos metidos ocho años, exigía un ejército fuerte y valiente de
sindicatos combativos, confrontación sin tregua ni cuartel, lucha en la
calle, barricadas, movida obrera, defensa de los derechos adquiridos,
huelgas generales a porrillo y toda la tralla y artillería necesaria
para defender el Estado de Bienestar. Nada de eso sucedió. Los
sindicatos permanecieron dóciles, mudos, impasibles, firmando una tras
otra, y con cara de póker, cada acta de defunción que la patronal de
Rajoy iba poniendo encima de la mesa. Claudicaron ante el chantaje y el
miedo al apocalipsis propagado por el Gobierno, ante la falacia de que
lo primero era evitar el rescate de la UE y la quiebra de los bancos y
luego ya se vería. Dieron la batalla por perdida y ahora solo nos quedan
los cadáveres y los restos del naufragio. Todo se ha perdido ya, los
derechos laborales, el progreso y la justicia social, los valores
sagrados de la izquierda, y encima el PSOE nos ofrece un programilla
moderado para salir del paso, y con la derecha para más inri. No, señor
Méndez, de nada sirven sus discursos vacíos y grandilocuentes en el
momento de su retirada hacia una jubilación dorada, acomodada y segura
que miles de trabajadores jamás tendrán la oportunidad de disfrutar. Era antes cuando necesitábamos el aire fresco de los
sindicatos, no ahora. Ahora ese aire del que nos habla el señor Méndez
nos huele algo rancio. Y a podrido.
Viñeta: Igepzio
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