El debate de investidura se ha convertido en un duelo fratricida entre hermanos de la izquierda mientras la derecha gallega se fuma un puro y goza del momento dulce en el tendido. Ha sido una gran metáfora de lo que es y siempre ha sido España: un cortijo de miserias donde los parias se matan por el pan del señorito. Cuando la guerra civil y aquello, los socialistas se navajeaban con los del POUM, los anarquistas con los comunistas, los utópicos con los pragmáticos, y en ese plan. Fue entonces cuando se perdió la guerra. Aquí es más fácil que el PSOE se entienda con las nuevas generaciones de Ciudadanos que con el camarada de clase de enfrente. Y así nos va. El divide y vencerás sigue siendo la mejor táctica, una estrategia infalible, y el PP la aplica a rajatabla con una eficacia del cien por cien. Hoy hemos visto cómo Iglesias sacaba a pasear los muertos en cal viva del PSOE mientras Sánchez le echaba en cara sus mártires socialistas asesinados por ETA. Ha sido triste. Ni uno ni otro ha ganado nada, más bien han perdido ambos, o quizá haya sido la izquierda la que lo ha perdido todo en ese cuarto de hora maldito de cruenta refriega parlamentaria. Por dejarlo claro desde el principio: Sánchez ha estado bien en la forma y mal en el fondo, o lo que es lo mismo, bien en el tono y en el talante conciliador y mal en su defensa indefendible de un pacto con la derecha que es una traición a la clase obrera. Iglesias al contrario. Ha estado bien en el fondo, enarbolando la bandera del viejo socialismo al que muchos quieren dar por enterrado, apelando al sentimiento del rojerío y al humanismo, pero mal en las formas. Iglesias, quizá por inexperiencia y nerviosismo de novato, ha gritado demasiado, ha sobreactuado por momentos y ha utilizado un lenguaje más de mitinero o de tertuliano televisivo que de alto parlamentario. En la política española sobran vocingleros y faltan neuronas, Pablo tiene que aprender esa lección. Mientras tanto Rajoy dimitía de todo y se dedicaba a ver cómo los dos hermanos se desangraban en una pugna absurda por ver quién la tenía más grande (la bandera roja, en este caso). El presidente en defunciones se ha dedicado a hacer chistes malos sobre Sánchez y la mayoría de las veces ha pecado de insolente, de fresco, de gamberro. Era como ese invitado raro que va a una fiesta y se queda hierático en un rincón, con el cubata en la mano, sin que nadie le haga caso, hasta que se hace notar soltando cuatro chascarrillos sin gracia. Rajoy ha adoptado el rol de presidente-aspirante mientras Sánchez adoptaba el de aspirante-presidente. Quizá haya sido Rivera el que ha estado más afortunado en su personaje de supuesto reformista moderado, no en vano ha vuelto a citar a Suárez, su referente espiritual. Uno, que no es nada de Rivera, ha de reconocer que ese chico sabe sacar la mejor tajada de cada pastel. "Cuídate de Rivera", le ha dicho Iglesias a Sánchez. Y tanto que debe cuidarse, es astuto como un zorro y sabe jugar sus cartas. De modo que más o menos, todos han estado en su papel intrascendente porque todo estaba decidido de antemano. Sánchez no saldrá investido y el trámite habrá terminado hasta una nueva función. Así son los idus de marzo que no soplan favorables para nadie. La democracia se hunde, las instituciones gripan. Nadie sabe qué va a pasar. Esto es una guerra de trincheras a cuatro, una batalla de desgaste como aquello de Verdún. Ganará el que mejor resista. Y perderemos todos.
Viñeta: Igepzio
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