lunes, 7 de marzo de 2016

DOCTOR PABLO JEKYLL Y MISTER IGLESIAS HYDE

Confieso que con Pablo Iglesias tengo el corazón partío, como en aquella vieja canción alejandrina. Me gustan sus ideales nobles y sus versos rap sacados de la calle. Me gusta su carácter combativo e indómito y hasta su coleta racial de cherokee de pura raza que saca de quicio a los más mojigatos y repelentes de la bancada popular. Pero he de decir que no me gustan nada ciertas formas que afloraron durante su bautismo de fuego en la sesión de investidura. Subió al estrado dopado de furia, excesivo, demasiado hormonado, como si no se hubiera tomado la medicina esa mañana, y empezó a repartir estopa a diestro y siniestro a las primeras de cambio, sin mucho sentido, sin un contexto que lo justificara. No venía a cuento abrir una guerra extemporánea sin provocación previa. Está bien sacar el látigo contra los mercaderes del templo del PP y del PSOE y arrearles un mandoble de cuando en cuando, porque a base de palos es como aprenden los pollinos, que decía mi abuelo, pero repartir leña por repartir, a lo loco, ciegamente, es una táctica que termina saturando y que se agota en sí misma. Un tipo que está todo el rato enfadado amarga al personal, que se cansa y deja de escucharlo por aburrimiento. Pablo gastó todas sus balas en el primer duelo, las malgastó vil y gratuitamente, de mala manera, y no solo eso, sino que poniendo la crispación en el listón más alto, a partir de ahora cualquier cosa que diga le sabrá a poco a su parroquia. Fue un error echarle cal viva al PSOE, tratando de reducirlo a cenizas, y sacar a pasear a los fantasmas de Lasa y Zabala, dios y Felipe González los tengan en su gloria. Fue otro error montar un culebrón venezolano al morrearse con Domènech y ofrecer su despacho para los amoríos de Andrea Levy, como una vulgar alcahueta, algo que solo sirvió para degradar el Parlamento (si es que no estaba ya suficientemente degradado y embarrizado) y reducirlo a la categoría de barraca de feria. Todos esos gestos desacralizan la democracia, que debe ser una cosa seria, y además no contribuyen a nada, más que a seguir alimentando el espectáculo circense en que se ha convertido la política española en los últimos años. Pablo Iglesias puede ser un buen estadista si quiere, un hombre con ideales aún sin contaminar y con ganas de cambiar las cosas, un líder que puede resultar muy útil para reanimar a esta izquierda moribunda y lánguida que agoniza entre el socialismo de salón del PSOE y la utopía estéril e imposible de Anguita. Pero para ello tiene que quitarse algunos tics televisivos que le perjudican y mucho: rebajar el tono, limarse la soberbia, tirar de educación y elegancia y salir menos en la Sexta. La televisión no solo engorda, sino que desgasta y falsea. Pablo puede ser el nuevo Iglesias del socialismo, inteligencia y carisma no le faltan. Pero tendrá que quedarse con el doctor Jekyll. Y meter en el armario a Mister Hyde.

Viñeta: Igepzio

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