Diario 16 fue mi periódico de juventud.
En él, con ojos de mozalbete que pretendía ser periodista algún día, leí
los primeros escandalazos de la Transición, de aquella España nuestra
que en algunas cosas no ha cambiado tanto. El primer ejemplar salió a la
venta el 18 de octubre de 1976 a un precio de doce pesetas. En su
primer editorial se marcó el objetivo de "vigilar muy de cerca la marcha
del Estado para impedir que esa enorme concentración de poder en manos
de unos pocos arrase la libertad de muchos y arrastre al país". ¿Les
suena de algo? Evidentemente, no hay que decirlo, los periodistas de
Diario 16 perdieron en ese póker periodístico contra las elites
poderosas, pero por el camino dejaron un puñado de artículos y
reportajes que son antología de oro del periodismo español. Desde su
tribuna mítica, en la que firmaron los mejores, se hizo campaña contra
Manuel Fraga (que procesó a varios redactores) se reclamó la
legalización del Partido Comunista y se aireó la Operación Galaxia,
primera intentona golpista antes del tejerazo. El rotativo fue el
primero en publicar los lunes (hasta ese momento era poco menos que
delito) destapó el Caso Gal, puso en evidencia la calva calavera de
Roldán y esculpió el coloso de Rodas de la prensa española, o sea Pedro
Jota, un monstruo periodístico en todos los sentidos. Diario tocó el
cielo de los 700.000 ejemplares vendidos, pero todo tiene un final en
esta vida, y llegó la crisis, la quiebra, los despidos en masa, la
desaparición de una cabecera gloriosa que había sido santo y seña en una
época telúrica, sísmica, convulsa. Cuando un periódico se muere la
democracia se muere un poco también. Hoy necesitamos de los buenos y
justos periodistas del remozado Diario 16 para denunciar la cleptocracia
y el ladronismo de este Gobierno de rufianes y filibusteros; para
airear toda la verdad sobre el pacto de derechas PSOE-Ciudadanos; para
desenmascarar a los validos y "compi yoguis" que nos quieren robar el
Palacio de la Zarzuela con sus tapices, sus estatuas borbónicas, sus
jardines y su todo; y para localizar a Rita Barberá, cómo no, que anda
escondida en algún lugar de Valencia, disfrazada de ninot indultat para
pasar desapercibida. Necesitamos de Diario 16 más que nunca para que nos
cuente la verdad sobre la izquierda y la coleta de Pablo Iglesias, para
devolver la dignidad al periodismo falso y tuitero que se hace ahora,
para dar lustre a la prensa vendida a los partidos, a los bancos y a la
Coca Cola y para destapar las tramas infinitas del PP, escorrentías
fecales que ennegrecen las honradas tierras de España. Uno cree que está
muy bien que Diario 16 resucite de entre las rotativas muertas y ocupe
el lugar histórico que le corresponde, como en los setenta, ahora que
volvemos a ser miserables barbudos con chaquetas de pana y periódicos en
el sobaco (hipsters los llaman los modernos, peste de anglicismos).
Necesitamos ese tabloide legendario porque tenemos sed de democracia y
libertad, lo necesitamos como el comer para
plantarle cara a la troika, a la ley mordaza, a Aznar, al Señor X y a su
cal viva ("estás haciendo un periódico etarra, si sigues así te
cierro", le llegó a decir Felipe a Pedro Jota entre las
bambalinas de la redacción). Necesitamos Diario 16 más que nunca, para
denunciar tantas y tantas cosas a las que no llega Inda, ni Ferreras, ni
la prensa cutre gratuita y digital que se hace hoy con palitos y cañas y
cuatro becarios mal pagados. España necesitaba recuperar ese Titánic
que se había hundido en las aguas tumultuosas de la historia, ese
periódico amotinado y canalla, sedicioso e indómito como una película de
indios y vaqueros de John Ford. Echábamos en falta su aroma inteligente
a papel couché, a exclusiva matinal remojada en café con leche, a tinta
y barricada roja, porque los periódicos de verdad, los de papel, los
que despiertan cada día a la ciudad con el fragor de sus titulares en
negritas, son la munición cotidiana de la libertad.
Diario 16, el último de Filipinas de la
prensa española, ha vuelto con espíritu renacido bajo el eslogan de "el
periódico de la Segunda Transición", y quizá no sea lo mismo, en
realidad ya nada lo es, pero mantiene ese sabor de lo bueno del
periodismo de calidad que se ha perdido en esta vorágine de basura
electrónica, cinismo, trusts empresariales y pérdida de amor por el
oficio. Nuestro periódico de toda la vida, el que nos explicó lo que era
la democracia, ha vuelto al lugar que por derecho le corresponde, al
lugar que nunca debió abandonar. Que los hados del periodismo le sean
propicios.
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