(Publicado en Diario 16 y Newsweek en Español el 22 de marzo de 2016)
Mientras Obama clausura la guerra fría en Cuba el Daesh extiende la
guerra caliente por todo el mundo. Por lo visto se trata de reemplazar
una guerra por otra, un negocio por otro. Esa es la gran paradoja de los
tiempos que vivimos, el nuevo desorden mundial que es un caos, una
vorágine internacional, un sindiós. Lo último, hace una rato, los
brutales atentados en el aeropuerto y el Metro de Bruselas. Otra vez el
hombre bomba, la mochila asesina, el holocausto masivo en nombre de Alá.
Es el matar por matar, la ceremonia litúrgica de la muerte, la
sublimación y el placer del terror supremo sin más premisas ni objetivos
geoestratégicos, políticos, económicos o culturales. Los versos
satánicos, el exterminio total. Mientras los españoles, alegres y
pacíficos, nos vamos de playas, paellas y Semana Santa, mientras Europa
barre a los refugiados hacia la frontera turca, como si fueran la
escoria del mundo, para que se los coman otros, los islamistas nos
barren a nosotros, que somos su basura, sus chinches infieles, a fuerza
de bombazo limpio. No se puede luchar contra los demonios de Molenbeek,
granero infinito de suicidas, con nuestros absurdos niveles de alerta,
nuestros inútiles detectores de metales y nuestros valientes perros
policía patrullando por los aeropuertos. No hay policías, soldados,
armas, tanques ni misiles suficientes que puedan detener a un loco
dispuesto a morir matando. Por cada europeo que quiere vivir hay mil
islamistas que prefieren morir. Es una guerra atroz perdida de antemano,
una guerra entre la vida y la muerte, y esa batalla cósmica desigual
siempre la termina ganando la señora de la guadaña. Europa se estremece
ante el nuevo zarpazo de los tontos que no comen cerdo ni beben vino y a
los europeos solo nos queda quedarnos en nuestras casas-madriguera,
atónitos, aterrados, besando a nuestras mujeres e hijos, tomando un
coñac y leyendo nuestros libros sabios, sin entender nada, sin poder
hacer nada. La única solución es esperar, escondernos como conejos ante
las hienas, aguardar a que el ángel exterminador pase de largo sin
tocarnos con su mano de sangre y fuego. Laín Entralgo decía que no se
puede ser hombre de un solo libro, porque eso crea fanatismo. Esta gente
que sale de los desiertos secos y pobres de Oriente ya ni siquiera lee
uno. No les hace falta el Corán para nada, solo un chaleco explosivo y
un par de rayas de coca para infundirse valor. Primero fue Madrid, luego
París, esta vez Bruselas, capital de la Europa mezquina y racista que
blinda fronteras para que no le llegue la peste siria ni los ahogados
del Egeo que lloran en el mar. Pero la peste ya está dentro de nosotros,
en nuestras calles, en nuestras plazas, en nuestros aeropuertos, y no
se llama refugiados, sino odio, muerte, fanatismo. No pararán hasta
plantar la jaima olorienta llena de huríes y bueyes comidos de moscas en
medio de los Campos Elíseos. No hay antídoto eficaz contra esta plaga
invisible, no hay remedio contra estas células durmientes, tumorales,
que nos matan trimestralmente con su rabia y su maldad. No se puede
luchar contra esto. No hay solución. No hay salida.
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