En España mueren cada día a manos del macho ibérico; en Oriente Medio
(quizá habría que empezar a llamarlo Oriente Miedo) mueren a manos de
los machos fanáticos de ISIS. Son refugiadas de la guerra siria,
esclavas sexuales de las elites, víctimas siempre de la violencia ciega
del hombre. Ellas, las mujeres, nuestras madres, hermanas, hijas, amigas
y compañeras, esas fascinantes desconocidas que nos acompañan por el
río turbulento de la vida, son las primeras víctimas de esta nueva
guerra mundial entre clases sociales, entre pobres y ricos, entre amos y
esclavos. En el Día Internacional de la Mujer es un buen momento para
hacer balance y abrir los ojos a la triste realidad: que el feminismo
avanzó mucho en los derechos de la mujer pero quizá no tanto como nos
creíamos. Siguen cobrando menos que los hombres (brecha salarial lo
llaman, los economistas siempre con sus malditos eufemismos) siguen
sufriendo la discriminación y la explotación laboral y siguen soportando
la vejación y la jerarquía inútil del macho alfa que aún considera a la
mujer como fetiche y blanco inocente de sus locuras, vicios y piropos
paletos. El mundo es la obra macabra del macho violento, no de la mujer,
la conclusión histórica de una dominación por razón de sexo, y por eso
hay desigualdades sociales, países hambrientos, cracks bursátiles,
abusos, corrupciones, guerras, crímenes y exterminios. No sabemos si con
la mujer en el poder el planeta sería mejor, pero seguro que sería
distinto. Con ellas al frente las comisarías no estarían llenas de
maltratadas oprimidas por el sistema ni por juezas traidoras que obligan
a cerrar las piernas heroicas a las mujeres violadas y ultrajadas. El
político, el militar y el cura, los tres estamentos que rigen nuestro
mundo neolítico de ordenadores y neón, siguen rechazando a la mujer, que
queda relegada al papel secundario de madre, cuidadora de viejos y
enfermos y objeto de placer. La lucha de clases es eterna, como lo es la
lucha de la mujer contra el hombre para que se haga justicia, y aún no
hemos salido de la Edad Media, cuando Averroes consideraba que la mujer
no era más que el hombre imperfecto. En la India, en China, en Etiopía,
en Guatemala y en tantos otros lugares no hay más que lóbregos telares
clandestinos donde las mujeres remiendan sus vidas rotas por unas cuantas
rupias para beneficio del hombre. Algunos pobres diablos que solo
servimos para escribir cuatro letras (y ya ni eso) los que no tenemos
puertas giratotrias en el Íbex, ni cargos en el partido, ni cuentas en
la sucia Suiza, los que nos sentimos tan vulnerables y víctimas como
ellas, solo podemos levantar la voz y poner nuestra palabra y nuestra
pluma al servicio de la causa más justa y noble posible: la de la mujer
contra el poderoso, cruel y déspota macho dominante.
Viñeta: El Koko Parrilla
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