(Publicado en Diario16 el 9 de diciembre de 2019)
A Isabel Díaz Ayuso le han contado que subir los impuestos es malo y bajarlos es bueno. Y en ese discurso naíf de primero de parvulario, en ese maniqueísmo político, se sigue moviendo la presidenta castiza, que con sus recetas neoliberales y privatizadoras fracasadas no deja de ser la continuista y dócil muñeca pepona del “aguirrismo” trasnochado. La presidenta de la Comunidad de Madrid ha asegurado en las últimas horas que continuará bajando los impuestos de la región de “manera progresiva” pero “de tres en tres” (¿cómo se come eso?) y que usará la reducción del tramo autonómico del IRPF para “compensar” las posibles políticas socialistas que ponga en marcha un hipotético Ejecutivo rojo PSOE/Podemos. Es decir, que Ayuso desafía al Gobierno central en ciernes, se convierte en una insumisa fiscal y avisa de que Madrid no pagará, consumando así un colosal “simpa” presupuestario.
En una entrevista concedida a Europa Press, la dirigente regional ha asegurado que espera el “momento oportuno” para dar su golpe de Estado tributario aplicando la rebaja del IRPF autonómico, lo cual ocurrirá probablemente cuando el Gobierno Sánchez ordene subir los impuestos a las rentas más altas. “Nosotros somos una economía pujante que crea empleo. ¿Hemos de subir los impuestos para parecernos en lo negativo a otras comunidades?”, se ha preguntado con victimismo indepe la exgestora de la cuenta tuitera del perro Pecas, mascota de su mentora Aguirre.
Es decir, que la presidenta de la Comunidad de Madrid tiene un plan disidente que se parece bastante a la desobediencia de Torra en Cataluña. Si el honorable president es un desobediente por razones patrióticas (aunque también por la pela), ella quiere serlo para bajarle los impuestos a los ricos, o sea por amor a su patria chica, que no es la gran capital sino el gran capital. Torra es un niño grande que juega a las batallitas y a la épica contra el Estado con sus comandos juveniles mientras Ayuso es una outsider económica, una CDR de la fiscalidad, una independentista presupuestaria que exige la amnistía fiscal porque quiere ir a su aire con las cuentas de los contribuyentes. Ambos, Torra y Ayuso, están dispuestos a independizarse de España: el primero para crear una república soberana donde solo se hable catalán y se coma butifarra a todas horas; la segunda para burlar al Estado y levantar un gran paraíso fiscal con mucha verbena de la Paloma, muchos toros por San Isidro y bula en impuestos para los ricos. Cuestión de prioridades y de supremacismos.
Ayuso vende humo, como hacía aquel bróker ultraliberal de El lobo de Wall Street que entendía la economía como “una filfa, una farsa, un artificio”, algo inmaterial que no sale en la “jodida tabla periódica”. En realidad, el discurso de Ayuso es el viejo cuento de la lechera que promete mucho y no da nada, el sueño americano a la madrileña que nunca se hace realidad pero que a menudo cuaja en el imaginario de ese obrerete autónomo que no llega a final de mes al que gente como Ayuso ha hecho creer que algún día llegará a ser como Amancio Ortega. Solo que el sueño del currito millonario hecho a sí mismo se rompe en mil pedazos cuando tiene que acudir a un hospital público y comprueba por sí mismo que los aparatos contra el cáncer de Inditex se han privatizado mientras a él le dan unas vendas manchadas de orín y una merluza rancia. C’est la vie.
Viñeta: Pedro Parrilla, El Koko
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