(Publicado en Diario16 el 29 de noviembre de 2019)
El presidente de la Generalitat, Quim Torra, ha vuelto a las andadas al sugerir en uno de sus tuits incendiarios que la vía violenta es un medio aceptable para justificar el fin de la independencia. No es la primera vez que sufre este trastorno compulsivo. La idea de balcanizar Cataluña y de buscar una confrontación armada con el Estado español es una fijación casi freudiana del honorable, un sueño seductor, un poderoso fetiche.
La propuesta pone los pelos de punta a cualquier persona cuerda y de bien. No hace falta recordar que la Guerra de los Diez Días eslovena fue un conflicto armado que costó decenas de muertos. Pero Torra vuelve a insistir ciclotímicamente en su descabellada idea, sobre todo cuando las movilizaciones pierden fuelle por el hartazgo ciudadano, cuando el suflé del “procés” se derrite y sus chicos de los CDR faltan a las barricadas porque tienen colegio ese día.
En las últimas horas, Torra ha recomendado al independentismo, vía tuit, que “escuche atentamente” las enseñanzas y reflexiones del escritor Paul Engler, autor de Manual de la desobediencia civil, que aconseja más “polarización” y “altos niveles de sacrificios a los catalanes para obtener la independencia”. En la entrevista, Engler considera que todos los movimientos sociales deben involucrarse en la polarización y actuar “para que la gente neutral pase a ser pasivamente favorable y después activamente favorable, hasta el punto de salir a la calle, y sabiendo que otras personas serán mucho más contrarias a la causa”. El desobediente Engler admite no entender la respuesta de las autoridades españolas que, según su opinión, responde a la reacción propia “de una dictadura, porque en democracias occidentales como Escocia y Quebec la reacción no es nunca represiva”. Además, no duda en plantear incluso la necesidad de que haya muertos para que el proceso llegue a buen puerto. “Morir como un mártir es inherente a los movimientos ganadores. No se quiere que pase, pero es inevitable una vez que aumentas la tensión”, asegura en una entrevista con un medio catalán. Y ahí es donde Torra se ha puesto “caliente”, cachondo por decirlo de alguna manera, y tras sentir que el pecho de patriota dispuesto a todo se le inflamaba y su corazón latía ya al compás de Els Segadors se ha lanzado a Twitter como un sediento que encuentra una cantimplora en medio del desierto.
Torra sabe que le quedan cuatro telediarios en la Generalitat porque ya ha cumplido con el papel que le encomendó el general de Waterloo, Carles Puigdemont, y ahora solo le queda esperar a que la Justicia lo inhabilite, le retire el carné y lo jubile mandándolo para casa, que es donde debe estar este hombre tomándose la medicación, dándose ducha fría y reparando su espíritu con buenos calditos templados. Mientras ERC y PSOE/Unidas Podemos se encierran a cal y canto durante más de tres horas y media en una sala del Congreso para negociar, agónicamente y contrarreloj, un acuerdo que evite la tragedia, el enajenado y poseso Torra sigue soltando desvaríos, delirios, ideas enfermizas entre convulsiones sudorosas que deberían provocar escalofrío en cualquier persona de bien. Por favor, que alguien le dé la pastillita a este señor antes de que sea demasiado tarde.
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