(Publicado en Diario16 el 2 de abril de 2022)
Cuando Teófila Martínez anunció que Alberto Núñez Feijóo había ganado por 2.619 votos a favor, es decir, el 98,35 por ciento de los sufragios de los compromisarios, se confirmó lo que todo el mundo ya sabía: que este ha sido un congreso a la búlgara. El resultado no podía ser más que ese, ya que solo se presentaba uno. Toda una lección de pluralismo y democracia. Pero así es el principal partido conservador español, atado y bien atado a los tics autoritarios del antiguo régimen.
Acto seguido, tras darse a conocer los resultados, el nuevo líder del Partido Popular subía al escenario acompañado por la canción People have de power, de Patti Smith, una comunista hasta las cachas. La elección de la melodía para recibir al flamante jefe de la oposición anticipaba que una nueva época, un nuevo estilo, se imponía en la derecha española. ¿La izquierdosa Patti amenizando la entronización de Feijóo? ¿Qué está pasando aquí? Sin duda, era una prueba más de que la derecha que viene, el feijoísmo moderantista, de frente amplio y atrapalotodo, trata de apoderarse de los símbolos y valores esenciales a la izquierda. Ya le han arrebatado la supuesta defensa de los trabajadores, el concepto de libertad y hasta la causa del pueblo saharaui (aunque en esta apropiación, todo hay que decirlo, ha pesado más la claudicación de Pedro Sánchez, que ha entregado el Sáhara al sátrapa de Marruecos y a las derechas españolas, que la propia estrategia demagógica del PP).
Aclamado con gritos de “presidente, presidente”, Núñez Feijóo empezó a dirigirse a los suyos, esta vez no ya como líder in pectore y futura promesa, sino como elegido de facto para dirigir los destinos del partido. A partir de ahora ya no podrá decir que él solo pasaba por allí y que no podía tomar decisiones, como ha venido haciendo para quitarse de encima la responsabilidad de los recientes infames pactos del PP de Castilla y León con Vox. Ahora ya tiene todo el power.
“El califa ha dejado el escenario muy caldeado”, bromeó al tomar la palabra después de Juanma Moreno Bonilla. Y no exageraba el nuevo presidente popular. Minutos antes, al gobernante andaluz se le había ido de las manos el fervor por el amado nuevo líder al recibirlo a grito pelado (“¡¡¡Feijóo, Feijóo, Feijóo”!!!), como un sobreexcitado sin control en una caseta de la Feria de Sevilla capaz de dejar sordos a la mitad de los compromisarios (de hecho, los altavoces del palacio de congresos estuvieron a punto de reventar con los vítores y vivas del populista presidente de la Junta). A Feijóo, un hombre que ejerce de sereno y templado, no le había gustado el show histriónico de Juanma, excesivo en la adulación. “Lo importante es seguir juntos de verdad y que los españoles depositen en nosotros sus esperanzas, su confianza y sus certezas”, sentenció el nuevo dirigente popular imponiendo el nuevo manual mesurado y sosegado, las formas gallegas muy alejadas del furor desbocado de Moreno Bonilla y del guerracivilismo conspirador y sin cabeza de Pablo Casado.
Pronto se vio que Feijóo trataba de elaborar un discurso de estadista, de líder conciliador en la mejor tradición del régimen bipartidista del 78. En un tono sereno y pausado, casi de homilía dominguera de misa de doce, garantizó que apoyará al Gobierno en las grandes cuestiones de estado, en la crisis ucraniana, en las medidas económicas para sacar al país de la recesión y también (dice tirando de retranca gallega) “para cesar a los ministros que hacen oposición desde dentro”. Pactos con Sánchez sí, pero para “bajar impuestos a la energía, para proteger los servicios públicos, para que la economía crezca de forma sana”; “para no dar alas a los que quieren fracturar a nuestro país y para entender que la política exterior no es cosa de un solo hombre sino de todos los españoles” (otro dardazo a Moncloa por la reciente traición saharaui).
Sin embargo, “moderación no es tibieza”, alegó. Al igual que Feijóo tiende la mano para llegar a acuerdos de Estado, advierte de que nadie va a decirles a los votantes del PP “lo que tienen que pensar y lo que tienen que decir en cada momento”. “Por más que les moleste no vamos a dejar de hacer oposición”. Y en ese momento de su discurso surgió una tormenta de ideas que tras varios años de casadismo cainita sonaron casi a milagro político. Una parrafada que parecía dicha por un político de Bruselas más que por un jefe de las derechas españolazas. Con ese tono clerical, sacerdotal, casi de peregrino santurrón del Camino de Santiago, el padre Feijóo pidió que los españoles dejen de enfrentarse, que se cierren los debates estériles y que el país empiece a afrontar “los problemas reales”. “No estoy aquí para insultar al presidente del Gobierno, sino para ganarle. Pero que la Constitución la respete todo el mundo, creo que no es mucho pedir”. Y para rematar su alegato apeló a la autocrítica, “yo el primero”.
En ese momento, las mentes de muchos compromisarios del PP griparon, colapsaron, se bloquearon como un obsoleto ordenador de más de veinte años. Durante mucho tiempo, el hooligan Casado les había metido en la cabeza que hacer política era destrozar al rival rojo-bilduetarra-separatista, aplastarlo totalmente, aniquilarlo. Al enemigo ni agua, esa era la única consigna. Y ahora, de buenas a primeras, un gallego franciscano les estaba cambiando el argumentario invitando a sumar, a integrar, a guardar los carnés de demócratas, a dejar de ser más patriotas que nadie, a evitar ser más españoles que nadie. “Aquí cabemos todos, esto es la España de todos”, sugirió. “Respeto profundamente a los sindicatos, Regino es el único amigo comunista que tengo”. “Respeto todas las lenguas de España”. “Soy europeísta”. En ese punto, muchos peperos hicieron crack y a alguno que otro le dio un derrame cerebral. ¿Sacar la política española de la crispación, de la hipérbole permanente, y apoyar el entendimiento como esencia fundamental de la convivencia? ¿Cómo se hace eso cuando el PP lleva años practicando el mamporrerismo político de brocha gorda? Demasiadas ideas progres para un solo día, demasiados valores demócratas para el sector duro que viene del aznarismo o incluso del casadismo. “Que no cuenten conmigo en ese entretenimiento infantil en que ha degenerado la política española. Yo vengo a hacer política seria”, aseguró con solemnidad. Esa andanada iba dirigida contra Isabel Díaz Ayuso, que durante todo este congreso ha estado sentada en un rincón, entre penumbras y bambalinas, relegada a la discreción del silencio, que es donde da su mejor versión. Alberto Núñez sabe que a la niña de Chamberí hay que sacarla a pasear lo menos posible, cuando haya elecciones, por San Isidro y poco más.
Sin duda, el discurso del europeísta Feijóo (“Europa es paz, concordia y prosperidad”) cambia la estrategia del partido e invita a la esperanza de que el PP pueda llegar algún día a moderar sus postulados, a democratizar sus maneras carpetovetónicas y a civilizar sus tácticas y estrategias. Fue un discurso elevado que puede poner nervioso a Sánchez (con el descerebrado Casado en la oposición el presidente del Gobierno lo tenía mucho más fácil). Y por supuesto, inquieta a Santiago Abascal porque diferencia a los ultras de la derecha clásica aseada y biempensante (que también la hay). Habrá que ver si los sermones de la montaña del padre Feijóo coinciden con los hechos posteriores. Habrá que ver cómo es la relación del nuevo PP con Vox. Y habrá que ver si el nuevo dirigente popular es solo el gran encantador de serpientes del conservadurismo hispano o el hombre que la derecha española viene necesitando desde 1978.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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