(Publicado en Diario16 el 2 de abril de 2022)
La figura de Juanma Moreno Bonilla sale reforzada tras el Congreso extraordinario del PP de Sevilla. No en vano, queda como el delfín del nuevo líder del partido y eso se le nota en la amplia sonrisa de padrino de bautizo. Está crecido el presidente de Andalucía, se le ve exultante, y quizá ese subidón le ha llevado a perder la noción de la realidad y de la situación que vive la comunidad autónoma que gobierna. Su discurso triunfalista con el que ha dado la alternativa a Alberto Núñez Feijóo es calcado al que soltó tantas y tantas veces cuando era un ferviente seguidor del casadismo rampante. No había más que tachar con típex el nombre de Pablo Casado y añadir el del deseado gallego. Las mismas palabras aduladoras que suelta hoy para halagar al que viene las decía hace unas semanas para hacerle la rosca al saliente.
Este fin de semana congresual tocaba ponerse en plan poético, una lírica penosa sobre la hermosa tierra andaluza como de anuncio o spot turístico de la que se avergonzaría Lorca. “Andalucía es luz, es alegría, es arte, es ganas de vivir…” Solo faltaba José Luis Moreno para hacerle la ola y animarlo con su famoso uh, uh, uh. Más allá de absurdeces como eso de que “hoy refundamos nuestro partido” poca enjundia y poco empaque político. El PP está más que refundado, lo hizo Fraga cuando dijo aquello de “no hay tutelas ni tu tías”. Desde entonces no se ha tocado ni una coma del programa, los argumentos no se han movido ni un milímetro ni en ideas ni en postulados. Solo cambia la cara del líder, variando de un duro a un supuesto moderado en función de las circunstancias y la coyuntura histórica.
Moreno Bonilla va a ser el gran barón, el número 2 de facto del partido. Ahí no sabe lo que está haciendo el padre Feijóo. Si lo que pretende el nuevo presidente popular es darle una pátina europeísta, moderada y moderna al proyecto, se equivoca de hombre. Juanma Moreno no es más que un alegre flamenco de la Feria de Abril, un folclorista, un lozano rociero subido a un caballo (siempre el ganador, desde luego) que vende mucha alegría, mucho arte y salero y mucho miarma, pero con poco fuste político. Alguien muy alejado de la sobriedad y contención gallega que trata de instaurar el electo jefe del partido. “Tenemos espíritu ganador. Hemos celebrado un gran congreso”, aseguró poniéndose una medalla. Y entre autoalabanzas y narcisismos de tipo encantado de haberse conocido, muchas loas, peloteos y aplausos al jefe que no terminaron de gustar al Suárez orensano, a quien el bueno de Juanma ya ve como futuro presidente del Gobierno de España. Mal asunto vender la piel del oso antes de cazarlo, de ahí que Feijóo haya advertido que conviene no tirar las campanas al vuelo porque queda mucho trabajo por hacer antes de llegar a la Moncloa.
Sin embargo, Moreno Bonilla ha ejercido hasta el final su papel de Joselito de los tablaos del poder, un animador de la fiesta empeñado en dorarle la píldora al patrón sin ningún pudor. “Valiente, generoso, brillante, gran gestor, el presidente que merecen los españoles…” Y además confesó su envidia por las arrolladoras victorias electorales del maestro: “¡Cuatro mayorías absolutas! ¡Dios mío, qué es eso, me lo tienes que contar Alberto!”. Lamentable ejercicio de baboseo público y lametraserismo político. Por lo visto, se trataba de darle mucho jabón al mandamás, la pertinente autocrítica por la guerra interna y el desastre en la gestión de los últimos tiempos ya la harán otros. Y eso que en un momento de su discurso llegó a decir que “no hemos venido a mirarnos el ombligo”. Pues menos mal, si llega a mirárselo se rompe el cuello por tres partes.
Si Moreno Bonilla sueña con una Andalucía que se levante del atraso secular, poniéndose de pie y rebelándose contra su destino, no va por buen camino con esta rendición incondicional ante el amo de Madrid. Para disimular, entre lisonjas, camelos y piropos al superior, tuvo tiempo para algún que otro recuerdo al cadáver Casado, que sonreía hieráticamente tras la mascarilla, en primera fila de la grada, aunque algo esquinado para que el mueble viejo no se viera demasiado. “Gracias por los cuatro años que has entregado al PP”, le dijo escuetamente. Y a otra cosa. Por supuesto, para entonces ya había votado a Feijóo e incluso había enseñado la papeleta a los periodistas, pulgar en alto, de modo que no quedara duda alguna de que estaba a muerte con el nuevo hombre fuerte del partido. En política, lo primero siempre es salvar el carguete.
Más allá de los halagos al amado líder, su discurso dio para poco más que el chiste fácil sobre el Falcon de Sánchez, el manido populismo de la España que madruga (para atraerse a las clases obreras) y la cantinela de los impuestos y los herederos de ETA que apoyan al Gobierno. Eso y la realidad paralela en la que vive el presidente de la Junta, ya que está convencido de que sus “políticas de éxito” han sacado a los andaluces de la extrema pobreza. Que se lo pregunten a los vecinos de Cádiz que se han levantado en armas hace unos días pidiendo pan, o a los empleados de la Sanidad pública que le montan el pollo en la consejería, día sí, día también. Incluso tiene el rostro y la falta de pudor de ponerse el traje de feminista (“las mujeres sois imprescindibles para el futuro de España”). Él, que está pactando políticas machistas con Vox a todas horas. ¿Será eso lo que entiende este hombre por recuperar la centralidad? El cuento de la Andalucía jornalera, esclavizada y precaria “se ha acabado para siempre”, sentencia el barón regional cantándose una saeta que ni él mismo se cree ya. Ay, Juanma, tú sí que eres un cuentista bueno.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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