(Publicado en Diario16 el 7 de abril de 2022)
Feijóo llega a la Moncloa con una serie de exigencias bajo el brazo para Pedro Sánchez. Mala forma de comenzar. Trazar líneas rojas, entre ellas una drástica bajada de impuestos (condición irrenunciable para el líder gallego) supone colocar una barrera previa que dificultará notablemente el diálogo. La oposición es la oposición, no puede pretender ejercer como Gobierno en la sombra por mucho que esté alimentando el malestar en las calles con huelgas patronales como la del transporte. A una negociación hay que ir con la cabeza limpia de prejuicios, los oídos limpios de cera para entender al interlocutor y el espíritu pleno de talante y buena predisposición. Lo contrario es hacer el paripé, el postureo, un teatrillo valleinclanesco, algo a lo que está acostumbrado Feijóo tras cuatro años de mayorías absolutas en su feudo.
Los asuntos que vayan a tratar Sánchez y el sucesor de Pablo Casado son todos trascendentes para el país. Pero hay uno que debería figurar, sin duda, en el preámbulo de la agenda, en lugar preferente y marcando toda la entrevista: ¿qué hacer con Vox? Ayer mismo, sin ir más lejos, el diputado ultraderechista José María Sánchez comparó al presidente del Gobierno con Adolf Hitler y al ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, con Joseph Goebbels, ideólogo del nazismo. Y lo hizo en sede parlamentaria, convirtiendo la gran casa de la soberanía nacional en una embarrada barraca de feria donde se puede soltar cualquier patochada entre los efluvios del alcohol. Fue una de las peores infamias que se hayan escuchado nunca en el hemiciclo. Ningún país auténticamente democrático debería consentir semejante espectáculo denigrante. Un fascista dando lecciones de democracia, la consumación final del mundo al revés que pretende instaurar Vox. Mientras tanto, ¿qué hacían sus señorías del Partido Popular? Callaban como tumbas. Se comportaron como sepulcros blanqueados que dicen defender la libertad y el Estado de derecho frente a la tiranía autoritaria pero que a la hora de la verdad se rilan, miran para otro lado y guardan un ominoso silencio ante el matón verde que impone su ley de violencia verbal en el Parlamento. Ayer los diputados populares perdieron una oportunidad histórica para retratarse como auténticos demócratas. Para desgracia nuestra, no dijeron basta a la barbarie trumpista de Vox. Callando otorgaron, enmudeciendo consintieron y dando por buena la agresión dialéctica de los ultras se situaron claramente al margen de las reglas del juego y de lado del fascismo. ¿Qué ha dicho Feijóo sobre el nauseabundo espectáculo que dio el tal José María Sánchez García? Hasta donde se sabe, nada. Mutis total.
El nuevo dirigente del PP se ha construido un arquetipo, el del estadista moderado, que de momento puede funcionarle. Pero por Oscar Wilde sabemos que el hombre nunca es sincero cuando interpreta su propio personaje. “Dale una máscara y te dirá la verdad”, decía el poeta. Feijóo no está siendo del todo franco con los españoles. Esa pátina de centrista, ese disfraz de nuevo Suárez de la Segunda Transición, no concuerda con sus actos. Está muy bien que llegue a Moncloa con una carpetilla en el sobaco repleta de documentos sobre la inflación, el precio de la gasolina, la reforma fiscal, la renovación del Poder Judicial (este punto lo lleva tachado con típex, le interesa seguir controlando la Justicia desde detrás) y otras cuestiones relacionadas con las “cosas del comer de los españoles”, como le gusta decir a él. Pero antes de entrar a negociar nada con Sánchez, antes de decidir sin votará sí o no al Decreto Ley sobre medidas de guerra, Feijóo debería mirarse al espejo y preguntarse si le parece digno seguir de la mano de un partido fascista que promueve el odio por el odio sin más programa político. Vox ha llegado a las instituciones para dinamitar el sistema democrático desde sus entrañas. No le gusta el Estado de las autonomías, son claramente euroescépticos, promueven una “guerra cultural” nefasta para la convivencia y se sienten fascinados por regímenes autoritarios (hasta hace cuatro días Abascal estaba enamorado del “presidente Putin”, hoy le da la espalda porque tenerlo como amigo daña la reputación y es malo para el negocio). Ese es el gran tema que tiene en vilo a la nación. Ese y no otro debe ser el punto de partida de las conversaciones Gobierno-oposición.
Feijóo debería llegar al palacio presidencial con una idea clara sobre lo que piensa hacer con el león que tiene enjaulado en el jardín, ya que la democracia española está seriamente amenazada. El peligro de que España acabe derivando en un país autoritario de la cuerda de Hungría o Polonia es más que real. Un hombre que aspira a ser presidente del Gobierno debería empezar por ahí, por hacer análisis, examen de conciencia y preguntarse a sí mismo: ¿qué tipo de hombre soy? ¿Sabré estar a la altura del momento histórico para el que he sido llamado? ¿Merece la pena alimentar al monstruo a cambio de cuatro alcaldías y gobiernos regionales o sería más honesto y coherente ponerle un cordón sanitario al endriago? En definitiva, lo que Feijóo debe plantearse en su psicoanálisis particular consigo mismo es si está dispuesto a ser un demócrata de bien, decente y aseado, o un oportunista dispuesto a todo con tal de llegar al poder. Después de responder a esas preguntas ya podemos hablar de la inflación, de las armas para Ucrania y del precio de las legumbres. Pero primero que resuelva el dilema, que se lo explique a Pedro Sánchez y que se lo aclare a todos los españoles. Estamos escuchando con sumo interés.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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