(Publicado en Diario16 el 12 de abril de 2022)
Feijóo no asistió a la investidura de Mañueco en Castilla y León para no tener que coincidir en la foto de familia con sus socios, los ultraderechistas de Vox, que por primera vez en democracia entran a formar parte de un Gobierno regional de coalición con el PP. Esa vergüenza, haber abierto la puerta a los nostálgicos del franquismo, lo acompañará siempre al dirigente conservador. En su descargo, el nuevo presidente popular argumenta que el pacto ya estaba cocinado por Pablo Casado cuando él llegó a Génova, que no podía hacer nada, que la cosa le cayó por herencia, una mala herencia de su predecesor. Pero no cuela.
Desde el mismo momento en que la conspiración genovesa para derrocar el casadismo triunfó, Núñez Feijóo ya ejercía en la sombra como nuevo hombre fuerte y líder in pectore, de modo que pudo haber dado la orden de frenar el enjuague de su partido con la extrema derecha en tierras castellanas. No lo hizo. ¿Se dejó llevar por el pragmatismo para que Mañueco no perdiera el poder, evitando así una repetición electoral? ¿Fue un simple hábito gallego, aquello de no hacer nada y dejar que todo se pudra, una táctica que magistralmente le enseñó Mariano Rajoy? Él sabrá qué fue lo que pasó por su mente para consentir semejante infamia. Lo único cierto es que no dio la oportuna orden de ponerle el debido cordón sanitario a Vox, tal como le reclama el Partido Popular Europeo, la derecha clásica, limpia y aseada, y ahora todo el país paga las consecuencias de tener al partido de los hooligans en las instituciones democráticas como un alien u octavo pasajero dispuesto a destruir el sistema desde dentro.
Ayer, durante la sesión de investidura en el Parlamento castellano-leonés, el llamado a ser vicepresidente regional, el voxista Juan García-Gallardo, soltó un discurso para la historia que debería espeluznar a cualquier demócrata de bien. El delfín de Abascal en Castilla y León advirtió a Mañueco de que las aspiraciones de su partido no quedan colmadas con el pacto de coalición, sino que van mucho más allá hasta conquistar el poder nacional. “Vox es el partido de la ley y el orden, y desde el pleno respeto al Estatuto de Autonomía, sepa que nuestros objetivos son, cuando tengamos la mayoría parlamentaria, devolver las competencias de Sanidad, Educación y Justicia al Gobierno central”, sentenció. O sea, un vicepresidente regional que sueña con dinamitar la autonomía que gobierna. De locos.
Vox lleva años repitiendo que su intención es acabar con el modelo territorial autonómico consagrado en España en 1978. El problema es que como en el partido verde no saben de leyes, ni de ordenamiento jurídico y mucho menos de democracia (viven en un delirio posfranquista permanente) aún no se han enterado de que nunca podrán recentralizar el Estado (según se hizo en la dictadura) arrebatando competencias a los gobiernos periféricos. Para liquidar las autonomías primero necesitarían reformar el título octavo de la Constitución (“De la Organización Territorial del Estado”) y eso no ocurrirá jamás porque precisan del consenso de la mayoría de las fuerzas políticas del arco parlamentario, el que no tienen ni tendrán. Ningún demócrata de verdad pactará con quienes pretenden destruir la democracia desde dentro.
Tratar de acabar con el modelo autonómico, que ha sido una historia de éxito, de progreso, de modernización y de convivencia en paz solo puede salir de cabezas poco reflexivas, fanatizadas por el patriotismo y embriagadas con el vino rancio de la nostalgia, del pasado, de aquella España una, grande y libre. Solo hay una manera de hacer retroceder a los españoles más de cuarenta años en el tiempo hasta arrebatarles las conquistas políticas, sociales y culturales alcanzadas: mediante un golpe de Estado, que no tiene por qué ser necesariamente por la vía del pronunciamiento militar tal como hacían los espadones del siglo XIX, sino controlando y usurpando el Poder Judicial para promover una reforma de la Carta Magna por la vía de los hechos consumados. Ya están en ello y ya están consiguiendo pequeñas victorias, como la reciente decisión del Tribunal Constitucional de declarar ilegal el Estado de alarma por la pandemia. También intentaron paralizar la exhumación de la momia de Franco, aunque en aquella ocasión la jugada les salió mal y los restos del dictador acabaron fuera del siniestro panteón, en los andurriales de la historia, que es donde debieron estar siempre.
Feijóo no sabe dónde se ha metido pactando con Vox. Lo más probable es que haya cavado la tumba del Partido Popular sin saberlo. Pudo elegir entre estar en el bando de los demócratas o en el de los totalitarios cainitas que viven por y para exterminar al rival rojo y traidor. Al final optó por el cálculo inmediato, la política de lo pequeño y de lo mezquino. Ahora que ha firmado el acuerdo de Gobierno con Vox en Castilla y León ya se puede decir que ha vendido su alma al Diablo. Feijóo es un Fausto que ha entregado el PP, España y la democracia a un grupo de autócratas que hacen el show y el teatrillo de variedades en las grandes sesiones parlamentarias pero que detrás, entre bambalinas, van minando el terreno para volar por los aires todo el edificio constitucional.
El plan voxista se ve a la legua, no hace falta ser un brillante analista político para saber lo que pretende hacer esta gente. Pero Feijóo ha optado por esconderse debajo de la cama, por meter la cabeza bajo el ala o dar la espantada para que los fotógrafos de prensa no puedan retratarlo junto a los enemigos de la democracia, todos ellos autoritarios, neofalangistas y putinescos hasta el tuétano. Salvando las distancias, Feijóo se comporta como Higinio, aquel desgraciado personaje de la Trinchera infinita que decide esconderse en un agujero, sótano, subsuelo o doble pared para intentar escapar, en vano, de los fascistas. Y ahí pasa el resto de su vida, encerrado en su propio terror. El líder del PP nos ha metido en casa a los neofascistas, que ya andan registrando, revolviendo y quemando las leyes democráticas más justas. Luego llegarán las listas negras de malos españoles y empezarán las purgas hasta que solo queden ellos. Ante todo este panorama desolador, Feijóo hace mutis por el foro, optando por no dar la cara ni responder de sus cambalaches con Vox. No debe haberse enterado de que con el fascismo no se dialoga, ni se negocia, ni se pacta nada. Sencillamente se le combate. Ya lo dijo Durruti.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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