(Publicado en Diario16 el 6 de abril de 2022)
Tras el nombramiento de Alberto Núñez Feijóo como presidente del Partido Popular se abre un nuevo tiempo en las relaciones entre Gobierno y oposición. Atrás queda el “no a todo”, el bloqueo por sistema y la parálisis institucional que Pablo Casado impuso como estrategia política y que le llevó, entre otros motivos, a su defenestración como profesional de la política. Y no será porque no se lo avisaron: hasta Mariano Rajoy, en su libro Política para adultos, le estaba lanzando señales advirtiéndole de que con la táctica de la crispación y la pataleta infantil iba por mal camino. Pero no hemos venido a hablar hoy de Casado, sino de Feijóo, la gran esperanza blanca de los populares.
De momento, el nuevo jefe de Génova ya ha anunciado que será senador para poder confrontar con Pedro Sánchez en el Parlamento nacional (no posee escaño de diputado, así que el Congreso lo tiene vetado). Uno y otro se verán las caras en el Senado pero está por ver cómo serán las relaciones personales, entre bambalinas, entre el gallego y Sánchez. Ya se sabe que, por encima de programas e ideologías, está el feeling, el factor humano, eso que llaman el trato piel a piel. En principio, ambos personajes deberían entenderse sin demasiadas dificultades en la mayoría de las grandes cuestiones de Estado. Por mucho que diga Santiago Abascal, Sánchez no es un peligroso comunista sino más bien un socialista edulcorado que carga hacia el centro, un buen chico que trata de llevarse cordialmente con el Íbex, con la banca y con los poderes fácticos. Por su parte, Feijóo tampoco es un intransigente ni un sectario o hooligan como podía serlo Casado, sino alguien que entiende la política como el ejercicio de la negociación, el acuerdo y el pacto. Hasta tiene amigos sindicalistas del PCE, tal como él mismo reconoció durante su discurso de investidura en el reciente XX Congreso del Partido Popular de Sevilla. La idiosincrasia pactista la lleva de serie el nuevo jefe de la oposición, que obviamente defenderá lo suyo, esto es, iniciativa privada por encima del Estado de bienestar, libre mercado a calzón quitado y el menor intervencionismo estatal posible. Los gallegos han probado el filo de la navaja que se gasta en no pocos recortes, sobre todo en Sanidad.
En numerosos asuntos ambos líderes están condenados a entenderse, aunque en otros puntos las distancias serán insalvables y probablemente nunca queden para firmar nada. Desde Moncloa se ha filtrado que Sánchez respeta la figura política de su antagonista, al que ve como un peligroso rival. El barón popular viene de ganar cuatro elecciones por mayoría absoluta en Galicia, algo que él todavía no ha conseguido. Por algo será. A su vez, Feijóo ya ha advertido de que no está para insultar al presidente del Gobierno, sino para ganarle en las urnas. Ergo se impone el juego limpio, el fair play y una relación cordial y normalizada según corresponde a dos figuras de talla como son el jefe del Ejecutivo y el de la oposición. Alguna que otra noticia nos va dando pistas de que la entronización de Feijóo obedece al deseo de los poderes fácticos de que se construya una Gran Coalición PSOE/PP (una vez liquidado Unidas Podemos), lo cual sería tanto como una especie de refundación del bipartidismo del Régimen del 78, bastante maltrecho en los últimos años en los que se han ido aparcando las grandes reformas que necesita el país. La patronal está loca por la música y por alcanzar la ansiada estabilidad, requisito imprescindible para el buen fluir del dinero.
De momento, el encuentro previsto este jueves debería servir para empezar a acercar posturas. ¿Qué se puede esperar de ese contacto inicial? La primera cuestión a debatir será, sin duda, la guerra en Ucrania. Lo más probable es que Feijóo traslade al presidente el total apoyo del PP para que tome las decisiones que crea pertinentes, entre ellas el envío de material humanitario y armas a la población ucraniana. Por tanto, ningún problema en política exterior en un momento trascendental para el futuro de la humanidad. Uno y otro saben que el tablero lo marca la Unión Europa y la OTAN, así que España no puede hacer otra cosa que estar a lo que dicten los organismos supranacionales en los que está encuadrada. Si Pablo Casado siguiera siendo, hoy por hoy, el presidente del PP, otro gallo cantaría. Ya estaría acusando a Sánchez de ser el causante de la guerra y pidiéndole la dimisión por comunista, felón, amigo de genocidas y putinesco. Esa era la táctica del inventor del casadismo: a Sánchez ni agua, se le acusa de todos los males de la humanidad y a otra cosa. Afortunadamente para el país, esa forma de hacer política basada en la crispación constante forma parte del pasado.
Lo más probable es que entre Sánchez y Feijóo haya concordancia y sintonía en política exterior, de modo que Ucrania dará para cinco minutos tras las presentaciones de rigor, los comentarios sobre el tiempo y el apretón de manos. A partir de ahí empezará la auténtica partida de póker a cara de perro, o sea el órdago por las cosas del comer, la crisis, la tormenta perfecta que marca la política nacional, en fin. Ahí es donde empezarán las fricciones. Sobre la mesa hay una agenda de temas inaplazables que deben tratarse sí o sí: inflación, reforma fiscal y educativa, huelga del transporte, abusos de las compañías energéticas, medidas contra el gas ruso, desigualdad, renovación del Consejo General del Poder Judicial y otras materias. La economía va a marcar lo que quede de Legislatura, el futuro del Gobierno y también el destino del PP, que parece repuntar en las encuestas (ya se dice que de celebrarse elecciones hoy podría formar gobierno con Abascal). Casi con toda seguridad, uno de los grandes asuntos será Vox. Sánchez pedirá al jefe de la oposición que le ponga un cordón sanitario al partido ultra, tal como hace la derecha clásica europea. Ayer, Feijóo apuntó por dónde pueden ir los tiros en ese aspecto. “No voy a calificar a partidos políticos, tengo todo el respeto por los líderes españoles, incluido Santiago Abascal”. Ni sí, ni no. O sea, a la gallega.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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