(Publicado en Revista Gurb el 5 de diciembre de 2014)
Y mientras Jaume Matas hace ensaimadas
de arcilla en el taller de artesanía del penal segoviano, mientras
Bárcenas escribe un novelón sobre las trapacerías del PP en su celda
marrueca, en plan Cervantes, mientras Carlos Fabra proyecta un
aeropuerto que pase por el patio de la prisión de Aranjuez, para darse
el piro con un buen plan de fuga, y la Pantoja medita conciertos
benéficos para las reclusas de Alhaurín de la Torre, Pablo Iglesias
sigue frotándose las manos.
Pablo no tiene que hacer nada para
llegar a la Moncloa, ya se lo dan todo hecho los manús, chorbos, fulanos
y choris que han dejado España más tiesa que el bolsillo de Cachuli,
que ayer le eché un ojo al biopic de Telecinco sobre los desfalcos
malayos del exalcalde de Marbella y es un truño, gitana tú me quieres. A
El Coletas, como ya lo conoce el pueblo llano, le basta y le sobra con
sentarse en la puerta de su casa para ver cómo van pasando los cadáveres
políticos en dirección a la trena. Se equivocan quienes quieren ver en
Pablo a un populista bolivariano. Pablo es un comunista de la corriente
Alcampo, la consecuencia lógica de un materialismo histórico que empieza
en las barbas del patriarca Marx, pasa por la euroestafa de Carrillo y
el cachondosocialismo renovador de Felipe González (más los proletas con
chalé adosado de la UGT) y culmina en la teología de la liberación
imposible de Anguita y Llamazares. La izquierda, históricamente, cuando
no ha estado pegándose un tiro en el pie o perdiendo guerras o
vendiéndose al gran capital ha caído en la utopía irrealizable. Y en ese
proceso de renuncias y resignaciones ha entrado sin remedio Podemos,
que empezó bordando rojo ayer y empieza a desteñirse hoy con las
primerizas nieves del invierno. Esta película parece que ya la hemos
visto antes. Hasta la cantinela de la OTAN (de entrada salida) es un
remake felipista. A la primera sentada que han convocado para hablar del
programa económico van y renuncian al impago de la deuda externa, al
salario básico universal, a la salida del euro y a la jubilación a los
sesenta, todo de una tacada. Esto ha sido un nuevo Suresnes, solo que
sin exiliados famélicos con chaquetas de pana y con mucho tufo a porrete
y mucho piercing. Si la reunión llega a durar una hora más terminan
abrazando la democracia cristiana.
Los indignados, pobres de ellos, van
camino de convertirse en resignados, y eso que a mí Pablo Iglesias me
cae bien, no ya por su coleta, que eso me la pela, sino porque habla
claro y sin miedo y porque está por encima de la media de los políticos
en cuanto a cantidad y calidad neuronal. El nivel está muy bajo y luego
pasa lo que pasa, que sale Cotino del juzgado, se trabuca delante de los
periodistas, le traiciona el subconsciente freudiano y suelta eso tan
extraño de “puedo haber metido la mano pero nunca la pata… aaay, perdón,
al revés”. Ahí tiene el fiscal la confesión, ahí tiene el negro
remordimiento aflorando y aflorando, más claro agua, que lo enchirone
ya, coño. La política es una forma de maldad, decía Vargas Llosa, y
Podemos ha llegado para luchar contra una maldad enquistada en nuestra
clase política, endogámica, omnipotente. Pablo, samurai de la izquierda
con perilla y quimono de cuadros, ninja de trenza caballuna y ojos
achinados, mandarín del rojerío 15M, viene con una filosofía troskista
postnovísima muy bien intencionada en lo teórico pero inalcanzable en lo
práctico. Y eso que el chico lo tiene todo para triunfar: vasta
cultura, piquito de oro, tirillas por tipitín y encima parece honrado.
Es un pata negra como no se había visto otro desde los tiempos del
gitanazo Isidoro. Hasta el apellido bíblico y fundacional de mesías de
la izquierda le acompaña. Reúne la fuerza del compañero del metal y la
fe ciega del minero. Cuando le escucho hablar con ese fervor racial,
virginal, indómito, cuando le oigo soltar todas esas ideas elevadas y
justas contra la casta (después de asistir atónito a las mentiras del
follarín Monago, a las mezquindades de la repija Anita Mato y a los
desprecios del indolente Rajoy para con los "salvapatrias de las
escobas") se me viene la urna a las manos con la papeleta morada de
Podemos ya metida dentro y todo. Y sin embargo, hay algo que me chirría
desde el principio en esta muchachada postrevolucionaria de nuevo cuño.
No sé qué es, no sé si son las viejas tonadillas de la guerra en plan
borrachuzo desafinado que suelta Monedero cuando se va de mitin, las
becas sospechosas de Errejón o ese postureo que se traen todos en los
cabarets televisivos de la Sexta. Ya lo ha dicho con acierto Joaquín
Sabina: "Me pasa con Podemos lo de una canción de Serrat; me gusta todo
de ti, pero tú no". Y es verdad. Será que hemos visto tanto latrocinio
que ya no nos fiamos ni de nuestra propia sombra. Será que nos han hecho
perder la fe. Será que se nos ha metido en el tuétano la fría mentira.
Qué será, será…
Ilustración: Artsenal/Juan Hervás