(Publicado en Revista Gurb el 14 de abril de 2017)
Los últimos atentados terroristas
ocurridos en Londres, Alemania y El Cairo han disparado el nivel de
alerta en toda Europa, también en nuestro país, donde millones de
españoles se disponen a vivir las fiestas de Semana Santa. Los fanáticos
terroristas de ISIS han amenazado con cometer atentados en lugares
masificados con la intención de causar el mayor daño posible. Lanzar un
camión en una calle atestada de turistas o colocar un artefacto
explosivo de baja intensidad en un lugar público, como ha ocurrido
recientemente en el caso del autobús del Borussia Dortmund, es un plan
relativamente sencillo que no exige mayor logística ni preparación que
contar con un vehículo propio o robado y con un loco suicida dispuesto a
llevarlo a cabo. Las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado han
incrementado el nivel de alerta en nuestro país y se han reforzado las
medidas de prevención para garantizar la seguridad de miles de personas
que participarán en las multitudinarias procesiones previstas en las
ciudades de todo el país. Así, en Sevilla, uno de los puntos calientes
por la gran afluencia de turistas que se registra en estas fechas, se
han destinado más de tres mil agentes de Policía a tareas de vigilancia,
casi un 12 por ciento más que el año anterior. Además, se han instalado
bolardos y pesadas jardineras a la entrada de las calles, cámaras de
seguridad y vehículos pesados haciendo las veces de barreras de
contención para evitar que un conductor kamikace pueda hacer realidad
sus delirantes sueños. Estas medidas son sin duda positivas y necesarias
y hay que aplaudir que el Ministerio del Interior las haya tomado con
rapidez tras los últimos atentados registrados pero los expertos en la
lucha antiterrorista ya se han apresurado a advertirnos que ningún plan
especial puede garantizar al cien por cien nuestra seguridad. En el
mundo de 2017 nadie está a salvo de verse atrapado en una pesadilla como
la que han vivido las víctimas del atentado en el metro de San
Petersburgo, los cristianos brutalmente asesinados en una iglesia copta
en El Cairo o los turistas que paseaban tranquilamente junto al Big Ben
cuando fueron sorprendidos por un camión conducido por un terrorista
suicida.
Vivimos en sociedades constantemente
amenazadas, tenemos que acostumbrarnos a convivir con el terrorismo, esa
es la cruda realidad a la que nos han condenado los fanáticos de ISIS.
Por eso no estaría de más que a partir de ahora tomemos conciencia de
cómo actuar ante un hipotético ataque terrorista indiscriminado contra
la ciudadanía. En otros países como Israel o Estados Unidos se educa a
la población desde la infancia para que sepa reaccionar ante situaciones
críticas. Cursos de seguridad y protección civil, así como de primeros
auxilios, deberían formar parte fundamental de nuestros planes
educativos. De esa manera podríamos gestionar sucesos como el ocurrido
hace unos días en la Madrugá de Sevilla y durante la procesión de Lunes
Santo en Málaga, donde una pequeña pelea callejera sembraba el pánico
por las calles de la ciudad. En apenas un momento se desató una
extraordinaria estampida humana entre el público que contemplaba la
procesión, que por un momento temieron estar siendo atacados por los
yihadistas de ISIS en plena fiesta religiosa. Carreras, empujones,
gritos, gente corriendo en desbandada, caras de terror, una espiral de
miedo que se apoderó de los cientos de asistentes al evento. La
situación llegó a ser tan descontrolada que desde el propio Ayuntamiento
de Málaga se tuvo que realizar un llamamiento a la calma y tuvo que ser
el propio alcalde de la ciudad, Francisco de la Torre, quien saliera a
desmentir públicamente que el suceso tuviera algo que ver con un ataque
del ISIS/Daesh. La escena recordó inevitablemente a la Madrugá del
Jueves Santo del año 2000 en Sevilla, cuando desde distintos puntos del
casco antiguo de la capital andaluza, de repente, comenzaron a volar
sillas y decenas de personas desesperadas buscaron refugio en portales y
bares para evitar ser aplastadas. Los pasos religiosos quedaban
abandonados a su suerte, los nazarenos corrían sin destino y los
autobuses de la periferia se llenaban de personas huyendo a sus hoteles.
La psicosis desatada en un momento provocó un caos como nunca se había
visto en esa ciudad. Han pasado ya 17 años desde aquel misterioso
fenómeno de neurosis colectiva y la Policía no ha conseguido aclarar qué
fue lo que sucedió aquella noche extraña en Sevilla. Lo que sí sabemos
es que no debemos caer en el pánico descontrolado, que no hace sino
agravar una situación ya complicada. Eso lo saben bien los terroristas
de ISIS, que han aprendido a explotar la neurosis y el miedo fácil de
los occidentales.
Las sociedades modernas han caído desde
hace tiempo en la inmadurez, el infantilismo y el miedo al dolor y la
muerte, que ha sido convenientemente ocultada. Hemos vivido durante
demasiado tiempo en una burbuja de cristal, entre anuncios de televisión
que nos venden sueños inalcanzables, redes sociales que proyectan
mundos virtuales tan falsos como inexistentes, dietas adelgazantes,
tratamientos de belleza y tecnologías de última generación que
anestesian las conciencias humanas. Hemos estado tan confortablemente
instalados en nuestro mundo de mentira y fantasía, en nuestros sofás
futbolísticos, en nuestros centros comerciales, coches ultrarrápidos y
casas inteligentes, que nos habíamos olvidado de que la mayor parte del
planeta es un lugar inseguro donde hay hambres, guerras, plagas y
destrucción. Las tres cuartas partes de la población mundial vive en
infiernos como el de Irak, Siria, Sudán, Nigeria o Afganistán, lugares
de pesadilla donde se registran atentados con decenas de muertos cada
día, donde los niños aprenden desde bien pequeños que la vida es corta,
efímera, que ahora están vivos pero cinco minutos más tarde pueden estar
muertos tras pisar una mina antipersona, ser disparados por un
francotirador o acribillados desde el aire por un dron. Conviven con la
muerte, se han acostumbrado a ella y lo llevan con una dignidad y una
resignación que espanta. Tenemos mucho que aprender de ellos. La amenaza
de ISIS está aquí, entre nosotros, ha llegado para quedarse durante
décadas y tendremos que acostumbrarnos a hacerle frente con la mayor
naturalidad posible, asumiendo que en cualquier momento el azar
caprichoso puede hacer que nos crucemos con un terrorista suicida. Sin
neurosis ni histerias, afrontando la idea de que el mundo globalizado
del siglo XXI es así, inseguro, inestable, caótico, injusto. Ese es el
precio que tenemos que pagar por ser unos privilegiados, por haber
tenido la suerte de vivir en el paraíso mientras otros muchos, la
inmensa mayoría, vivía en el infierno. Las fuerzas de seguridad del
Estado harán todo lo posible para garantizar nuestra seguridad durante
estas fiestas de Semana Santa y debemos dar las gracias a los agentes
que estarán trabajando mientras nosotros nos divertimos. Demos las
gracias por haber nacido en un país civilizado y avanzado donde se
respetan los derechos humanos. No tengamos miedo a salir a la calle, a
mezclarnos con los otros, a disfrutar de la vida. Vivir con una enorme
sonrisa, mostrarles que somos tan fuertes como ellos, que no les tenemos
miedo, que no han conseguido el objetivo de doblegarnos ni de acabar
con todo lo bueno de los valores occidentales. Ese es el mejor mensaje
que podemos enviar a los terroristas.
Ilustración: La Rata Gris
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