sábado, 6 de mayo de 2017

CONVIVIR CON EL TERROR



(Publicado en Revista Gurb el 14 de abril de 2017)

Los últimos atentados terroristas ocurridos en Londres, Alemania y El Cairo han disparado el nivel de alerta en toda Europa, también en nuestro país, donde millones de españoles se disponen a vivir las fiestas de Semana Santa. Los fanáticos terroristas de ISIS han amenazado con cometer atentados en lugares masificados con la intención de causar el mayor daño posible. Lanzar un camión en una calle atestada de turistas o colocar un artefacto explosivo de baja intensidad en un lugar público, como ha ocurrido recientemente en el caso del autobús del Borussia Dortmund, es un plan relativamente sencillo que no exige mayor logística ni preparación que contar con un vehículo propio o robado y con un loco suicida dispuesto a llevarlo a cabo. Las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado han incrementado el nivel de alerta en nuestro país y se han reforzado las medidas de prevención para garantizar la seguridad de miles de personas que participarán en las multitudinarias procesiones previstas en las ciudades de todo el país. Así, en Sevilla, uno de los puntos calientes por la gran afluencia de turistas que se registra en estas fechas, se han destinado más de tres mil agentes de Policía a tareas de vigilancia, casi un 12 por ciento más que el año anterior. Además, se han instalado bolardos y pesadas jardineras a la entrada de las calles, cámaras de seguridad y vehículos pesados haciendo las veces de barreras de contención para evitar que un conductor kamikace pueda hacer realidad sus delirantes sueños. Estas medidas son sin duda positivas y necesarias y hay que aplaudir que el Ministerio del Interior las haya tomado con rapidez tras los últimos atentados registrados pero los expertos en la lucha antiterrorista ya se han apresurado a advertirnos que ningún plan especial puede garantizar al cien por cien nuestra seguridad. En el mundo de 2017 nadie está a salvo de verse atrapado en una pesadilla como la que han vivido las víctimas del atentado en el metro de San Petersburgo, los cristianos brutalmente asesinados en una iglesia copta en El Cairo o los turistas que paseaban tranquilamente junto al Big Ben cuando fueron sorprendidos por un camión conducido por un terrorista suicida.
Vivimos en sociedades constantemente amenazadas, tenemos que acostumbrarnos a convivir con el terrorismo, esa es la cruda realidad a la que nos han condenado los fanáticos de ISIS. Por eso no estaría de más que a partir de ahora tomemos conciencia de cómo actuar ante un hipotético ataque terrorista indiscriminado contra la ciudadanía. En otros países como Israel o Estados Unidos se educa a la población desde la infancia para que sepa reaccionar ante situaciones críticas. Cursos de seguridad y protección civil, así como de primeros auxilios, deberían formar parte fundamental de nuestros planes educativos. De esa manera podríamos gestionar sucesos como el ocurrido hace unos días en la Madrugá de Sevilla y durante la procesión de Lunes Santo en Málaga, donde una pequeña pelea callejera sembraba el pánico por las calles de la ciudad. En apenas un momento se desató una extraordinaria estampida humana entre el público que contemplaba la procesión, que por un momento temieron estar siendo atacados por los yihadistas de ISIS en plena fiesta religiosa. Carreras, empujones, gritos, gente corriendo en desbandada, caras de terror, una espiral de miedo que se apoderó de los cientos de asistentes al evento. La situación llegó a ser tan descontrolada que desde el propio Ayuntamiento de Málaga se tuvo que realizar un llamamiento a la calma y tuvo que ser el propio alcalde de la ciudad, Francisco de la Torre, quien saliera a desmentir públicamente que el suceso tuviera algo que ver con un ataque del ISIS/Daesh. La escena recordó inevitablemente a la Madrugá del Jueves Santo del año 2000 en Sevilla, cuando desde distintos puntos del casco antiguo de la capital andaluza, de repente, comenzaron a volar sillas y decenas de personas desesperadas buscaron refugio en portales y bares para evitar ser aplastadas. Los pasos religiosos quedaban abandonados a su suerte, los nazarenos corrían sin destino y los autobuses de la periferia se llenaban de personas huyendo a sus hoteles. La psicosis desatada en un momento provocó un caos como nunca se había visto en esa ciudad. Han pasado ya 17 años desde aquel misterioso fenómeno de neurosis colectiva y la Policía no ha conseguido aclarar qué fue lo que sucedió aquella noche extraña en Sevilla.  Lo que sí sabemos es que no debemos caer en el pánico descontrolado, que no hace sino agravar una situación ya complicada. Eso lo saben bien los terroristas de ISIS, que han aprendido a explotar la neurosis y el miedo fácil de los occidentales.
Las sociedades modernas han caído desde hace tiempo en la inmadurez, el infantilismo y el miedo al dolor y la muerte, que ha sido convenientemente ocultada. Hemos vivido durante demasiado tiempo en una burbuja de cristal, entre anuncios de televisión que nos venden sueños inalcanzables, redes sociales que proyectan mundos virtuales tan falsos como inexistentes, dietas adelgazantes, tratamientos de belleza y tecnologías de última generación que anestesian las conciencias humanas. Hemos estado tan confortablemente instalados en nuestro mundo de mentira y fantasía, en nuestros sofás futbolísticos, en nuestros centros comerciales, coches ultrarrápidos y casas inteligentes, que nos habíamos olvidado de que la mayor parte del planeta es un lugar inseguro donde hay hambres, guerras, plagas y destrucción. Las tres cuartas partes de la población mundial vive en infiernos como el de Irak, Siria, Sudán, Nigeria o Afganistán, lugares de pesadilla donde se registran atentados con decenas de muertos cada día, donde los niños aprenden desde bien pequeños que la vida es corta, efímera, que ahora están vivos pero cinco minutos más tarde pueden estar muertos tras pisar una mina antipersona, ser disparados por un francotirador o acribillados desde el aire por un dron. Conviven con la muerte, se han acostumbrado a ella y lo llevan con una dignidad y una resignación que espanta. Tenemos mucho que aprender de ellos. La amenaza de ISIS está aquí, entre nosotros, ha llegado para quedarse durante décadas y tendremos que acostumbrarnos a hacerle frente con la mayor naturalidad posible, asumiendo que en cualquier momento el azar caprichoso puede hacer que nos crucemos con un terrorista suicida. Sin neurosis ni histerias, afrontando la idea de que el mundo globalizado del siglo XXI es así, inseguro, inestable, caótico, injusto. Ese es el precio que tenemos que pagar por ser unos privilegiados, por haber tenido la suerte de vivir en el paraíso mientras otros muchos, la inmensa mayoría, vivía en el infierno. Las fuerzas de seguridad del Estado harán todo lo posible para garantizar nuestra seguridad durante estas fiestas de Semana Santa y debemos dar las gracias a los agentes que estarán trabajando mientras nosotros nos divertimos. Demos las gracias por haber nacido en un país civilizado y avanzado donde se respetan los derechos humanos. No tengamos miedo a salir a la calle, a mezclarnos con los otros, a disfrutar de la vida. Vivir con una enorme sonrisa, mostrarles que somos tan fuertes como ellos, que no les tenemos miedo, que no han conseguido el objetivo de doblegarnos ni de acabar con todo lo bueno de los valores occidentales. Ese es el mejor mensaje que podemos enviar a los terroristas.

Ilustración: La Rata Gris

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