(Publicado en Revista Gurb el 28 de abril de 2017)
Científicos españoles (todavía queda
alguno por ahí) han descubierto un gusano que se come el plástico en lo
que parece ser el invento último y definitivo para acabar con la
contaminación de los derivados del petróleo. Los investigadores, en un
alarde de creatividad literaria, han bautizado al voraz animalito como
“gusano comeplásticos”, que también hay que ser pobre de imaginación.
Aristóteles le echaba mucho más ingenio a la hora de colocarle el
latinajo a una especie. Uno, que de ciencia solo sabe las cuatro reglas y
poco más, no deja de asombrarse ante los logros de la tecnología. La
ciencia es que avanza una barbaridad.
Pero ahora que ya sabemos que un gusano
es capaz de meterse entre pecho y espalda toneladas de plástico tóxico
deberíamos ir mucho más allá, hasta encontrar un bicho capaz de comerse
toda la corrupción que contamina nuestro país. La Justicia, precaria de
recursos y politizada por el Gobierno como está, jamás podrá resolver el
problema de la basura política por sí sola, pero con un gusano tragón
de esos el problema se terminaba en un cuarto de hora. Si nuestras
mentes pensantes del CSIC consiguen hallar un gusarapo al que le prive
la mugre hedionda de la corrupción, asunto resuelto. Sería mejor que un
milagro. Ya lo que decía Henry Miller: si puedes ser un gusano, también
puedes ser un dios. Así podríamos coger al bicho formidable y metérselo a
Ignacio González en su ático babilónico de Estepona, para que vaya
corroyéndole las alfombras persas, las cortinas de seda y las figuras de
Lladró, que todo ricacho hortera tiene una en el salón. Más tarde
podríamos agarrar al gusano insaciable, introducirlo subrepticiamente en
el despacho de la felizmente dimitida Espe Aguirre, y que fuera
merendándose, una tras otra, cada rana corrupta que la lideresa tiene
metida en el cajón sin que ella sepa nada. Con un buen escuadrón de la
muerte formado por esos gusanazos legionarios dispuestos a comérselo
todo dejábamos España más limpia y reluciente que el ojo nuevo de
cristal de Carlos Fabra, que se ha quitado veinte años y parece un
chavalín con ese nuevo look teenager que se gasta ahora. Hay que ver lo
que rejuvenece una cárcel española, ni el Balneario de Archena con sus
baños turcos, sus hidromasajes de aguas termales y sus sesiones de
chocolaterapia. Y ya puestos, si viéramos que la Fiscalía Anticorrupción
y la Audiencia Nacional se ven desbordados ante tanto escándalo, tanto
juicio y tanto navajero político como hay suelto, podríamos coger un
buen puñado de gusanos prodigiosos y comilones y soltarlos por las
tuberías del Canal Isabel II, que por allí ya no circula el agua sino
billetes de quinientos, y que vayan tragando. O meterlos sin que nadie
los vea en el despacho del ministro Catalá, que es una ciénaga
pestilente, viscosa y toda emponzoñada de turbiedades, fangos,
inmundicias y cochambre política. El despacho canicular del ministro es
una cochinada de escándalos, una guarrada, y sería un caldo de cultivo
ideal, un hábitat perfecto para nuestros gusanos laboriosos.
Con unas cuantas larvas dándose un
festín que ni Chicote entre los escándalos de papel que brotan como
setas por donde quiera que pisa Catalá, dejaríamos el despacho del
ministro limpio como una patena y los gusanos hasta se quedarían a vivir
con él para hacerle compañía, que los grandes hombres siempre están
solos y preocupados por que se cierren pronto todos sus “líos”. Sin
duda, en el invernadero pútrido del Ministerio de Justicia los gusanos
crecerían felices y contentos, unos gusanos hermosos, rollizos, con
alimento suficiente de casos para ir haciendo boca durante años. Los
gusanos, que son seres inteligentes (por algo son gusanos científicos de
laboratorio) pronto se reproducirían y treparían lentamente por los
muros de Génova 13, hasta llegar a la planta del jefe Mariano, al que no
le vendría nada mal un batallón de esos anélidos glotones para hacer
limpieza en el partido. Nos habían hablado tanto de la inteligencia
artificial, de los drones y robots, que ya no reparábamos en los
pacíficos y funcionariales gusanos de toda la vida, seres de confianza
que están en el mundo desde el Jurásico por lo menos, y que son mucho
más ecológicos, baratos y eficientes que la UDEV. Uno cree que al paso
que avanza la ciencia, más pronto que tarde no harán falta jueces, ni
fiscales, ni inspectores de Hacienda, ni periodistas, ni soplones que
destapen la corrupción, ni nada. Bastará con soltar unos cuantos de esos
gusanitos especializados, tenaces y valientes para terminar con ella de
un solo bocado. Con esos gusanos trabajando a destajo, día y noche
–gusano animal contra gusano humano–, no harán falta policías ni espías
de la UCO para acabar con la plaga. Porque ya lo dice el viejo proverbio
español: quien mete la mano le pica el gusano.
Viñeta: El Koko Parrilla y Elarruga
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