(Publicado en Revista Gurb el 12 de mayo de 2017)
Lo último que hemos sabido del vasto
cronicón judicial patrio es que han pillado a doña Marta Ferrusola,
exprimera dama de Cataluña, del Principado de Andorra y del cantón
suizo, haciéndose pasar por madre superiora para llevárselo entero. Así,
travestida de monja, la mujer iba moviendo la pasta sucia del clan
Pujol de un lado a otro, de un banco a otro, de un paraíso a otro, sin
levantar ni una sospecha, y tiro porque me toca. Las monjas siempre han
dado mucho juego en España. Una monja engatusó a Don Pablo en El Buscón
de Quevedo; la novicia Inés, de Zorrilla, fue raptada por el taimado don
Juan (en el caso de Ferrusola la zorrilla que secuestraba el dinero de
los catalanes era ella); y se dice que Felipe IV se lo pasaba pirata con
doña Margarita de la Cruz, una cándida monjita del convento de guardia
que estaba a tiro de palacio y que hacía las veces de picadero barroco.
En España la Iglesia ha robado como la que más, y las monjitas y los
curas, más o menos virtuosos o libertinos, siempre han estado ahí, en
nuestra historia y en nuestra más castiza tradición literaria. Hacerse
pasar por religioso para trincar, para limpiar el cepillo, es una
costumbre tan típicamente española, tan tradicionalmente hispana, tan
nuestra, que sorprende que un plan tan caposo y rancio haya salido de
una mente diferencial, distinta, con seny, como la de Ferrusola. Pero es
que la codicia no conoce de razas ni naciones. La codicia es en sí
misma una gran patria a la que siguen encendidos patriotas ciegos de
vicio. El pujolismo se había pasado media vida echándonos en cara que
los catalanes eran diferentes a los españoles, que España era una tribu
de fenicios jornaleros que robaban con descaro y a todas horas a la
virginal nación catalana, mientras ellos pasaban por burgueses
civilizados, responsables, laboriosos y cumplidores con Hacienda. Tanta
nacionalidad y singularidad, tantos telares respetables de Tarrasa,
tanta vanguardia y tanto Gaudí para terminar haciéndose pasar por una
monja ladina y dando el palo del siglo, como cualquier pícaro gitanazo
ibérico. Está claro que no se puede hablar. Marta Ferrusola en el papel
de madre superiora no es algo demasiado distinto de Curro Jiménez
disfrazado de cura y asaltando a los franceses en Sierra Morena.
Cuando Ferrusola escribía misivas
escolásticas a los banqueros ordenándoles que traspasaran “dos misales
de nuestra biblioteca a la biblioteca del capellán de la parroquia” (que
en realidad eran dos millones de “peles” para su hijo mayor o para el
otro) no solo caía en el peor delito que puede cometer la mujer de un
político, el de sustraer el dinero del pueblo, sino que traicionaba la
causa y el espíritu mismo de lo catalán. La puesta en escena de la madre
superiora ferrusoliana es digna del mejor Almodóvar, nuestro director
más genuino y español, y de haber sabido el manchego la madera que tenía
la señora para meterse en la piel de una religiosa inmoral la habría
fichado sin dudarlo para el papel de Sor Rata de Callejón, que Chus
Lampreave interpretó magistralmente en Entre Tinieblas. Me dice
Agustín Díaz Yanes, el director de Alatriste, que lo más parecido al
decadente siglo diecisiete español es el siglo veinte y que el siglo
veintiuno va camino de superarlo. Y tiene razón. España no ha salido de
ese Barroco de reyes mujeriegos, de cortesanos aprovechados que pululan
por palacio, de caciques provincianos y de curas tripones, eso ya lo
sabíamos. Solo que ahora también sabemos que Cataluña no era el símbolo
de la modernidad que nos habían vendido, ni el ejemplo de les coses ben fetes,
ni el culmen europeísta frente al atraso secular y paleto de la meseta,
ni el dinero racional y bien invertido, ni las cuentas claras tan
alejadas de la rapiña castellana y vallisoletana. Otro mito que se cae.
Detrás de la independencia, del soberanismo rampante, de la lengua
propia, de la elevada cultura, de la patraña de que Cataluña era
distinta al resto de España, no había más que una vieja pícara enlutada
haciéndose pasar por monja y dando el timo de la historia, en la mejor
tradición del lazarillo español, para pillar todo el dinero que podía,
tal como pasa en cualquier otro lugar del mundo. Ferrusola, la madre
superiora, nos ha demostrado que la identidad no está en el gen, ni en
el idioma, ni en las fiestas y tradiciones, ni siquiera en el DNI. Sino
en la esencia humana, mezquina y corrupta de lo mortal.
Viñeta: Igepzio
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