miércoles, 24 de mayo de 2017

LE PEN TENDRÁ QUE ESPERAR



(Publicado en Revista Gurb el 12 de mayo de 2017)

La victoria de Emmanuel Macron en las elecciones presidenciales del pasado domingo en Francia han sido como una barrera de contención ante el ascenso meteórico que estaba  registrando el partido ultraderechista Frente Nacional, liderado por la populista Marine Le Pen, y de paso un balón de oxígeno para la maltrecha Unión Europea, que tras el Brexit atraviesa por el peor momento de su historia. De haber ganado Le Pen, la sombra del Frexit, la salida de Francia de la UE, hubiera sido inevitable, y el viejo continente podría haber retrocedido ochenta años atrás, concretamente a los tiempos anteriores a la Segunda Guerra Mundial, en un peligroso proceso de involución histórica. Macron, un exbanquero europeísta y liberal con cierto atractivo físico, ha conseguido convencer a las clases medias francesas de que el país necesitaba apostar por la moderación en un momento delicado marcado por la crisis económica, la oleada imparable de refugiados y el terrorismo yihadista de ISIS, factores de desestabilización que estaban siendo astutamente aprovechados por Le Pen para construir un discurso demagógico que ha calado en la sociedad y que ha convencido a uno de cada tres votantes franceses de que la causa xenófoba ultraderechista es la panacea para resolver los problemas del país.
Sin duda, la victoria de Macron era la menos mala de las soluciones, no solo para Francia, sino para Europa, y también para España. Con Le Pen sentada en el Palacio del Elíseo, y tras la humillante victoria de Donald Trump en Estados Unidos, lo que nos esperaba era más nacionalismo francés, un retroceso en las libertades y derechos civiles, la imposición de un sistema económico cada vez más injusto, el racismo como programa político y la extinción definitiva y total del espíritu europeo, que ha servido, entre otras cosas, para que los estados de la Unión puedan disfrutar del mayor periodo de paz y prosperidad de la historia. No vamos a ser nosotros quienes defendamos aquí a Macron, un calco del español Albert Rivera al que tanto hemos criticado en estas páginas. El nuevo presidente de la República Francesa no deja de ser un representante del centro-derecha francés de toda la vida, un conservador neoliberal que sin duda no va a introducir cambios revolucionarios en el injusto modelo económico-laboral de Francia, pero al menos sabemos que es un demócrata, un hombre que apostará sin ambages por los derechos civiles y por las grandes conquistas políticas y sociales que se alcanzaron en el país galo durante la Revolución Francesa, allá por 1789.
Con Macron, valores como la libertad, la igualdad y la fraternidad seguirán estando protegidos y vigentes, mientras que la intolerante y dura Le Pen, muy a su pesar, tendrá que esperar al menos otros cuatro años para imponer su ideario pseudofascista basado en un patriotismo napoleónico de pandereta que debería estar felizmente superado en el siglo XXI, en la hegemonía del Estado sobre el individuo, en el capitalismo salvaje y en la xenofobia como seña de identidad. Lo menos malo que se puede decir sobre la ideología que practican Le Pen y los más de diez millones de franceses que la han votado es que, cuanto menos, no es decente ni humanista, por mucho que algunas estrellas mediáticas de las tertulias políticas como Jorge Verstrynge se empeñen en diferenciar entre los regímenes totalitarios que se impusieron en Europa en los años 20 del siglo pasado y este nuevo fascismo de aspecto edulcorado y amable. El fascismo es el fascismo, no se puede ser un poco fascista o muy fascista, como tampoco se puede ser un poco demócrata o muy demócrata. O se es o no se es, y el señor Verstrynge debería saberlo, él que precisamente perteneció a lo peor de la infame ultraderecha española de los primeros tiempos de la Transición española. Llamemos a las cosas por su nombre. Que una líder como Marine Le Pen sea mujer, rubia, universitaria y un rostro afable que en principio no despierta el temor que Hitler infundía en el mundo, no significa que detrás de esta ella no haya un programa político ultra y siniestro ciertamente inquietante capaz de poner en peligro lo mejor de las conquistas democráticas.
Puede que Le Pen no suelte los exabruptos terroríficos contra judíos y negros que lanzaba Hitler desde el atril en sus buenos tiempos, puede que de su boca no salgan espumarajos verbales sobre la superioridad de unas razas sobre otras y la aniquilación total del comunista, pero en cierta manera, y en un cierto grado algo más atemperado, no le hace ascos a muchas de las medidas racistas que ya proponía el régimen hitleriano. Estamos convencidos de que el fascismo blando de Le Pen nunca podrá llevar al extremo sus ideas anacrónicas e inútiles sobre la supremacía de los blancos, como también lo estamos de que jamás podrá repetirse en Europa un pogrom basado en los campos de concentración y en las ejecuciones en masa, pero resulta evidente que en su ADN político está levantar muros, permitir que miles de sirios mueran ahogados en el Mediterráneo o permanecer impasible mientras cientos de niños refugiados enferman de hambre y frío, durante el invierno, en los campos europeos. Salvando las distancias, Le Pen es una fascistilla en acto que puede llegar a ser una fascistona en potencia en el caso de que alguna vez los franceses decidan darle votos y confianza suficiente para llevar a cabo sus delirantes y descabelladas ideas políticas. Recordemos que el fascismo no surgió de la noche a la mañana, sino que siguió una evolución lógica desde las cervecerías de Baviera hasta la quema del Reichstag y el estallido de la Segunda Guerra Mundial. El fascismo es una serpiente que muta y va cambiando de piel para adaptarse a los nuevos signos de los tiempos. Hace noventa años el fascista llevaba un brazalete con las esvástica en el brazo y se paseaba orgulloso y ufano por las calles de Berlín o París; hoy se sienta anónima y plácidamente en el sillón del consejo de administración de alguna gran multinacional.
Macron tiene por delante cuatro años para empezar a solucionar los problemas de Francia, que son también los problemas de Europa. Bruselas, y sobre todo Angela Merkel, deberían hacer todo cuanto esté en sus manos para ayudarle a empezar a transformar las políticas de austeridad en medidas auténticamente sociales que lleven algo de alivio a los millones de ciudadanos europeos que tras la crisis económica se han quedado sin trabajo y sin futuro y que configuran el caldo de cultivo perfecto para que florezcan partidos ultranacionalistas que como el Frente Nacional prometen orgullo y mano dura contra las razas inferiores culpables de los males de la sociedad. Le Pen, acechante, espera su momento. El fascismo siempre está ahí, agazapado, paciente, aguardando las debilidades y decadencias de la democracia para llegar al poder. Si Macron y Europa fracasan en la construcción de un nuevo espacio europeo basado en el Estado de Bienestar, una Europa de las personas, no del capital, donde los ciudadanos se sientan protegidos y amparados, dentro de cuatro años tendremos que asistir al triste espectáculo de tener que ver cómo la líder de un partido político ultraderechista y xenófobo usurpa el Gobierno del país que vio nacer los derechos humanos. Sería un drama para el mundo.
Tras las elecciones, el exprimer ministro, Manuel Valls, ha anunciado la muerte del Partido Socialista Francés, algo impensable hace solo cinco años, y su consiguiente candidatura de apoyo a Macron. La socialdemocracia en toda Europa, también en España, agoniza mientras millones de trabajadores buscan nuevos referentes políticos. El nacionalsocialismo no puede ser una alternativa para ellos. No debe ser una opción. Ya ocurrió en los años veinte del pasado siglo y ya sabemos cómo terminó todo aquello. Sería un error histórico de incalculables consecuencia que los europeos apostaran de nuevo por partidos nacionalistas y xenófobos como el Frente Nacional que en el pasado solo llevaron guerras, destrucción y horrores inimaginables a toda Europa. Por esa razón, mientras la izquierda se rearma, debe acogerse con alivio moderado que un político como  Macron se haya alzado con la presidencia de Francia, frenando los delirios de Le Pen. Sin duda es una buena noticia para todos. Cualquier cosa menos el brazo en alto y los cánticos hitlerianos.

Viñeta: Becs

No hay comentarios:

Publicar un comentario