sábado, 6 de mayo de 2017

SEMANA POCO SANTA



(Publicado en Revista Gurb el 14 de abril de 2017)

Nazarenos y beatas, cirios y mártires ensangrentados, vírgenes de oro, brumas de incienso y borracheras de vino malo. Señoras y señores, estamos en Semana Santa, esa fiesta ibérica que ha quedado para llenar los bares de guiris y para que la Guardia Civil nos calque la cartera, inmisericordemente, con el radar infalible de la Operación Salida. España  sigue siendo el pueblo más católico de Europa, del mundo me atrevería a decir, pero mucho me temo que esto de la Semana Santa, como la Navidad y el día de Todos los Santos, ha perdido gancho religioso y ha devenido en mero evento turístico-folclórico. Aquí la mayoría ya no habla de cómo estuvo el encierro de la Macarena o del Cristo de Medinaceli, sino del buen tiempo que hizo, del llenazo en las plazas hoteleras, del bajón del paro con el aluvión de camareros y sobre ese camping barato en la Alpujarra donde le dejan a uno llevar al perro y a la suegra.
El personal, salvo la COPE y cuatro cofradías de encapuchados empeñados en seguir metiendo miedo por la calle, pasa mucho de la imaginería de Gregorio Fernández, Juan de Juni, Salzillo o Berruguete y estos días los dedica más bien a estar tirado en un caluroso aeropuerto, en medio de una huelga incendiaria de pilotos, o en una estación llena de trenes averiados, que la Renfe siempre será la Renfe. Al menos antaño, con el 600, el turista culminaba con éxito la romería a la Manga del Mar Menor; hoy se conforma con pasar unas vacaciones en el balneario aéreo de Barajas, que por lo visto relaja mucho. Hasta en eso vamos para atrás. Quiere decirse que hemos renunciado, afortunadamente, a aquella "salubridad melancólica" de la religión de la que hablaba Felipe II. Y es como tiene que ser. La Iglesia, con sus desfiles góticos, sus cirios cistercienses y sus beatas ricas de lencería cara nos muestra cada año, descarnadamente, el gran espectáculo del dolor y de la muerte. El viejo mensaje sin reciclar de arrepentíos pecadores o iréis al infierno. Una puesta en escena que metía miedo en el siglo trece pero que hoy está felizmente superada porque nadie se la traga, salvo los de Hazte Oír, y ya ni esos, que todo lo hacen por sus cinco minutos de gloria en el programa de Ferreras. Por fortuna, la Semana Santa cada año es menos santa y más pagana, no hay más que darse una vuelta por Magaluf estos días. Aquello sí que es una orgía romana. "El cristianismo podría ser bueno, si alguien intentara practicarlo", decía Bernard Shaw, solo que nadie lo intenta ya porque nadie lo ha entendido bien, como el marxismo, y cuando tratan de llevarlo a la práctica salen cosas aberrantes como esa propuesta del PP de Barcelona de rescatar solo a los refugiados cristianos. Y a los niños moritos que les den bombazo. Dos mil años de cristianismo para llegar a esa mierda de conclusión.
Los pueblos evolucionan quitándose de encima el yugo de los espíritus y chamanes (quien dice chamán dice obispo franquista) y poniendo la razón del ser humano en el centro del universo, que es donde tiene que estar. De otra manera aún no habríamos salido de la tenebrosa Edad Media, qué digo de la Edad Media, de los sumerios y los acadios. Y si no miren ustedes en qué han terminado, por un exceso de hormonas religiosas, todos esos yihadistas que primero se lían la manta a la cabeza y después la lían con el chaleco bomba. Una ordalía de sangre, un sindiós. Qué manía les ha entrado con matar gente. Así es la religión llevada al extremo: irracional, exacerbada, fuera de madre. Una sobredosis de religión radicalizada y fuerte es peor que un chute de coca adulterada y achicharra muchas neuronas. La religión mal entendida es como el capitalismo salvaje, o le ponemos coto o nos lo pone ella a nosotros. Y para muestra un tuit. Se empieza por matar un cabrito en sagrado sacrificio y se termina torturando brujas, dilapidando adúlteras o quemando negros en Nueva Orleans, un deporte que vuelve a estar de moda con el locuelo Trump, el de la madre de todas las bombas. Los rezos y santos deben quedar como algo íntimo, personal de cada cual. Exhibirlos en procesión pública es un vestigio de los antiguos egipcios, que sacaban a pasear a sus momias para que se airearan, además de un foco de atascos y carteristas y un trastorno para los peatones, sean laicos o no, a los que se les cortan las calles sin preguntar. Hagamos un referéndum de autodeterminación de la Iglesia católica. No se atreven. Es mejor seguir tirando con el concordato caducado.
La religión es algo que está muy bien cuando quien la profesa encuentra paz espiritual en ella y lleva esa paz a los demás, pero cuando sirve como arma arrojadiza la cosa se nos va de las manos y principian las guerras santas, las cruzadas, los cruentos exorcismos, las barbas sucias sin afeitar, las misas en TVE y el obispo Reig Pla echando espumarajos por la boca contra abortistas y sodomitas. Pero no nos pongamos demasiado rojeras, que luego nos llama a capítulo la Audiencia Inquisicional. Disfrutemos de las cosas buenas de esta fiesta tan entrañable y tan nuestra: la manzanilla de Moriles, la Mona de Pascua –sin duda una celebración surrealista en honor a Tarzán– las torrijas que están para chuparse los dedos, el péplum de Kubrick sobre Espartaco, que sigue resultando sublime aunque lo repongan mil veces, y los indultos para delincuentes menores, siempre que no sean Bárcenas, Rato o Blesa los agraciados. Por cierto, cuentan que un jugador de baloncesto ha subido unas fotos a Instagram en las que confunde a los nazarenos con los del Ku Klux Klan. Por algo será.

Viñeta: El Koko Parrilla y El Petardo

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