(Publicado en Revista Gurb el 9 de junio de 2017)
En medio del horror y la orgía de sangre
desencadenada por los desalmados de ISIS en los recientes atentados de
Londres, surgen las historias humanas de solidaridad y altruismo que no
dejan de conmovernos. Como la de Ignacio Echeverría, el español de 39
años que estaba desaparecido desde el pasado sábado, cuando se
produjeron los ataques indiscriminados contra la población civil, y que
finalmente es una de las ocho personas fallecidas, según ha confirmado
el Gobierno británico en las últimas horas. Echeverría fue el único que
tuvo el valor de pararse a socorrer a una mujer que estaba siendo
acuchillada por los yihadistas e incluso se enzarzó con uno de los
asesinos golpeándole con su monopatín. Pese a la acción heroica del
ciudadano español, que ha sido capaz de dar su vida por los demás, la
actuación de la Policía británica ha dejado mucho que desear y no ha
estado a la altura de un comportamiento tan bravo y heroico. Y no solo
porque los forenses tardaron más de dos días en confirmar la identidad
del fallecido (tiempo en el que no facilitaron información alguna) sino
por la forma en que las autoridades de Londres han tratado a los
familiares del desaparecido, a los que dejaron en la más absoluta
incertidumbre durante un tiempo que se antoja excesivo, aumentando su
angustia.
El extraño episodio no ha sido
suficientemente aclarado por los agentes de Scotland Yard, por lo que
urge una explicación completa y exhaustiva con urgencia. Todo lo que ha
rodeado a Echeverría puede calificarse de extraño, inconcebible y
misterioso. Primero se le dio por desaparecido, más tarde se filtró que
podía encontrarse entre los heridos ingresados en los diferentes
hospitales londinenses y solo finalmente, cuando todo el mundo se
preguntaba qué estaba pasando con él y los medios de comunicación
aumentaban la presión para obtener datos, el Gobierno británico confirmó
su identidad. La noticia llegó demasiado tarde y fue un jarro de agua
fría para la familia, que en todo momento se sintió olvidada y
maltratada. Queremos pensar que en el kafkiano procedimiento de
identificación de la víctima, en los retrasos, demoras y falta de
información puntual, nada ha tenido que ver que el fallecido fuera
español y que de haberse tratado de un ciudadano del Reino Unido los
tiempos y las formas hubieran sido exactamente los mismos. Queremos
pensar bienintencionadamente, pero mucho nos tememos que el desaguisado
policial pueda tener algo que ver con la nueva política aislacionista y
por momentos desdeñosa con algunos países de la Unión Europea que en los
últimos tiempos, sobre todo a raíz del Brexit, está impulsando el
gabinete de Theresa May. Hace meses que desde la cancillería de Londres
se están difundiendo mensajes claramente discriminatorios contra los
inmigrantes, y no solo contra personas llegadas de países del tercer
mundo, sino también del entorno europeo. No olvidemos que Echeverría era
uno de ellos, alguien que había dejado su tierra para ir a trabajar a
Inglaterra. No queremos pensar ni por un momento que ese hecho haya
podido influir hasta el punto de considerar al español como una víctima
de segunda categoría, dejándolo para el final en el proceso de
identificación de los fallecidos. Queremos pensar más bien que todo ha
sido un inmenso error, necesidades de la investigación, y que a partir
de ahora la Policía británica facilitará toda la información de que
disponga hasta el momento sobre lo que le ocurrió a Echeverría en aquel
encuentro fatal con los terroristas de Daesh. Por supuesto, la familia
tiene derecho al informe con los resultados de la autopsia, que
despejarán los rumores y bulos conspiranoicos que se han desatado en las
últimas horas en las redes sociales y que apuntan a la posibilidad de
que el gallego haya sido abatido por error, a manos de los propios
agentes, en medio de la confusión.
Solo la transparencia y la sensibilidad
con los familiares del fallecido podrán paliar en cierta manera la forma
nefasta con la que la Policía anglosajona ha gestionado este caso. No
vamos a pedir aquí que se le otorgue al ciudadano español la Cruz del
Imperio Británico ni que se le entierre con todos los honores en un
funeral de Estado por haber dado su vida en la defensa de esa mujer que
estaba siendo atacada por los yihadistas. Pero al menos que el incidente
sea debidamente aclarado. Mientras todos corrían despavoridos para
escapar del terror que se había desatado en el Puente de Londres,
Ignacio Echeverría decidió quedarse, comprendió que lo justo era ayudar a
aquella mujer, ponerse de lado de quien más lo necesitaba en ese
momento. Cualquiera de nosotros hubiera corrido para salvar la vida. Era
lo lógico, algo humano y comprensible. Pero quizá haya llegado el
momento de dejar de correr, de hacer frente a los asesinos con nuestras
manos y nuestro corazón. Afortunadamente todavía quedan Echeverrías en
el mundo. Fue un héroe con toda seguridad. O quizá solo fue un hombre
que hizo lo que todos deberíamos hacer. Porque gracias a los pocos
Echeverrías que aún caminan a nuestro alrededor, la civilización tiene
un futuro. Y las bestias aún no han ganado la batalla.
*****
Cada vez que ocurre un bárbaro y salvaje atentado yihadista tenemos que escuchar las mismas palabras y argumentos previsibles de los políticos, tertulianos y analistas, las mismas condenas internacionales y minutos de silencio que no sirven de nada, las propuestas para aumentar el número de policías que tampoco valen para mucho contra este nuevo terrorismo suicida. Horas y horas de televisión que serán olvidadas al día siguiente.
Sin embargo, el auténtico debate y el
más fundamental de todos, que no es otro que el infierno de hambre y
pobreza en que vive cada día más de la mitad de la población mundial,
siempre queda en segundo plano. La previsión para la estación del hambre
en el Sahel en 2017 resulta aterradora: 8,6 millones de niños sufrirán
desnutrición severa. Casi nueve millones de niños condenados a una
muerte segura. Cientos de personas pierden la vida cada año intentando
cruzar el Mediterráneo en una patera y ya ni siquiera acudimos a
socorrerlos para que no perezcan ahogados. Miles de seres humanos
agonizan en Palestina tras décadas de guerra y opresión. ¿Y Siria? ¿Qué
podemos decir de esa vergüenza para la raza humana? Se desangra sin que
ni la ONU ni las potencias mundiales pongan freno al desastre
humanitario. ¿No es ese infierno diario en el que viven millones de
personas la mejor cantera para que ISIS reclute a sus futuros
terroristas, cada día más violentos y descerebrados, prometiéndoles un
futuro mejor si descargan su ira contra el opulento Occidente? ¿Por qué
cuando se produce una matanza en Londres, París o Berlín nadie habla de
las verdaderas causas del terrorismo islamista, del colonialismo blanco
humillante y no resuelto, del expolio económico al que las grandes
multinacionales someten a los países pobres de Oriente Medio, África y
buena parte de Asia? ¿Por qué nadie pone el dedo en la llaga del
genocidio a gran escala de más de un tercio de la población mundial?
No estamos ante un exclusivo problema de
seguridad, sino ante un inmenso problema económico de índole global, un
drama de explotación y miseria que los países ricos hemos tolerado y
potenciado durante siglos y que tiene consecuencias políticas y
sociales, como la formación de grupos integristas fabricados con los
mimbres de la desolación de miles de individuos. Destinar más policías
no resolverá el problema. Pongamos un agente en cada esquina y seguirán
apareciendo locos dispuestos a colocarse un chaleco de explosivos o a
empuñar un modesto cuchillo en nombre de Alá y de sus oprimidos hermanos
musulmanes. Fichados, no fichados, retornados, lobos solitarios,
células durmientes, reclutados de primera o segunda generación no son
más que etiquetas vacías. ISIS no ha surgido de la noche a la mañana.
ISIS es la consecuencia histórica de una macroestructura económica
diabólica, injusta y delirante. Cuanto antes empecemos a cambiar el
chip, el enfoque del problema, antes empezaremos a encontrar las
soluciones. No lo olvidemos nunca. El terror de la Yihad nace de lo de
siempre, de algo tan viejo como la Tierra: de que hay unos que lo tienen
todo y otros que no tienen nada. Y de esos que nada tienen solo pueden
nacer tres cosas: fanatismo, odio y terror.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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