(Publicado en Revista Gurb el 23 de junio de 2017)
Todo partido político que se precie
necesita en sus filas un hombre pendenciero y bravucón, un fanfarrón que
baje al barro a partirse la cara, un diligente comemarrones capaz de
hacer papilla a una pobre ancianita inofensiva cuando la cosa se tuerce y
se pone fea. En el PP, Rafael Hernando, Rafa para los amigos, es ese
hombre. Cumple la función a las mil maravillas. Es envarado como un pavo
real, repelente como un antimosquitos barato comprado en un bazar chino
y de lengua tan afilada y viperina que si un día se la muerde la
septicemia está asegurada. No hemos encontrado biografías autorizadas
sobre el ilustre diputado, se conoce que aún no ha hecho nada bueno (ni
malo) que le interese a Editorial Planeta, de ahí que nos veamos
obligados a recurrir a la socorrida Wikipedia para elaborar este modesto
perfil, pidiendo perdón de antemano por la imprudencia profesional.
¡Pero qué demonios, vamos a hablar de Rafael Hernando, de Rafa El
Broncas, que no es Winston Churchill, precisamente! Si al menos saliera
en la Enciclopedia Británica… Así que para contar la obra política del
chico de los recados sucios del PP nos basta y nos sobra con la Wiki.
Por lo visto Hernando nació en 1961, es
divorciado y padre de tres hijos. Lo de divorciado no le extraña a
nadie, no habrá una santa en toda España con fuerzas suficientes para
aguantar a ese arrogante de marido que vuelve a casa cada noche con los
ojos inyectados en sangre, destilando bilis y echando espumarajos por la
boca. Dicen que empezó su carrera política en Guadalajara, Guadalajara
en un llano, México en una laguna, y ya en el 87 estaba dirigiendo
Nuevas Generaciones del PP, que es donde se amamanta la cantera de
cachorros de colmillo retorcido de la derechona patria. Nuevas
Generaciones es como la Masía del Barsa, solo que en lugar de salir de
allí finos estilistas del parlamentarismo, en plan Iniesta, salen Pepes
de la política, o sea rompetibias, tuercebotas y carlancones sin oficio
ni beneficio. En todo caso fue una carrera meteórica, y no solo por lo
rápido y fulgurante, que también, sino porque Rafa debe sufrir un
extraño meteorismo que le lleva a acumular mala baba y gases tóxicos que
va soltando luego contra sus rivales, por los pasillos del hemiciclo, a
modo de pestes y bombas fétidas. Cuentan que en julio de 2005, tras una
agitada sesión en la que se debatía el trágico incendio de Guadalajara,
trató de meterle un gancho de derechas al bueno de Pérez Rubalcaba –un
peso pluma para el puño implacable de Rafa, un vejete del socialismo
decrépito que estaba ya de vuelta de la vida y no tenía ni media
hostia–, y lo hubiera hecho de no haber sido porque entre Acebes y
Zaplana le pararon los pies. Es lo malo de Rafa, que cuando se calienta,
cuando se pone burro, arde Troya y hasta Génova.
Quizá fue ese temple para manejar los
momentos críticos, esa diplomacia para decir las cosas en su justa
medida y esa capacidad para el entendimiento con el adversario político
lo que hizo que Rajoy se fijara en él como futuro portavoz del Grupo
Popular. El muchacho apuntaba maneras, reunía todas las condiciones. Y
desde entonces, su hoja de servicios ha sido espectacular, brillante,
impecable. Lo tiene todo: una condena de 20.000 euros por insinuar que
UPyD se financiaba ilegalmente, trifulcas radiofónicas con los
antitaurinos, reyertas televisivas con los defensores del cambio
climático (cree que el calentamiento global es una suerte de "ecocomunismo que profetiza que en diciembre se va a acabar el mundo") y
hasta encendidos ataques contra jueces que no son de su cuerda, como
Santiago Pedraz, a quien en cierta tertulia que se le fue de las manos
llegó a llamar "pijo ácrata". Como si él fuera un punki antisistema. Nos
ha jodido el muchacho.
Pero sin duda, la guinda del pastel la
puso aquel día de infausto recuerdo, cuando al hablar sobre la ley de
Memoria Histórica aseguró que “algunos se han acordado de su padre
cuando había subvenciones”. Un golpe bajo a los derechos humanos, un
navajazo trapero a la concordia, a la humanidad y a los valores
democráticos más básicos. Desde el último crimen de Jack El Destripador
no se había conocido nada igual. Y sin embargo, cuando creíamos que ya
lo habíamos visto todo, faltaba, cómo no, su penúltima marrullería, la
prueba del algodón definitiva que debe acreditar todo facha de pedigrí:
el machismo genético a calzón quitado. A fin de cuentas, un hombre no
puede decirse auténticamente de derechas mientras no marque paquete
masculinamente. "Hay quien dice que estuvo mejor la señora Montero que
usted, pero no diré nada porque no sé qué voy a provocar en esa
relación", le soltó a Pablo Iglesias tirando de testosterona ibérica
durante el debate de la moción de censura, aunque luego le pidió perdón
con la boca pequeña. Sí, sí, perdón y todo lo que usted quiera, pero ahí
queda la cagadita. Si es que no da puntada sin hilo ni cuchillada sin
sangre el señor portavoz.
Así es Rafa, duro como el acero con el
que se forjaron los cañones de la División Azul, inflexible como la
institutriz prusiana de Heidi, inmune siempre a las sensiblerías y
sentimientos humanos. A Rafa, cuando sale por la mañana de su pisaco de
200 metros cuadrados y aspira el olor a napalm de la refriega política,
se le ponen los pezones duros y tiesos, de punta como las flechas de la
Falange. Rafa primero dispara y después pregunta. Rafa es una bestia
parda, un antropófago de la política que emerge de la caverna cada día
dispuesto a merendarse a cualquier nene desvalido, Errejón si se le pone
a tiro, o Echenique, que como va en silla de ruedas es una presa
segura. De hecho, la ciencia sospecha que Rafa puede ser el eslabón
perdido en la procelosa cadena de la evolución humana. Homo Hernandus,
entre el Homo Antecessor y el Homo Erectus, escalón arriba, escalón
abajo en el árbol evolutivo que no hay un dios que lo descifre. Rafa
podría ser ese homínido troglodita que al principio de 2001, la
peli de Kubrick, lanza el hueso al aire, convirtiéndolo elípticamente y
al momento en una nave sideral. Solo que él utilizaría ese fémur para
otros menesteres mucho más prácticos y ventajosos, como arrearle en la
testa al podemita bolivariano de la tribu vecina, y que vaya entrando en
razones. Al final la política no es más que eso, una guerra cruenta y
sin cuartel en la que solo puede quedar uno, debe estar pensando Rafa.
Los paleontólogos se frotan las manos con un hallazgo tan sorprendente
como el Homo Hernandus. Nunca habían visto un monazo tan prehistórico y
peludo caminando tranquilamente por la Gran Vía madrileña, unga, unga.
Hasta habla y todo, aunque no diga nada interesante ni tenga ideas
brillantes. En el debate, durante el discurso interminable de Pablo
Iglesias, se le vio comer cacahuetes simiescamente, al igual que a
Rajoy. Ya tarda Arsuaga en hacerle un examen.
Viñeta: L'Avi
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