(Publicado en Revista Gurb el 26 de mayo de 2017)
La inesperada victoria de Pedro Sánchez
en las primarias del PSOE abre un nuevo tiempo en la política española.
Todo estaba atado y bien atado para que la ganadora fuera Susana Díaz,
que contaba con el apoyo logístico del aparato del partido, de los
grandes jerarcas como Felipe González, Bono y Zapatero y con la
artillería pesada del Grupo Prisa. De lamentable y bochornosa podría
calificarse la cobertura de la campaña electoral que han hecho El País
y sus terminales mediáticas, en la que el grupo empresarial ha apostado
sin pudor por el caballo ganador, en este caso Díaz. Se había creado
una especie de ficción, de apariencia de que el votante socialista, el
militante de base, terminaría depositando su voto en favor de la
representante oficialista de las elites del PSOE. Todo eso no era más
que un espejismo. Pese a que la historia parecía escrita de antemano,
pese a que el guion estaba meticulosamente preparado para que la líder
andaluza se erigiera como nueva secretaria general del PSOE, la realidad
se ha impuesto finalmente, dando un vuelco inesperado a la situación.
Sánchez no solo le ha ganado la batalla a Díaz (también a Patxi López,
el tercer candidato en discordia que nadie sabía muy bien qué pintada en
estas primarias) sino que lo ha hecho por un amplio margen de más de
diez puntos.
Nadie, ni siquiera los colaboradores más
optimistas de Pedro Sánchez, se esperaba una victoria tan holgada. Los
votantes de calle han dicho no a Díaz, la aspirante que representaba el
aparato del partido y que apenas unos días antes de la votación ni
siquiera tenía un programa electoral, tal era su sobrada confianza en la
victoria. La presidenta andaluza pensaba que soltando eslóganes manidos
como "el PSOE es mucho PSOE", o "cien por cien PSOE", sin hacer nada
más, sin aportar ninguna otra idea provechosa, lograría los votos
suficientes para alzarse con el despacho de Ferraz. Ese fue su primer
error. La autosuficiencia en política siempre se acaba pagando cara. Por
el contrario, Pedro Sánchez, tras la traición que sufrió en el último
comité federal del partido, donde fue depuesto por el sector crítico en
una maniobra rastrera de dudoso talante democrático, aprovechaba el
tiempo que le daba la campaña electoral. Se trabajó las primarias, por
así decirlo. Fue a lo suyo. Inasequible al desaliento, haciendo oídos
sordos a los escarnios y humillaciones de sus oponentes, echando toda la
carne en el asador y confiando plenamente en que él era el candidato
preferido por las bases socialistas, se enfundó su chupa de cuero y sus
zapatillas deportivas que le dan un aire más proletario, subió a su
coche y, arropado por un grupo de fieles seguidores, se empleó a fondo
en la misión de recorrer las agrupaciones socialistas de cada pueblo de
España con la intención de recabar los apoyos necesarios. Mientras
tanto, en los indolentes y elevados despachos de Ferraz, sus rivales
políticos, también sus más íntimos colaboradores que lo habían dejado en
la estacada, lo ninguneaban y hasta se burlaban de él públicamente. "Pobre Pedro, míralo para qué ha quedado, está más acabado que las
maracas de Machín", debieron pensar los intrigantes susanistas en petit comité.
Ese fue el segundo gran error de Díaz: dar por hecho que su principal
adversario en las primarias estaba muerto políticamente, despreciarlo,
infravalorarlo.
Pedro Sánchez dio mítines hasta en el último rincón del país, abrazó a los simpatizantes que acudían a escuchar sus palabras, estrechó sus manos y escuchó sus inquietudes, comió con los viejos socialistas de carné hartos del espectáculo bochornoso y de guerras intestinas que había vivido el partido centenario en los últimos meses. El primero de los actos públicos de Sánchez tuvo lugar en El Entrego, un pequeño pueblecito de la cuenca minera asturiana, un símbolo de la histórica lucha socialista, y a él acudieron más de quinientas personas que lo escucharon con entusiasmo y hasta con fervor. Al término del mitin, tras cantar la Internacional (un himno que el PSOE tenía fatalmente olvidado) Sánchez se dio un baño de multitudes por las calles de la localidad, firmó autógrafos y mostró su mejor sonrisa, sin caer en palabras amargas, rencores o exabruptos hacia los que organizaron la encerrona contra él del comité federal que le obligó a dimitir. Todos los que estuvieron en El Entrego empezaron a pensar que el muchacho podía ganar las primarias. Después de Asturias vino Valencia, Madrid, Cataluña, tantos lugares donde los socialistas necesitaban que alguien les explicara personalmente, de viva voz, qué ocurría en la cúpula del partido. ¿Y dónde estaba Susana Díaz mientras tanto? Nadie lo sabe, pero probablemente no estaba donde tenía que estar: haciendo campaña pueblo a pueblo, barrio a barrio, puerta a puerta. Creía que el partido estaba ganado, practicó lo peor de la ideología marianista (o sea, de Mariano Rajoy) que no es otra que dejar las cosas correr, no hacer frente a los problemas y eludir su obligación de trabajar, de dar el callo, de cumplir con las ocho horas diarias de jornada laboral que se debería exigir a todo político en activo. La pereza y desgana con la que Díaz ha abordado estas primarias (quizá lo más preocupante de todo en un político que aspira algún día a ser presidenta del Gobierno) ha sido el tercer gran error de la líder andaluza. Autocomplacencia, desprecio por el rival y pocas ganas de trabajar. Un cóctel perfecto que solo podía terminar en una clara y rotunda derrota.
Las sorprendentes primarias del PSOE que
pasarán a la historia de nuestra democracia por su final inesperado
cuando todo jugaba en contra de Sánchez demuestran, por encima de todo,
algo que no ha comprendido Susana Díaz: que ya no es tiempo de viejas
políticas, que el ciudadano está harto de aparatos y estructuras de
partido que desconectan de la política y provocan desafección, que los
españoles, sobre todo tras las movilizaciones del 15M, exigen una nueva
forma de hacer las cosas. Volver al felipismo trasnochado donde un
caudillo dirige a las masas confusas, tal como parece propugnar la
corriente oficialista de Díaz, es una propuesta fracasada de antemano en
los nuevos tiempos que corren. Los españoles exigen debate, explicación
de las decisiones que se toman, transparencia, cercanía de los
políticos y participación directa. De ahí el éxito de estas primarias
donde las bases se han impuesto a las elites y baronías. Muchos líderes
del PSOE que daban por muerto a Sánchez, no solo sus enemigos del
partido que no comulgaban con sus ideas sino sus amigos y allegados
colaboradores que lo traicionaron en el último momento pasándose al otro
bando, asisten ahora con la boca abierta a algo que no se imaginaban ni
en sus peores pesadillas. Algunos como Antonio Hernando, que cambió de
chaqueta miserablemente para mantener su puesto de trabajo, ya han
presentado su dimisión. Otros deberían seguir su camino. No se puede
estar con Dios y con el Diablo.
Lo que viene ahora, el futuro, nadie lo
sabe. ¿Pactará Sánchez con Pablo Iglesias en una especie de gran frente
de izquierdas que permita presentar una moción de censura contra Mariano
Rajoy en una reedición del "no es no" al presidente del Gobierno que
podría terminar en unas elecciones generales anticipadas? ¿Podrá ejercer
como secretario general del partido sin que Susana Díaz le ponga
zancadillas en la sombra? ¿Será capaz de dar el ansiado viraje a la
izquierda que tanto necesita el PSOE después de tantos años de
conservadurismo, aburguesamiento y puertas giratorias? Son incógnitas
que solo el tiempo despejará. Pero de momento, todos deberíamos aprender
una lección de este Sánchez resucitado al que tanto se le ha reprochado
que no sea más que una cara bonita con escasa preparación política. El
nuevo secretario general del PSOE ha demostrado que no solo tiene
inteligencia y habilidad para la estrategia política, sino lo que es
mucho más importante: posee valor y coraje, capacidad de trabajo y
esfuerzo, tenacidad para encajar los golpes y superar las adversidades y
la ilusión de alguien a quien le apasiona su trabajo. Cualidades todas
ellas necesarias y fundamentales en un líder político que aspira a
gobernar España algún día.
Ilustración: Jorge Alaminos / Álex, La Mosca Cojonera
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