No nos vale su perdón en un caso tan grave y delictivo, señor Feijóo. Porque su amigo no fue pillado con un inocente porrito de marihuana para una noche de flipe veraniego. Le recuerdo que la pasma arrestó al señor Dorado cuando timoneaba un barco lleno de nieve blanca, cuando viraba un bajel pirata con un klimanjaro de falopa preparado para arruinar a la juventud gallega. Fue la Operación Nécora, allá por los noventa ¿Lo recuerda, señor Feijóo? Aquella aventura de juventud no solo debería ser suficiente para que dejara de ser presidente de Galicia hoy mismo, debería ser suficiente para meterse en casa, debajo de la cama si es posible, y no salir de allí en una buena temporada. Hágalo por vergüenza torera, please.
Nuestros políticos se están superando día a día en este flim de suspense, espías y contrabandistas. Uno ya no sabe con qué sobresalto se levantará al día siguiente. ¿Qué será mañana? ¿Un diputado asesino en serie? ¿Un senador violador multirreincidente? ¿Un tesorero del PP que llevaba las cuentas en B del Tercer Reich? Ahora el Gobierno se ha puesto muy serio con el tema del escrache, esa reacción popular y lógica de gente desesperada a la que están echando de sus casas por no poder pagar la hipoteca. Glez. Pons ha comparado esta actividad con la kale borroka y Rajoy pretende castigarla con la cárcel. Mano dura al obreraje, caña al mono, que es de goma, o sea. El escrache no es más que la revolución en ciernes de toda la vida. Ciudadanos que persiguen por las calles a los gobernantes corruptos que les han estafado, que les han robado, que les han arrebatado sus vidas, sus ahorros, sus sueños. ¿Qué esperaba el Gobierno? ¿Que el pueblo hiciera palmas con las orejas ante los recortes inhumanos, la corrupción a manos llenas, la reforma laboral injusta, el paro, la pobreza, la miseria? No vamos a justificar aquí el escrache como forma de hacer política. Solo decimos que es la consecuencia lógica, hegeliana, dialéctica en este momento histórico convulso que vivimos. No se puede responder al grito ahogado del pueblo oprimido y hambriento con lecheras cargadas de antidisturbios, con cárceles llenas de presos políticos, con códigos penales hipócritas. Eso ya lo hizo el último zar de Rusia y la cosa terminó en una sangría roja y en una película coñazo de la que todo el mundo habla y que nadie ve ya: el Acorazado Potemkin, o sea.
Hemos entrado en una fase de aceleración peligrosa de la Historia que no sabemos adónde conduce. El Rey liado con una corista, pillado in fraganti con cuentas sospechosas; la Merkel relajando sus lorzas en un balneario italiano; el duque de Palma a un paso del trullo. Los cimientos de Génova tambaleándose por las bombas de Bárcenas. Ya no nos sorprende nada de estos boys descarados. Ni siquiera que se vayan de coca por el Egeo gallego.
Imagen eldiario.es
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