jueves, 4 de abril de 2013

LA PRINCESA PRO-METIDA


Una princesa inclinando la cabeza ante un juez de pueblo. Es el final de la Monarquía, el final del cuento de hadas en que ha vivido España durante treinta años.
Nos arrebatan los derechos laborales, nos arrebatan la democracia, nos arrebatan los cuatro ahorrillos miserables de las preferentes. Y ahora nos furtan la inocencia del cuento. 
El Lecturas y el ABC nos habían vendido que la familia real era un Camelot idílico y apacible donde todos pasaban por muy cristianos, abnegados, honrados. Juan Carlos era nuestro Rey Arturo y hasta teníamos un escudero psicoanalista, Woody Allen, un americano en la corte de los Príncipes de Asturias. La Reina Sofía hacía el papel de esposa fiel, educada, callada. Ni pinchaba ni cortaba, ni tanto montaba ni montaba tanto. 
Creíamos que todos eran felices y comían perdices pero esto era más bien el putiferio de los Tudor. Una infanta arrastrada por los suelos purulentos de los juzgados; un duque de Palma enfermo de dinero y priapismo; amantes entrañables durmiendo en la Corte; y un heredero al trono abucheado en la calle. El ser humano vive de pan, vino y cuentos y España es un cuento malo que se acaba. 
Pero no nos pongamos republicanotes ahora, que tampoco toca. Es momento de llorar por la muerte del cuento, por el final del final feliz, por la defunción del beso de la bella con cruzado mágico de Plaitex que convierte en príncipe al sapo repugnante. Aquí, en España, con tanta corrupción, son los sapos imputados los que besan princesas y las convierten en codiciosas madrastras. Cualquier día buscamos abogado a la Cenicienta, le retiramos el pasaporte a Blancanieves, entrullamos a la Bella Durmiente. Como en el chiste: ¿A dónde vas Caperucita?, preguntaba el lobo feroz. Al río a lavarme el chichi. Pues lo mismo: ¿A dónde vas princesa? Al juzgado a cantar por soleares. Joé, cómo ha cambiado el cuento.        
Iñaki firmaba sus chanchullos como el duque em-palma-do; Cristina era la princesa 
pro-metida. Metida en el ajo hasta el cuello, metida en la pomada real hasta las trancas. Han hecho bueno a Marichalar, aquel Rain Man autista que no se metía con nadie y que era el único sano en Palacio. 
La monarquía se tambalea porque una princesa mordió la manzana envenenada, una manzana podrida que no fue sacada a tiempo del cesto. Ay, Cristina, Cristina ¿por qué mordiste la manzana? Has sido una Blancanieves que no supiste decirle Noos a tu chorbo azul. Ahora es demasiado tarde princesa, búscate otro perro que te ladre, princesa. Este cuento ya no termina con el beso de rigor bajo el confeti plateado y las espadas en alto de los húsares mariconetis enfundados en leotardos. Este cuento tiene el mismo final negro e hispánico que se ha repetido a lo largo de la Historia: unos borbones de última generación demoliendo los muros de la patria mía. Después de 30 años de cosas bien hechas, después de tres décadas de buena arquitectura juancarlista, el Reino se nos va a la mierda. Será que vuelve nuestra leyenda negra por violar y masacrar inditos americanos.     
Qué annus horribilis, señor Rey. Todo empezó a ir mal desde la cacería africana con la rubia mogambo. Nunca se debe matar elefantes sagrados, porque luego pasa lo que pasa y le llegan a uno, de golpe y porrazo, todas las maldiciones chamánicas de la selva. Mi cuento favorito es Tarzán, ese héroe que se exilió de la sociedad con una mona y terminaron dándole unas medallas olímpicas. A Iñaki no le bastaba con sus medallas deportivas. Pícaro, canalla, bribonazo. Tenía que mancillar a una princesa, tenía que saquear un Reino, tenía que vender a un pueblo. Y de paso dejarnos sin cuento.         

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