LAS BESTIAS
Seis millones de parados. Seis millones doscientos dos mil setecientos, para ser exactos. No nos dejemos a ninguno en el tintero, que detrás de los fríos informes hay personas, personas con rostros, con sangre en las venas, con vida aún viviente. Floriano ha sido el muñeco de pim pam pum que el Gobierno ha sacado hoy al teatro de guiñoles para decir que la economía está dando sus frutos. Qué vergüenza, qué bochorno, qué sonrojo. Aquí los únicos frutos que da la economía son los sobres maduros que, como manzanas podridas, van cayendo de España a Suiza mayormente; los billetes de quinientos que germinan en lejanos paraísos fiscales; los sueldazos, comisiones y dietas que cultiva esta casta de politicastros camastrones que nos ha caído en desgracia. Seis millones, seis. Ni dos, ni tres, ni cuatro, ni cinco, sino seis. Se dice pronto. Doce millones de manos nobles desahuciadas, doce millones de brazos fuertes triturados, doce millones de piernas inutilizadas. Seis millones de cerebros malgastados. Este Gobierno ha hecho del país un gran banco de órganos muertos e inservibles, un inmenso vertedero de cadáveres vivientes que a nadie importa ya, un Walking Dead laboral. Hitler hizo su genocidio de seis millones de judíos; este fascismo económico que nos asfixia ya tiene su propio holocausto humano. A Fátima Báñez no se le ocurre mejor idea para resolver el paro que encomendarse a la Virgen del Rocío (¿Dios, por qué los más inútiles siempre acaban en ese departamento?), Rajoy sigue mudo, sordo y ciego y el ministro Fernández (¡puag!) saca las lecheras a la calle. Eso es lo único que se le ocurre a este Gobierno de calvorotas ilustremente mediocres que nos malgobierna. Policía y caña al mono contra los miles de ciudadanos que se agolpan a las puertas del Congreso. Policía y verjas de hierro para contener al pueblo famélico que pide pan y justicia. Tratan al ciudadano como bestias salvajes, pero las bestias enjauladas en sus despachos dorados son ellos. Las bestias despiadadas que gobiernan con el zarpazo del recorte y sus decretazos crueles e injustos son ellos. Las bestias con piel de cordero, trajes hipócritas y dientes dientes que reducen al ser humano a la categoría de inframosca inmunda susceptible de ser aplastada son ellos. Posada, con una desfachatez que asusta, los sigue llamando antisistema, pero uno cree que esa gente que asedia el Parlamento (salvo algún macarra que se habrá colado, es cierto) no es más que el farallón de la miseria, la primera lava de un volcán de indigencia humana que ha explotado para arrasarlo todo. Se les puede poner la etiqueta que se quiera: antisistema, perroflautas, malhechores, marginales, barbudos, melenudos, piojosos, vagos, maleantes, yonquis o hippies de mierda. Es inútil. Por mucho adjetivo sociológico que se les quiera colgar la cruda realidad no se puede esconder, lo esencial seguirá estando ahí: la miseria, la desesperación, la falta de futuro. El gran Sábato ya nos avisó de que el mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria. Pues ningún ministro de este Gobierno ni de ninguno debería levantar la cabeza ni salir en los periódicos ni asistir a canapé ministerial alguno hasta que el último de esos parados tenga un empleo digno. La paradoja terrible es que el Congreso de los Diputados, la casa del pueblo, el santuario sagrado del ciudadano, se ha parapetado con policías como rocas y espigones para defenderse de sus legítimos propietarios. Ha sido un desahucio parlamentario en toda regla, un día negro, un día de infamia. Algunos se debieron sentir muy seguros y respetables detrás de los furgones blindados del 091. Pero recuerden una cosa sus señorías: también se sentía muy seguro el faraón cuando el ángel exterminador pasó rozando su cabeza.
Imagen: república.com
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