(Publicado en Diario16 el 24 de febrero de 2023)
En España cualquiera puede llegar a presidente del Gobierno. Y no hablamos ya de la inteligencia, la preparación, las cualidades como líder o la formación académica que requiere el puesto. Ni siquiera de si ha escrito tal o cual libro de éxito o sale todos los días en el programa de Ferreras. No. Nos estamos refiriendo a que técnica, constitucionalmente, jurídicamente, no es ni siquiera un requisito imprescindible estar metido en política para terminar en la Moncloa. Es decir, que mañana mismo a Santi Abascal se le ocurre proponer a su cuñado, a su cocinero o chófer (estos de las élites van todos con chef y conductor), o a un amigo de confianza que no tiene ni pajolera idea de nada, y a triunfar.
En efecto, la Ley 50/1997, de 27 de noviembre, que regula el funcionamiento del Ejecutivo, establece en su artículo 11 que “para ser miembro del Gobierno se requiere ser español, mayor de edad, disfrutar de los derechos de sufragio activo y pasivo, así como no estar inhabilitado para ejercer empleo o cargo público por sentencia judicial firme”. Punto pelota. O sea que basta con que no seas extranjero, ni un niño de teta o adolescente o un preso para que te nombren primer ministro. No se exige haber concurrido a unas elecciones con un programa electoral para proponer soluciones a los problemas de tus paisanos; ni pertenecer a un partido político con posibilidades de tocar poder; ni acumular una experiencia mínima en tareas de gobernanza. Nada. Si el candidato ha sido presidente de su comunidad de vecinos alguna vez al menos sería un punto a tener en cuenta, un algo, pero ni eso. La ley es absolutamente laxa a la hora de permitir que un peatonal, un hijo de vecino, uno cualquiera que pasaba por allí, termine dirigiendo los destinos de la nación. Qué menos que exigir que el candidato sea diputado en ejercicio con su credencial en el bolsillo tras ser elegido por el pueblo. Eso podría evitar que un trámite parlamentario tan solemne y trascendental como es una moción de censura, el intento de tumbar un Gobierno legítimamente salido de las urnas, se termine convirtiendo en un espectáculo o show propagandístico, algo en lo que coinciden todas sus señorías salvo las del partido de la extrema derecha que promocionan esta chirigota.
Llegados a este punto, cabe preguntarse: ¿podría proponer Vox a un mono como candidato a la Presidencia del Gobierno para derrocar a Sánchez, terminar de convertir el Parlamento en una barraca infecta y cargarse la democracia desde dentro? Obviamente, estamos exagerando, pero la hipérbole no deja de albergar cierta enseñanza. La ley no dice expresamente que el aspirante tenga que ser una persona. El Legislador tendría que haber empezado por ahí para ir acotando supuestos, porque luego llegan los ultras, aprovechan cualquier rendija o resquicio legal y nos dinamitan el sistema (ya lo están haciendo con la ley del “solo sí es sí”). Así que siempre que sea un macaco español (los de Gibraltar estarían excluidos por ingleses), en principio no habría problema para sentarlo en un escaño. Seguro que en la formación verde ya están dándole vueltas a la idea. Si un paleto que no sabe hacer la o con un canuto como Donald Trump llegó a lo más alto de la democracia más consolidada, a la cúspide de la nación más poderosa del planeta, qué no podrá ocurrir aquí, en un país pequeño con un Estado de derecho inmaduro que falla más que una escopeta de feria.
Obviamente, no estamos sugiriendo aquí que Ramón Tamames no esté preparado para ser nombrado presidente del Gobierno. Dios nos libre. Nos encontramos, sin duda, ante un economista de gran prestigio, una mente brillante que en su tiempo fue todo un referente de la intelectualidad española, eso que llaman un líder de opinión. Otra cosa es la edad. El hombre lleva años apartado del gimnasio de la política y por lógica y por biología debe haber perdido el músculo (ya veremos si se encuentra en forma el día que Vox lo lance al ruedo para defender la moción de censura contra Sánchez). Lo que decimos, lo que estamos tratando de decir, digo, es que el sistema debería contar con algún tipo de filtro o control para evitar que esto de las mociones de censura pase del cachondeo al descontrol absoluto. O se regula el tema o terminaremos viendo cómo al primero que pasa por la carrera de San Jerónimo, con un palillo en la boca y mirando los recoletos jardines, lo enganchan, le dan una corbata y un micrófono, lo llevan en volandas a las Cortes y lo suben a la tribuna de oradores para dirigir los designios del pueblo español. Nos encaminamos peligrosamente hacia ese modelo libertario que termina convirtiendo la democracia en un juego peligroso. En Sudamérica, por influencia de los Estados Unidos, la tradición permite que cualquiera sea nombrado presidente o incluso jefe del Estado. Milicos golpistas, guerrilleros, narcos, esclavistas del latifundio, caciques de la caña de azúcar, galanes de culebrón, comerciantes de aguacates, embaucadores, novelistas, cualquiera con un poco de suerte y sabiendo estar en el momento oportuno llega al palacio colonial de turno. Nosotros vamos por esa misma senda del modelo yanqui pasado por el filtro latino.
La segunda moción de censura de Vox es una maniobra para degradar aún más las instituciones democráticas. No por la categoría del personaje (el profesor Tamames de hace veinte años podría haber sido un presidente que no hubiese desentonado al lado de otros que han pasado por Moncloa), sino porque huele a gamberrismo político, a fricada y a broma de mal gusto. Abascal le ha cogido el gustillo a esto de presentar mociones de censura para deslegitimar a la izquierda y ya las propone como churros y con cualquier actor que se preste. Hoy es, tristemente, el catedrático Tamames, contra el que no tenemos nada que objetar, pero mañana puede ser cualquiera, un jugador de fútbol, un torero, un boxeador o una cupletista. Un poquito de seriedad no vendría mal para empezar a regenerar nuestra maltrecha democracia.
Viñeta: Iñaki y Frenchy