(Publicado en Diario16 el 23 de enero de 2023)
La manifestación ultra del pasado fin de semana en Madrid ha dejado en muy mal lugar a Alberto Núñez Feijóo. El líder del PP decidió apoyarla, pero finalmente no acudió por vergüenza torera (sabía de primera mano que las banderas con los pollos aflorarían en cualquier momento, como así fue, con el consiguiente bochorno). Finalmente, y aunque Cuca Gamarra haya calificado el aquelarre antisanchista como “un éxito porque españoles libres salieron a la calle para fortalecer nuestras instituciones”, todo el protagonismo lo acaparó Santiago Abascal, que volvió a agitar el botafumeiro del odio, haciendo caja y arañando unos cuantos votos más. Cada acto, evento o decisión política que el Partido Popular impulsa junto a la extrema derecha española ocasiona una nueva crisis en Génova 13. Son los efectos perniciosos de andar de francachelas con Vox.
Antiguamente, a los penados y galeotes se les colocaba unos grilletes en los tobillos, adosados a una pesada bola de hierro, para que no pudieran escapar. A los que se portaban bien se les retiraba la cadena por las noches para que pudieran aliviar su tortura y descansar un poco. De ahí viene la expresión “dormir a pierna suelta” (sin sujeción alguna). Feijóo, el hombre que llegó de Galicia con la vitola de no haber pactado nada con los neofranquistas, lleva una de esas macizas canicas metálicas, en este caso de color verde, incrustada en el pie, como aquellos presidiarios de las viejas películas de Charlot. La bola ultra pesa cada día más y ya no se la puede quitar de encima. La pasada semana, tras el estallido del tremendo escándalo por el protocolo antiabortista que Gallardo Frings quiso introducir en los hospitales de Castilla y León (por la puerta de atrás), el dirigente popular pudo constatar en sus propias carnes lo mucho que pesa esa bola, lo insoportable que puede llegar a ser la maldita bola, que ya ni le permite caminar. Feijóo se ha convertido en una especie de Sísifo que va de acá para allá, casi a rastras, y que debe soportar, como una terrible penitencia, la gigantesca bola fascista. Él se lo ha buscado.
El partido de Abascal le está amargando la vida al candidato conservador a la Moncloa, que ya no puede más. Hoy, cansado y exhausto de arrastrar el grillete o fardo de acero que heredó de Pablo Casado, el mandatario del PP ha implorado por favor que pueda gobernar la lista más votada. Es decir, que quien gane las elecciones gobierne sin más. De esta manera, Feijóo se muestra dispuesto a desmarcarse de Vox si el PSOE hace lo propio con Unidas Podemos, de modo que España vuelva a ser un país bipartidista como lo fue siempre (salvo los períodos dictatoriales) desde los tiempos del sistema turnista de Cánovas y Sagasta. En realidad, lo que le está pidiendo el jefe de la oposición a Sánchez, casi a grito pelado y desesperadamente, es que alguien le quite de encima esa penosa bola de hierro ultra que está dejándole el pie hecho un Cristo lleno de llagas. Ahora que por fin ha caído en la cuenta de que el PP se ha quedado solo en su deriva radical y que no hay un solo partido que esté dispuesto a pactar nada con él, ni en Cataluña donde no lo quieren ni en pintura, ni en el País Vasco donde ven a la derecha española como la peste, ni en el pueblo más recóndito del país, pide un acuerdo con los socialistas para que gobierne la opción mayoritaria que salga de las urnas. Penoso.
Está claro que Feijóo va tomando conciencia del grave error que ha cometido su partido en los últimos años al no colocarle un cordón sanitario al populismo neofascista español. Por fin comprueba con estupor que con toda esa gente fanatizada, exaltada y marciana que vive instalada en la conspiranoia trumpista permanente, en la superchería religiosa, medieval y anticientífica y en el delirio del retorno al franquismo más duro no se puede ir ni a la vuelta de la esquina. Lógicamente, a Moncloa no le gusta la propuesta de que gobierne la lista más votada y Patxi López ya le ha sugerido al gallego que ese marrón fascista con el que ha estado coqueteando el PP tiene que comérselo él solito. Tampoco a Ayuso le agrada el plan, en parte porque a ella le va de lujo con el bifachito madrileño y en cierta medida porque sintoniza perfectamente con el mundo voxista (cualquier día se hace un Toni Cantó y da el salto al partido ultraderechista, que le resulta fascinante y excitante). La presidenta regional da por muerta la idea de Feijóo incluso antes de que el líder la presente en el Parlamento “porque el PSOE no lo va a querer” cuando en realidad la que no quiere ni oír hablar del asunto es ella porque sería malo para el negocio.
De momento, Isabel Rodríguez ha sido tajante con la invitación del jefe de la oposición al asegurar que “no se lo cree ni él”. Y tiene toda la razón la ministra portavoz. El dirigente conservador puede decir misa, pero la realidad se impone y en cuanto tiene la oportunidad le da la mano a la ultraderecha. El presidente popular no ha entendido que la España de hoy ya no es aquella España de la Restauración, ni siquiera la España de 1978. El panorama político se ha atomizado, fragmentado en múltiples opciones. Por mucho que el mandatario gallego se resista a entenderlo, el pluralismo ha llegado para quedarse y se impone el acuerdo, el pacto, el consenso con otras fuerzas de todo pelaje y condición. Aquello de la gobernabilidad variable. Lógicamente, cuando te pasas el día insultando a los demás y tachándolos de traidores bilduetarras-separatistas-bolivarianos no esperes después tejer alianzas de poder. Se siente.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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