(Publicado en Diario16 el 17 de febrero de 2023)
El incidente de los globos aerostáticos está adquiriendo tintes surrealistas. Por lo visto el artefacto que el Pentágono detectó sobrevolando el cielo norteamericano el pasado 4 de febrero tenía toda la pinta de ser un instrumento-espía lanzado por el régimen de Pekín, pero los que se fueron avistando en los días sucesivos no parece. Nadie a esta hora en Washington sabe qué demonios eran esos extraños aparatos que fisgonean a los estadounidenses desde su estratosfera. Se ha especulado con hipótesis variopintas, desde que se trate de medidores atmosféricos de otro país arrastrados por el viento hasta dispositivos de grandes empresas multinacionales con fines comerciales de todo tipo. Incluso ha habido algún que otro generalote que llegó a especular, sin duda en un alarde disparatado y quién sabe si con dos güisquis de más, con la posibilidad de que fueran máquinas extraterrestres, una teoría enloquecida que fue desmentida de inmediato por la Casa Blanca. Las conspiraciones sobre marcianos y hombrecillos verdes para manipular e infundir miedo en la población funcionaban bien durante la Guerra Fría entre USA y la URSS, cuando el público era más ingenuo y desinformado, pero hoy a la ciudadanía ya no se le toma el pelo con cuatro cómics propagandísticos sobre ovnis.
Así las cosas, el asunto de los globos sigue siendo un misterio. Descartada la conjetura de que nos encontramos ante una invasión alienígena (hasta donde sabemos no han aparecido platillos volantes sobre nuestras ciudades para colonizarnos y chuparnos la sangre como en La guerra de los mundos de H.G.Wells), cabría plantearse otras suposiciones, como que todo ha sido un tremendo fallo en cadena, una chapuza no solo de los servicios de inteligencia, sino también de las fuerzas armadas, que tienen su parte de responsabilidad, ya que se apresuraron a lanzar sus misiles contra los artilugios sin saber qué eran en realidad. Los cazas norteamericanos primero disparan y después preguntan (tal como se hacía hace dos siglos en el Far West) y ese es el riesgo que corremos los españoles manteniendo bases norteamericanas en suelo español. Cualquier día los radares de Morón y Rota captan el chupinazo de San Fermín, saltan las alarmas nucleares y nos mandan a sus tomahawks para freírnos como pollos del Kentucky Fried Chicken. Los marines son un peligro. Aquel viejo eslogan pacifista, Yankees go home, sigue vigente, y hoy más que nunca desde que Pedro Sánchez decidió regalar nuestros Leopard averiados a Zelenski y Putin nos apunta directamente con sus ojivas nucleares de Kaliningrado. Si España está en la OTAN, si cumplimos fielmente con nuestros compromisos como un socio más de la Alianza Atlántica, ¿a santo de qué sigue ondeando la bandera de las barras y estrellas en algunas localidades de nuestro territorio nacional? No tiene sentido.
Pero no nos desviemos del tema. Si unos simples globos inofensivos han sido confundidos por peligrosos y sofisticados mecanismos aéreos de espionaje es que algo no funciona bien en la CIA. Al igual que nosotros no tenemos la mejor Sanidad pública del mundo, tal como nos habían vendido, ellos no tienen a los mejores espías ni la tecnología de vanguardia que nos enseñan en las malas películas de acción de domingo tarde. Las americanadas propagandísticas de Hollywood sobre el ejército más potente y poderoso de la Tierra han quedado en evidencia, como demuestra el hecho de que, aunque han enviado a la Sexta Flota a recuperar los trozos del sospechoso globo abatido sobre el mar, todavía siguen sin saber qué diantres es. ¿Acaso no hay técnicos competentes en la NASA capaces de analizar los restos hallados del artefacto? ¿Tan difícil es saber si ese chisme en un objeto fabricado para el espionaje o un globo de feria para niños? ¿A nadie se le ha ocurrido que quizá baste con mirar en la parte trasera del mecanismo para averiguar si llevaba la consabida etiqueta Made in China que resolvería por fin el misterio? En pleno siglo XXI, cuando ya tienen naves de ciencia ficción planeando sobre los valles arenosos de Marte y robots sirviendo hamburguesas en los bares de Texas, resulta que los yanquis se ven incapaces de determinar si los chinos les han puesto un catalejo aéreo encima de sus cabezas. Miles de millones de dólares invertidos, presupuestos astronómicos despilfarrados en armamento, cientos de miles de soldados y funcionarios al servicio de la Defensa Nacional y resulta que todo el sistema colapsa por un alegre globito que se pasea como levitando entre Montana y Canadá.
No cabe ninguna duda: estamos otra vez ante la gran estafa americana y ya tardan los hermanos Cohen en hacer una parodia sobre la chapuza, como aquella magnífica Quemar después de leer. El ridículo de Washington ante el mundo entero está siendo imperial y quizá por eso el presidente Biden ha decidido dar un paso adelante para tratar de arreglar lo que ya no tiene arreglo (el prestigio y el orgullo yanqui por los suelos). En las últimas horas, el líder demócrata ha anunciado que se verá las caras con su homólogo, Xi Jinping, para hablar sobre el misterio de los globos espía. ¿Qué le va a decir, que ha estado a punto de desencadenar la Tercera Guerra Mundial porque sus muchachos bombardearon una cometa blanca zarandeada por el viento? Y encima el abuelete somnoliento va y dice que no le va a pedir disculpas a los chinos por haberlos acusado sin pruebas. Mítico. Lo que daría uno por estar en esa reunión en la cumbre.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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