(Publicado en Diario16 el 25 de enero de 2023)
La guerra de Ucrania ha resucitado todos los fantasmas bélicos en Alemania. Tras la derrota nazi en la Segunda Guerra Mundial, se desarrolló una especie de gran complejo colectivo que llevó a los alemanes a sentirse avergonzados ante el mundo como grandes culpables del apocalipsis global que se había vivido entre 1939 y 1945 y, cómo no, del terrible holocausto con más de seis millones de judíos exterminados en los crematorios de los campos de concentración. La posguerra fue durísima. Alemania quedó devastada por la guerra, la economía del país completamente destruida y devuelta a tiempos prehistóricos y ciudades enteras fueron reducidas a escombros tras los bombardeos aliados. Dresde, la “Florencia del Elba” sobre la que cayeron 4.000 toneladas de bombas que dejaron más de 40.000 muertos, se convirtió en el gran símbolo de la mayor catástrofe militar conocida por el ser humano. El delirio de Hitler, por el que se dejaron seducir millones de alemanes, salió muy caro al que entonces era el país más poderoso de Europa.
Desde 1945, ya con el Estado dividido en dos y separados por el Muro de Berlín (a un lado la Alemania capitalista, al otro la comunista) los alemanes se centraron en recuperarse económicamente y en cerrar las heridas supurantes del nazismo. Los juicios de Núremberg contra los jerarcas del fascismo ayudaron a la rápida catarsis y aunque una parte de la población siguió profesando una admiración secreta por el Führer (muchos funcionarios y políticos continuaron en sus puestos camuflados de demócratas) los sucesivos gobiernos se esforzaron por erradicar el mal recuperando la memoria histórica y explicándole a los niños, en las escuelas, lo que fue el cáncer del nazismo. De hecho, desde que terminó la guerra el código penal alemán castiga los actos de exaltación fascista y el negacionismo del exterminio del pueblo judío en los hornos de la muerte. Mientras la República Democrática Alemana (RDA) quedaba anclada en el pasado (de democrática tenía poco, no dejaba de ser un satélite de la URSS donde las libertades más elementales quedaban abolidas), la República Federal de Alemania (RFA) asombraba al mundo con la capacidad de trabajo de su pueblo, que fue capaz de volver a levantar un país fuerte y poderoso de entre los escombros, las cenizas y las ruinas.
En poco tiempo, la economía alemana volvió a convertirse en el motor del viejo continente y no solo eso, el país lideró el proceso de construcción europea superando antiguos conflictos con potencias tradicionalmente enemigas como Francia o Inglaterra, estrechó lazos de amistad y colaboración con los estados vecinos y enterró (quizá para siempre) el espectro del expansionismo imperialista, del racismo nacionalista y del violento totalitarismo militarista. Un profundo sentimiento de culpa (sin duda provocado por el remordimiento de los atroces crímenes contra la humanidad perpetrados por el Tercer Reich) se apoderó de las nuevas generaciones. Movimientos como el pacifismo, la neutralidad, el ecologismo verde antinuclear y un socialismo útil plasmado en el desarrollo de un potente Estado de bienestar cuajaron en millones de alemanes. En apenas unas décadas Alemania se convirtió en el gran referente de sociedad democrática próspera y avanzada, un paraíso para los inmigrantes del sur, para el sindicalismo y para las clases trabajadoras envidiadas por sus salarios, los más altos de toda Europa. El ejemplo del jubilado que se retiraba a los sesenta para comprarse un chalé de millonario en Mallorca dejó de ser un mito para convertirse en una realidad. La caída del Muro y la posterior reunificación no hizo sino aumentar la grandeza de un país que ha expiado de sobra sus pecados del pasado.
Hoy, Alemania se encuentra ante el trauma que supone tener que enfrentarse a una nueva guerra como la de Ucrania que por momentos se parece mucho a las más sangrientas batallas que se libraron entre europeos en la década de los cuarenta del pasado siglo. En una decisión histórica, el Gobierno del canciller Scholz ha aprobado el envío de tanques al frente ucraniano, al menos una compañía de blindados Leopard 2A6, según publica en las últimas horas, en exclusiva, el semanario alemán Der Spiegel. De esta manera, los carros de combate saldrán de los hangares y volverán a recorrer suelo europeo hasta la frontera oriental, tal como ocurrió cuando Hitler envió a sus ejércitos al frente ruso. Y aunque esta vez la movilización del arsenal pesado alemán está plenamente justificada, ya que hoy el país se encuentra encuadrado en el bando aliado que defiende el modo de vida occidental y la democracia, a cualquiera que sepa algo de historia le provocará un profundo escalofrío contemplar la imagen de los tanques marcados con la Balkenkreuz, la versión estilizada de la Cruz de Hierro, pisando suelo de la antigua Unión Soviética para recordar lo que fue el sitio de Kursk, la batalla de tanques más encarnizada de la historia que fue librada por nazis y soviéticos en el verano del 43.
Hace apenas dos años cualquiera que hubiese augurado un hecho histórico como este (blindados atravesando Polonia rumbo a Ucrania como lo hicieron los Panzer en 1939) habría sido tachado de loco. Sin embargo, hemos entrado en una nueva curva del tiempo que no sabemos si nos conducirá hacia un futuro distópico o hacia el más oscuro pasado, cuando los europeos estuvimos al borde de la aniquilación total por culpa de la fiebre delirante del fascismo. De momento Moscú ya ha advertido de que los Leopard alemanes pueden desencadenar la Tercera Guerra Mundial. Por fortuna, esta vez Alemania está en el lado bueno de la historia, dando una lección a la comunidad internacional al poner sus blindados al servicio de la democracia contra el nuevo fascismo totalitario representado por Vladímir Putin. Otra cosa es qué ocurrirá cuando termine la crisis ucraniana y, ya roto el tabú militarista que hasta hoy repugnaba a los alemanes porque les devolvía a lo peor de sí mismos, Alemania vuelva a ser consciente de que de nuevo es una potencia militar como antaño. Habrá que rezar para que no surja un nuevo Hitler con ganas de reclamar Austria y Checoslovaquia forjando el viejo sueño del pangermanismo ario.
Viñeta: Óscar Montón
No hay comentarios:
Publicar un comentario