(Publicado en Diario16 el 1 de febrero de 2023)
Visto el último cara a cara de Sánchez con Feijóo en el Senado se pueden extraer dos conclusiones principales: una que el presidente del Gobierno se encuentra cómodo con este líder de la oposición que a menudo ofrece una imagen de incoherencia, escasa autoridad y solvencia; y dos que el líder del Partido Popular debe empezar a sopesar seriamente la posibilidad de dejar de acudir a esas sesiones senatoriales de las que suele salir escaldado, vapuleado, corneado. Puede alegar cualquier cosa Feijóo, que está enfermo y no puede asistir, que tiene otros compromisos posteriormente adquiridos o incluso que no cree en el sistema bicameral (en realidad no cree, va al coñazo del Senado porque no le queda otra). Ponga cualquier excusa que se le ocurra, don Alberto, pero háganos caso: ir para nada es tontería, como decía José Mota.
Ayer, Feijóo se ajustó la corbata, se abrochó la americana y subió al estrado haciéndose el duro como Harry El Sucio en una de sus películas. Ahí iba él, como ese torero vestido de luces que camina altivo, alegre y triunfal al encuentro con su enemigo. Por un momento parecía que se iba a comer el mundo, pero en cuanto abrió la boca se produjo el temido gatillazo que cada semana suele dejar insatisfechos no ya a los españoles, sino a sus propios correligionarios de la bancada popular. “No tengo solo opinión de que el Gobierno es mediocre, la tiene usted. Ha cesado a cuarenta ministros en cuarenta años”, dijo. En ese instante el hemiciclo estalló en carcajadas incontrolables. Una vez más, la información que transmitía el dirigente conservador no se ajustaba a la realidad. Aunque el PP se empeñe en hacer pasar al premier socialista por un nuevo Franco, por suerte no ha estado cuatro décadas en la poltrona. Y tampoco se ha cargado a cuarenta ministros, solo a 18 (cuarenta es el número total de titulares ministeriales que han pasado en esta legislatura por el Ejecutivo de coalición). De llevar razón Feijóo, Sánchez habría cesado a todo su gabinete sin dejar ni uno vivo. Y vale que el presidente del Gobierno puede pecar de cierto cesarismo presidencialista, de relativa egolatría y hasta de ese narcisismo lógico de quien ejerce el poder, pero acusarlo de haber liquidado a todos sus ayudantes para quedarse él solo resulta demasiado fuerte hasta para Feijóo. Ni Santiago Abascal ha llegado tan lejos en sus hipérboles contra el inquilino de Moncloa.
Una vez más, el gallego lo había vuelto a hacer. Obviamente todo había sido producto del lapsus, que anida en él como la morriña en un gallego. Y luego nos llaman exagerados por haber bautizado al presidente del PP como Alberto Núñez Fakejóo. Ya empezamos a estar acostumbrados a que, por acción o negligencia, el expresidente de la Xunta intente colarnos fake news en sus intervenciones parlamentarias. Y no lo ha hecho ni una ni dos veces. Ya hemos perdido la cuenta. Esta vez, para mayor bochorno, la trola, la patraña, la soltó al comienzo de uno de sus discursos, cuando toda España esperaba oír lo que decía, así que el ridículo se amplificó todavía más.
Si Fakejóo no es capaz de relacionarse socialmente sin decir mentiras, ¿cómo vamos a creerle cuando habla de los datos económicos del país? Imposible. “De 2013 a 2018 los pensionistas no perdieron una décima de poder adquisitivo, lo ganaron”, dijo tan ufanamente (el muy cuco se calló lo de aquella carta infame de Rajoy y Báñez a los pensionistas para informarles de que sus pagas subían un raquítico 0,25 por ciento mientras el IPC se disparaba seis veces más). Y en otro momento de su intervención tuvo el cuajo de volver a sacar su vaticinio apocalíptico sobre la supuesta recesión en la que va a caer España (aún no se ha enterado de que el pasado año crecimos un 5,5 respecto al ejercicio anterior). Hubo más falacias, pero para qué cansar al ocupado lector de esta columna.
Enseguida se vio que Sánchez lo volvía a tener fácil para salir vivo del Senado una semana más. Tras afearle a su interlocutor que haya dicho eso de que “le avergonzaría liderar un Ejecutivo tan mediocre” le propuso cambiar a Calviño por Rodrigo Rato y a Yolanda Díaz por Eduardo Zaplana (uno y otro pasarán a la historia por sus problemas con la Justicia). A partir de ahí, el discurso del presidente fue una apisonadora, sobre todo cuando, tirando una vez más de ironía, describió lo que entiende Feijóo por “calidad institucional” democrática: hablar mal de España en la Unión Europea, pactar con la ultraderecha, secuestrar el Parlamento para que no se pueda votar una ley, aceptar a dos tránsfugas en su partido e incumplir el artículo de la Constitución que le ordena renovar los cargos del Poder Judicial. “A usted lo llamaron al orden con tres portadas y le temblaron las piernas”, le recordó mientras Maroto, con cara de póker, tragaba saliva y Cuca Gamarra hacía como que rebuscaba entre sus papeles tratando de encontrar algo, un informe manipulado, un dato falso, cualquier cosa para rescatar al jefe.
Sobre la ocurrencia del dirigente popular para que gobierne la lista más votada, el presidente del Gobierno ni siquiera se dignó a debatirla “porque ya ha sufrido el rechazo de algunas personas de su partido”, entre ellas Ayuso (aquí cabe recordar que cuando ejercía la política en Galicia, Núñez Fakejóo facilitó la alcaldía a un populista, la tercera lista más votada). Para entonces, el líder del PP se empequeñecía en su escaño, ese escaño que le viene grande, ese escaño que lo engulle cada semana. La puntilla se la puso Sánchez cuando le reprochó que ande por ahí dando la matraca con el supuesto nepotismo en algunos servicios públicos. “Usted fue nombrado por el señor Aznar director de Correos. ¿Fue por su amplia experiencia como cartero?”. Touché.
Ilustración: Artsenal
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