(Publicado en Diario16 el 30 de marzo de 2023)
Cuentan que cuando Francisco Umbral perdió a su hijo de seis años, Pincho, dejó de ser él mismo para convertirse en un personaje descreído de Dios, frío con el mundo y despiadado con sus enemigos políticos. Nadie supera la muerte de la carne de su carne. Tampoco Ana Obregón, que tras el fallecimiento de su hijo Aless ha decidido encargar un bebé por vientre de alquiler. “He vuelto a vivir. Ya nunca volveré a estar sola”, se felicita en Instagram. Los psicólogos creen que es un caso clínico evidente de duelo no superado, de hasta dónde puede llegar la desesperación de una persona a la que se le derrumba la vida de repente. La prensa se divide entre quienes la señalan como una perfecta egoísta que se ha comprado un niño a tocateja y quienes se muestran comprensivos con su situación crítica emocional. Y los políticos, metidos en campaña electoral, tampoco han dejado pasar el filón. Unos hablan de degeneración humana y de peligroso paso hacia la distopía del cuento de la criada; otros (mayormente Ciudadanos) de derecho a satisfacer el legítimo deseo de maternidad por cualquier medio. El debate ético está servido.
Todo lo que rodea al bebé de la Obregón despide un fuerte tufo a amarillismo, a circo y a deshumanización propia de los tiempos de posmodernidad que nos ha tocado vivir. Desde esa portada amañada en la revista ¡Hola! (en la que se capta el instante preciso en el que la vedete sale de la clínica de Miami en silla de ruedas, la niña entre sus brazos, como una recién parida), hasta las tertulias destroyer de los programas rosa (y también los más serios), donde entran a saco en el tema, crudamente, a degüello. La historia contiene los ingredientes básicos para que se hable de ella, durante semanas, en la peluquería o en el bar. Hay famoseo, cotilleo, morbo. Todo quisqui se permite juzgar a la actriz que más filias y fobias, simpatías y odios, ha despertado en los últimos años. Salen moralistas hasta debajo de las piedras, gente que no sabe lo que es el desgarro de perder lo más querido que hay en esta vida. “Vengo de echar sobre unos ojos un puñado de nada”, cantó Miguel Hernández al hijo muerto.
Si la bióloga que llegó a Hollywood era carnaza de meme para las redes sociales, lo de ahora puede ser el acabose. Da igual que estemos hablando de un asunto sagrado como el de la maternidad. Todos banalizan la historia, empezando por la propia protagonista, que ha convertido su tragedia personal en el exclusivón del siglo. Pocas cosas más cursis se han escrito como ese reportaje donde se sugiere que la recién nacida le ha devuelto a la Obregón la alegría de vivir, “lo impensable, lo imposible, la vida 2.0, el giro de 180 grados, la llave de judo a la fatalidad”.
Sin embargo, más allá del pitorreo nacional, del despelleje a la celebrity, costumbre tan española, nos encontramos ante un auténtico problema social que urge una regulación urgente. Mil familias españolas al año recurren al vientre de alquiler. Famosos de todo el mundo tienen descendencia mediante este sistema. Ya son legión, una larga lista en la que figuran Ricky Martin, Kim Kardashian y Cristiano Ronaldo. En USA una madre de alquiler puede embolsarse la friolera de 170.000 dólares por prestar su útero a otras personas. Un bombo y a vivir. La jet impone la moda de la nueva maternidad subrogada a golpe de talonario. La maternidad por encargo, como si el feto fuese un paquete de Amazon con lazo rojo. La maternidad como negocio, el de unas señoras que se hacen autónomas y emprendedoras del óvulo. Si esa gente de los fondos buitre que controla el mercado del alquiler en España pone sus ojos en este otro arrendamiento mucho más crudo, es solo cuestión de tiempo que terminen montando una agencia de madres rentistas. Subrogación en serie y en cadena. Multinacionales de la cosa. Irene Montero advierte de que asistimos a una nueva trama de violencia de género y puede que esta vez no ande muy desencaminada la ministra. Violencia y tráfico ilegal de niños, habría que añadir.
O regulamos esto ya, mañana mismo, o el mercado negro que prolifere en la clandestinidad, la economía sumergida de la maternidad subcontratada, puede ser de lo más sórdido que se haya visto nunca. Fetos controlados por tipos de alto interés, renting de placenta y trompas de Falopio, inversión en esperma y embarazos a plazos o con euríbor fijo o variable (no demos ideas a la banca). De ahí al universo Blade Runner, donde cada órgano humano tiene un precio en el mercado de la biotecnología y las grandes corporaciones, hay solo un paso.
Los defensores de esta práctica alegan que está la otra subrogación, la subrogación llamada “altruista” por la que una mujer, generalmente una familiar o amiga, acuerda traer un niño al mundo para una pareja que no puede tener hijos. Ahí supuestamente no habría lucro para nadie, pero los líos consanguíneos que se pueden montar pueden ser de dos pares de ovarios, nunca mejor dicho. Madres inseminadas por hijos, hermanas dando a luz a hermanos, la endogamia familiar como PYME. Un movidón, un auténtico sindiós que deja a ese pillo que acude al Registro Civil para cambiarse de sexo y poder competir como mujer en unas Olimpíadas a la altura de simple anécdota.
El problema del vientre de alquiler plantea debates biológicos, éticos, religiosos, sociales y filosóficos. Pero algunos de nuestros políticos, una vez más, no están a la altura de debates tan intelectuales. Tras conocer el caso Obregón, Cuca Gamarra se ha limitado a decir: “Tema complejo que merece debate profundo y sereno” (no sabía por dónde salir y soltó la primera chorrada que se le vino a la cabeza). Y el alcalde Almeida, entre sonrisillas nerviosas y poniendo cara de marujo, le pregunta al reportero: “¿Pero ha tenido una hija en Miami? Ahhh…” Estos son capaces de pedirle consejo a la telepredicadora de Usera.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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