(Publicado en Diario16 el 8 de marzo de 2023)
Los franceses vuelven a echarle un pulso a Macron en las calles de todo el país. Y ya van seis movilizaciones, que se dice pronto. Un Gobierno tan cuestionado solo puede terminar cayendo, derrocado, de modo que los Le Pen se frotan las manos y ven más cerca la instauración del nuevo fascismo posmoderno en la tierra de la liberté, la egalité y la fraternité.
En esta ocasión el pueblo francés ha salido a pelear, con huelgas y protestas, contra la reforma de las pensiones. Y con toda la razón del mundo. Elevar la edad de jubilación de 62 a 64 años supone un auténtico atropello y no solo eso: dinamita el pacto social y vuela por los aires una de las conquistas sociales fundamentales del Estado de bienestar. Había que volver a las barricadas y los franceses, bien asesorados por unos sindicatos todavía fuertes, así lo han hecho.
Macron se juega estos días buena parte de su futuro político. Y eso que está en el alambre desde que ganara las últimas elecciones por los pelos en lo que fue un claro aviso del pueblo francés contra sus políticas neoliberales. El electorado le dijo claramente que, o viraba hacia la izquierda, preocupándose por las clases trabajadoras, o una nazi rubia de ojos azules y la mirada fría como un témpano estaba preparada para tomar el mando de la nación. Francia corre serio riesgo de terminar como Italia, donde el programa político de la ultra Giorgia Meloni ya mata gente en el Mediterráneo. Sin embargo, el Belmondo de la política europea, el latin lover francés de la camisa blanca desabrochada y el torso velludo al descubierto, más unas gotas de Dior, parece que no ha entendido el mensaje y sigue comportándose con una frivolidad liberal que ni un personaje de Godard. Que no, Emmanuel, que no, que no te enteras, que aquí no se trataba de aplicar más conservadurismo económico, sino más izquierda, más derechos laborales, en definitiva, más escudo social para que las clases humildes pudieran respirar en medio de la crisis pospandemia y el chantaje del gas de Vladímir Putin. Si hasta el FMI pide a los gobiernos que inviertan más en gasto público. Era fácil, mon dieu. Pues no. Va el tío y pone a trabajar hasta la senectud a los castigados jubilatas franceses, ya bastante quemados con las políticas de Bruselas. No nos extraña que los chalecos amarillos estén hasta los mismísimos croissants del guaperas de los Campos Elíseos. Lo raro es que no hayan tomado ya la Bastilla, con guillotina y todo.
El caso es que la cosa no iba mal por París. Es cierto que la inflación andaba disparada (un 14 por ciento, el doble que en España), pero el Gobierno había tomado medidas interesantes, como instar a los gigantes de la alimentación a lanzar ofertas anticrisis con productos básicos de primera necesidad. Algo así como lo que ya propuso hace unos meses la ministra de Trabajo española, Yolanda Díaz, quien lanzó aquella imaginativa idea del “30 por 30” (treinta alimentos básicos a treinta euros como tabla de salvación para quienes más están sufriendo los rigores de la guerra en Ucrania). Tras la invitación del Gobierno francés a ser más solidarios en tiempos de carestía, Carrefour se sumó al plan, y ya ha anunciado que propondrá a sus clientes, hasta el 15 de junio, una cesta de la compra con 200 productos básicos a precios tasados a menos de dos euros. Pan, leche, cereales, yogures, huevos, frutas y verduras frescas, pero también enlatados, congelados, detergentes, pañales para bebés, harina o galletas. O sea, el economato de antes con lo más imprescindible para que una familia pueda sobrevivir hasta que lleguen tiempos mejores.
El Estado francés tenía que mover ficha para controlar la piratería alimentaria y podía hacerlo de dos maneras: o rebajando el IVA de los productos cotidianos o interviniendo directamente en los precios. Al final Macron optó por lo segundo (superando el miedo a que lo llamaran bolivariano), mientras que los grandes empresarios galos entendieron que era el momento de aparcar el caviar y el champán para ejercer algo de verdadero patriotismo, una decisión que sin duda les honra. Aquí, en nuestro país, hay otros que como Ferrovial siguen en la cofradía del puño cerrado, tacaños y codiciosos como ninguno, y no solo eso, sino que ponen pies en polvorosa, se largan del país y se instalan en Holanda para pagar menos impuestos o como paso previo para cotizar en Wall Street. Cualquiera que sea la razón financiera que ha empujado a Rafael Del Pino a huir vergonzantemente del país no conseguirá tapar la ignominia de una empresa que deja tirados a sus compatriotas y paisanos en medio de una guerra. Ese negro recuerdo quedará para la historia de España. Por lo visto, al presidente de la multinacional del Íbex 35 se le han debido olvidar ya los consejos de su padre fundador, el verdadero Rafael del Pino, quien prometió que algún día devolvería a la sociedad española parte de lo que esa sociedad le había dado. Sin duda, ese trozo del testamento financiero del creador de Ferrovial ha quedado en papel mojado.
Macron se ha convertido en todo un arquetipo de nuestro tiempo: el del último político de la decadente democracia occidental que no está sabiendo leer ni descifrar el grave momento histórico en el que se encuentra Europa. Si Francia cae, cae la UE y caemos todos. Ya todo será una mascarada fascista, un siniestro vodevil donde cualquier cosa puede ocurrir, hasta que un partido como Vox ponga a un excomunista que se mofa del programa ultra a presentar una moción de censura.
Pedro Sánchez debe tomar buena nota de que los desvaríos liberales en momentos de zozobra nacional, como los ramalazos que a veces le dan al presidente francés, no son entendidos por la ciudadanía. Y mientras tanto Escrivá jugando con la calculadora de nuestras pensiones. Este hombre da miedo. Oh la la.
Ilustración: Iñaki y Frenchy
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