(Publicado en Diario16 el 7 de marzo de 2023)
Un juzgado ha reconocido el derecho de una mujer a percibir una indemnización de 200.000 euros por 25 años de trabajo cuidando de los hijos y la casa. Su exmarido deberá abonar la cuantía fijada por una sentencia que, sin duda, abrirá el camino a otras muchas que llevan una vida silenciosa, abnegada, al servicio de la familia y sin recibir nada a cambio. A la pregunta de si se considera una mujer que ha sufrido maltrato por su expareja, Ivana (ese es el nombre de pila de esta brava luchadora) responde: “En ese momento no, luego con el tiempo he ido abriendo ojos y he visto que por todo el control y por todo lo que manejaba he sido una mujer maltratada porque ya el que te genere una dependencia económica es un maltrato”.
Vivimos sumergidos en el ruido político y en los grandes titulares, de modo que hemos perdido de vista que, en este país, y por desgracia, hay muchas Ivanas. Las sin nombre, las olvidadas, una inmensa mayoría. El mismo día en que Pedro Sánchez anuncia su histórica Ley de Paridad para asegurar una cuota femenina del 40 por ciento en las grandes empresas del Íbex 35, así como en las instituciones y organismos públicos, conocemos el caso sangrante de una mujer que ha tenido que pelear en los tribunales por la causa laboral más justa: que el Estado le reconozca su derecho a percibir un sueldo digno por tantos años de anónimo trabajo (en este caso calculado con arreglo al salario mínimo interprofesional). Esta es la triste realidad de un país donde, durante tanto tiempo, funcionó aquel siniestro eufemismo de “de profesión sus labores”.
Las mujeres que logran acceder al consejo de administración de alguna gran empresa multinacional o a un puesto de responsabilidad como funcionaria de la Administración suponen un porcentaje pequeño, casi insignificante. Está muy bien que el Gobierno obligue a contratar por cuotas en esos ámbitos elevados para avanzar en la igualdad entre sexos y en la ruptura del techo de cristal. Sin embargo, no es por allí arriba, en las grandes esferas, donde se está produciendo el abuso, la discriminación y el atropello a una legión de mujeres que no tienen el poder ni un simple micrófono para quejarse en una rueda de prensa.
Son ellas, nuestras madres, nuestras abuelas, nuestras hermanas y tías de las clases trabajadoras las que, durante siglos, han soportado la pesada losa de ver cómo sus manos se encallecían, cómo sus espaldas se retorcían fregando suelos y cómo tenían que renunciar a un futuro que quizá, en otra vida con mejor suerte, hubiese sido mucho más enriquecedor y feliz. Son ellas, a las que les quitaron el libro de las manos para ponerles una escoba, a las que les arrebataron un pincel para endosarles un delantal, a las que les robaron la guitarra o el fonendoscopio o la toga de juez para colocarles una fregona, quienes más necesitadas están de esa Ley de Paridad de Sánchez. Mujeres con escasos recursos que han tenido que sacar adelante a varias generaciones de españoles. Mujeres con talento para la medicina, para el derecho, para el arte y la cultura a las que un día les cortaron el talento, como quien siega una flor, para condenarlas a la cadena productiva más injusta que existe en este mundo: trabajar gratis, sin ningún derecho ni cotización social, sin más retribución que el exabrupto del maromo cuando llega frustrado de la calle o el bar.
“Los nombres como María Del Pino, Marta Ortega, Ana Patricia Botín, Alicia Koplovitz, Isabel Estape, Esther Alcocer Koplowitz, como los de las ya mencionadas, tienen en común que son mujeres, pero también una posición elitista de privilegio. Comparten la clase social, el paso por los colegios y universidades privadas más exclusivas y una posición que les ha garantizado siempre el poder, también en la empresa”, asegura Antonio Maestre en su imprescindible columna de hoy. Lo ha vuelto a clavar el comprometido periodista.
A solo unas horas para que las mujeres vuelvan a salir a manifestarse por el 8M en defensa de sus derechos arrebatados durante siglos, esta vez más divididas que nunca por las luchas intestinas de la izquierda (socialistas y podemitas han emprendido una absurda competición por ver quién es más feminista) solo cabe decir que esa Ley de Paridad llega tarde tras cuatro décadas de presunta democracia donde nadie tuvo el valor de hacer la revolución marxista de la mujer explotada. Y no solo viene tarde, sino incompleta, ya que no habrá justicia social mientras no se reconozca el legítimo derecho de las amas de casa a ser retribuidas, amparadas por el Estatuto de los Trabajadores, con algo más que migajas, subsidios y caridades. Ahí está el auténtico feminismo, señor Sánchez.
No vamos a caer aquí en el error de darle argumentos a Feijóo, que lleva toda la semana haciendo populismo barato al cuestionar el compromiso feminista de Pedro Sánchez y del PSOE, el partido que durante siglo y medio ha luchado por la liberación de la mujer mientras la derecha la reprimía duramente. Al líder de la oposición no le interesa la igualdad más que para arañarle unos cuantos votos al Gobierno de coalición. Nunca le ha interesado. De hecho, su modelo de familia tradicional sigue pareciéndose peligrosamente al que rigió en este país durante los cuarenta años de nacionalcatolicismo. “Si usted coge el organigrama de La Moncloa, hay ocho hombres y una mujer. Si hay un organigrama machista, es el que depende del presidente del Gobierno”, asegura el dirigente conservador. Y lo dice el político que gobierna en coalición con un partido machista que quiere negarle a la mujer algo tan elemental como su legítimo derecho a disponer de su propio cuerpo con el aborto. No se puede ser más demagogo.
Quedémonos pues con esa victoria judicial de Ivana, una mujer fuerte y valiente que con su rebeldía se ha convertido en pionera de la lucha de otras castigadas con la peor de las condenas: la de la discriminación, la injusticia laboral y el olvido.
Ilustración: Artsenal
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