(Publicado en Diario16 el 10 de marzo de 2023)
Han pasado ya suficientes horas como para que podamos analizar, en frío y con rigor, lo que nos deja el Día de la Mujer más agitado y convulso de los últimos años. Nos centraremos en cómo lo han vivido los principales partidos, cada uno de ellos, ya que a esta fiesta deslucida del 8M se ha sumado hasta la extrema derecha, disfrutona con las refriegas entre PSOE y Unidas Podemos. Así que ahí van unas cuantas pinceladas que conviene no olvidar.
PSOE. Un año más (es el partido decano en estas lides) el feminismo socialista salió a reivindicar los derechos de la mujer. Hablamos de la fuerza política con la más añeja y larga tradición en defensa de la igualdad de sexos, así que lecciones de nadie. La primera mujer socialista trabajadora que se echó a la calle en los tiempos de la España decimonónica y caciquil (aquí conviene recalcar lo de trabajadora, las marquesonas estaban todas en sus casas cotilleando, bordando o tomando el té), no lo hizo para defender los intereses de tal o cual partido, sino para acabar con la discriminación de género perpetuada durante siglos. María Cambrils y su Feminismo socialista sigue estando hoy, casi cien años después, más vigente que nunca. Esa tradición merecería cuando menos un respeto que algunas, no ya de la derecha carpetovetónica, sino de la juvenil izquierda posmoderna –esa que llega con ínfulas revolucionarias como queriendo inventar la pólvora–, no se lo tienen. De nuevo las mujeres socialistas estuvieron donde tenían que estar: en la defensa tenaz, justa y racional de los derechos de la mujer por encima de cálculos partidistas. El feminismo es una lucha de todas, de todos habría que decir, y no cabe el sectarismo ni la patrimonialización que algunos pretenden imponer a un movimiento, el de liberación de la mujer, que es internacionalista, transversal e independiente. En vista de que fue imposible organizar una manifestación unitaria (Unidas Podemos, que ya está metida de lleno en campaña electoral, decidió ir por libre, convencida de que así pescaría más votos), el feminismo socialista clásico se manifestó sin complejos, como siempre ha hecho, haciendo oídos sordos a las puerilidades de quienes tratan de colgarle el cartel de “traidor” o de “aliado de la derecha”. Esa mentira, como ha dicho Patxi López, nunca se hará realidad por mucho que alguna que otra ministra morada la repita un millón de veces. La ley del “solo sí es sí” es un avance innegable que cabe apuntar en el currículum de Irene Montero, pero técnicamente es deficiente (ya van más de 700 rebajas de condena de violadores y subiendo). Lo que está mal hecho, por pura lógica, hay que arreglarlo. Así que Pedro Sánchez ha acertado en ese trance.
Unidas Podemos. Por querer ser más papisa que el papa, por querer pasarse de pedigrí morado y andar por ahí repartiendo carnés de feminista, Montero ha cruzado un peligroso Rubicón que daña de forma irreparable la causa de la mujer. No solo ha dividido al movimiento, sino lo que es todavía peor: lo ha envenenado con la semilla de la discordia. Lo ha partido en dos para siempre, politizándolo, tiñéndolo de siglas. Al querer convertirse en la Juana de Arco del nuevo feminismo, lo único que ha conseguido es dinamitar el proyecto. Elocuente ese grupo de jóvenes que le reventaron el acto en el Ministerio de Igualdad el mismo 8M. Las escracheadoras que le dieron jarabe democrático (contrarias a las teorías queer impulsadas por el partido de Pablo Iglesias) se plantaron ante ella para pedirle que dejara de parasitar el feminismo. Y con toda la razón del mundo. Instrumentalizar una causa, apropiarse de esa noble bandera, tratar de dar el sorpasso a las clásicas feministas, relegando al olvido a tantas mujeres que dieron sangre, sudor y lágrimas en las barricadas contra la injusticia, la explotación y el patriarcado, es un error tan históricamente monstruoso que a su lado las chapuzas jurídicas de su ley del “solo sí es sí” quedan reducidas a la categoría de simple anécdota. Montero pasará a la posteridad como la ideóloga que situó el consentimiento de la mujer como la prueba del algodón definitiva para determinar si una relación sexual fue legítima o una violación. Pero también quedará como la Elena de Troya que desató una absurda guerra civil entre mujeres mientras la extrema derecha brindaba con champán por el fracaso del 8M más debilitado y desunido desde la llegada de la democracia a nuestro país.
PP. Espantoso ridículo de las Nuevas Generaciones del partido, que contraprogramaron una manifestación alternativa para exponer sus ideas sobre el feminismo liberal (imposible, eso no existe, no es más que un truco o artificio del patriarcado para seguir engañando a la mujer). Pronto se vio que los derechos de las mujeres importaban poco a ese grupo de exaltados y que todo era un burdo montaje para desplegar una pancarta contra la corrupción del Tito Berni y sobre todo contra Sánchez. Esperpéntico. ¿Qué tenía que ver esa performance con la defensa de los derechos de la mujer? Nada. Solo faltó el autocar de Hazte Oír adoctrinando al personal con aquella estupidez de que los niños tienen pene y las niñas vulva. O una procesión de obispos del Yunque vociferando contra el aborto. Esta gente de Génova no puede ser más patética. Si la idea partió de Feijóo o de los ayusistas del sector duro ya es lo de menos. El caso es que pocas veces unas pobrecitas mujeres objeto, unas manipuladas por la derechona de toda la vida (sin duda controladas por hombres en la sombra), dieron tanta penita. Al final, la policía echó a los extras del PP para que no molestaran ni enturbiaran el 8M de verdad. A Borja Sémper no le gustó que los maderos disolvieran a sus jóvenes carcas. Y eso que este es el “moderao”.
Vox. Da pereza hablar de ellos, pero el incidente de esas manifestantes que gritaron aquello de “qué pena me da que la madre de Abascal no pudiera abortar” merece un aparte. A un político jamás se le debe mentar a la madre porque eso degrada a los demócratas y los coloca a la altura de los fascistas, siempre empeñados en que todos nos ensuciemos en el mismo barro. Pero más lamentable aún es que la secretaria de Estado de Igualdad, Ángela Rodríguez, Pam, subiera el vídeo a sus redes sociales. Fue triste comprobar cómo Espinosa de los Monteros terminaba haciéndose el mártir, en nombre de todos los voxistas, frente a la horda roja feminazi, atea y cruel, que se metía con la inocente madre del amado líder. Estos muchachos de Podemos no aprenden que si algo no debe hacerse nunca es darle argumentos al nuevo fascismo trumpista para que pueda aparecer como víctima. Ya han pasado más de veinticuatro horas y la tal Pam no ha dimitido. Eso sí, ha borrado la grabación del incidente de su cuenta de Twitter. Algo es algo.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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