(Publicado en Diario16 el 28 de febrero de 2023)
A medida que se van conociendo más detalles sobre el caso Mediador el asunto cobra mayor relevancia política. PP y Vox se han propuesto hacer de este affaire de provincias –una nauseabunda trama de supuesta corrupción en el PSOE con empresarios, políticos y altos cargos implicados en sobornos, cenas, prostitutas y coca a raudales– el nuevo caso GAL de cara a la moción de censura que se avecina contra Pedro Sánchez. Sin embargo, y con ser grave el tema, todo apunta a que estamos ante un episodio local (en este caso isleño) sin demasiado recorrido nacional. Nada que ver con las grandes superproducciones de la corrupción, aquellas tramas institucionalizadas que, como la Gürtel, Nóos, Púnica, Lezo, Bárcenas y Kitchen, entre otras muchas, gangrenaron la democracia española durante décadas.
Puede ocurrir que el caso Mediador termine estallando y dando el salto de la política de pueblo a la escala nacional para salpicar a más diputados socialistas (eso lo tendrá que decir la Justicia), pero de momento hay una diferencia sustancial entre PP y PSOE: cómo lavan sus trapos sucios, cómo uno y otro depuran responsabilidades políticas tras detectarse el detritus. Para empezar Ferraz, y por orden de Pedro Sánchez, ya ha tomado cartas en el asunto expulsando del partido a la primera manzana podrida, el tal Tito Berni. En menos de 16 horas, la guadaña fue fulminante, visto y no visto, ras. “Actuamos de manera rotunda. Nosotros atajamos la corrupción y no la encubrimos”, aseguró el presidente poco después de que se le cortara la cabeza al enfangado y se le obligara a entregar el acta de diputado. “Tolerancia cero contra la corrupción”, dice la ministra María Jesús Montero. Impecable.
No fue esa diligente actuación en pos de la regeneración democrática la que prevaleció en el Partido Popular en sus peores momentos, cuando bochornosos casos de corrupción colapsaban los juzgados de media España. Los imputados brotaban como setas y el partido o los apoyaba sin fisuras o simplemente los dejaba hacer, manteniéndolos en sus cargos y sin mover un solo dedo. El culmen del encubrimiento se produjo cuando Mariano Rajoy, rodeado de toda su tropa, convocó aquella infame rueda de prensa para decir que el sumario abierto por el juez Garzón por el caso Gürtel no era “una trama del PP”, como algunos pretendían, “sino una trama contra el Partido Popular”, que era una cosa bien distinta. Tras años de investigaciones y juicios hoy se sabe toda la verdad y por fortuna el gallego que leía el Marca ya no es presidente. Pagó cara su nefasta gestión con la más justa moción de censura que se haya interpuesto jamás.
Durante años el PP toleró la corrupción en el corazón de su partido acusando de todos los males a los jueces, a la Fiscalía y al siempre recurrente complot judeomasónico de la izquierda radical que quiere romper España. Recuérdese aquel mensaje del propio Rajoy a su tesorero cazado in fraganti, el célebre e histórico “Luis sé fuerte, hacemos lo que podemos”, mientras se destapaban gravísimas irregularidades en la contabilidad del partido y hasta sobresueldos en B. O cuando Carlos Fabra, imputado en trapacerías varias, fue mantenido en su despacho de la Diputación de Castellón durante años, hasta que fue juzgado, condenado e inhabilitado por fraude fiscal. O cuando el caso Kitchen (una siniestra operación orquestada en las cloacas del Ministerio del Interior para sustraer al contable del partido información sensible que pudiera perjudicar a altos cargos) le estallaba en las narices a los prebostes de Génova y ellos siguieron como si nada.
Precisamente hace solo unos días se ha sabido que el fiscal anticorrupción pide 15 años de cárcel para el exministro procesado, Jorge Fernández Díaz, por la Kitchen. Este hombre hace tiempo que debería estar fuera del PP, pero ahí sigue. Es cierto que le abrieron expediente sancionador y que está suspendido de militancia, pero eso fue hace 29 meses y, hasta donde se sabe, al fiel devoto del ángel Marcelo no lo han largado todavía del partido. Así funcionan las cosas en el PP. Cuando se trata de corrupción se hacen las víctimas tratando de convencer al pueblo de que los malos les tienen manía, o se procrastinan, lo van dejando y confían en que el escándalo se enfríe para que el ciudadano se olvide. Solo les falta esconder a los imputados en algún convento o monasterio, con la excusa de que se han ido de ejercicios espirituales, tal como suele hacer la Iglesia española cuando cazan a un cura pederasta. A día de hoy, no han dicho ni mu del pastel que se está cociendo en la Marbella dirigida por una de sus alcaldesas, Ángeles Muñoz. Siguen practicando la técnica de la alfombra, o sea taparlo todo.
Ahora que se desvela el caso Mediador que efectivamente daña gravemente la imagen del PSOE, ellos vuelven a la carga con el doble rasero, la hipocresía de siempre y la demagogia barata. Les ha faltado tiempo para salir corriendo a la radio de los obispos, o a la Fox de Abascal, o a los periódicos de la caverna para rasgarse las vestiduras, denunciar el fango socialista y clamar a los cuatro vientos que esta desvergüenza no se puede consentir ni tolerar. Produce estupor y sonrojo escuchar a estos tipos y tipas hablando de ética y moralidad, de limpieza e higiene democrática, cuando tienen tantos cadáveres calientes en el armario y tantos juicios pendientes para lo que queda de siglo y más allá. La consigna de Feijóo está clara: esto del caso Mediador es solo la punta del iceberg, un anticipo de la gran corrupción que corroe al PSOE, ya lo avisaron ellos. Hasta Ayuso viene a sugerir, con desvergüenza y grave irresponsabilidad, que no hay un solo socialista que no se haya dejado caer en algún momento por las fiestas del tal Tito Berni. Por lo visto la lideresa tiene licencia para el bulo y patente de corso para faltar con total impunidad a quien le venga en gana.
Nadie niega que quizá estemos asistiendo a los primeros síntomas de putrefacción y descomposición del socialismo sanchista (el poder corrompe por igual a unos y a otros), pero la gran diferencia está en cómo se enfrenta y se lucha contra las corruptelas. Y ahí el presidente del Gobierno ha dado una buena lección. Lógicamente, todo esto hay que leerlo teniendo en cuenta el momento histórico y el escenario en el que nos encontramos. La moción de censura zarzuelera de Abascal ha aumentado la tensión en Génova y Feijóo anda algo nervioso. Ya se agarran a cualquier cosa para que la extrema derecha no les coma la tostada. El caso Mediador va a darle mucha munición a Cuca Gamarra para hablar de algo mientras Ramón Tamames imparte una de sus aburridas clases teóricas sobre economía española en el bajo Imperio Romano. Ese Pleno promete.
Ilustración: Artsenal
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